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La historia de Agustín o por qué un pescador de Huelva pasa meses al otro lado del mundo para ganarse el pan

Agustín, en un puente de mando, donde siempre ha trabajado con el mar alrededor.

Fermín Cabanillas

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Agustín Neto. Natural de Isla Cristina, uno de esos pueblos que vive pegado al mar en todos los sentidos. A sus 47 años, lleva toda la vida subido a un barco, pero este hombre casado y padre de dos niños tuvo que afrontar hace un año la decisión de cruzar medio mundo para llevar un sueldo a su casa, y se vio trabajando en el puente de mando de un barco con base en el puerto argentino de Puerto Madryn.

Su profesión es “patrón”, como en los pueblos costeros de la provincia de Huelva llaman a los patrones de pesca de altura, los que tienen la responsabilidad de que el buque no solo pesque todo lo posible, sino que sus tripulantes vuelvan a sus casas sanos y salvos. Por eso, su sueldo es importante, “pero la gente no ve eso, lo que ve es que tienes un buen coche”, dice este experimentado marinero, de descanso unos días en su casa antes de volver a meterse 24 horas en un avión para volver de nuevo en la cabina del puente de mandos del ‘Bogavante II’, su barco.

Barcos cerca para “casos de apuro”

Agustín lleva más de 24 años en el mar. Es su modo de vida, lo que siempre ha conocido y lo que mejor sabe hacer. Explica a elDiario.es/Andalucia que ha trabajado en atuneros, arrástrenos y barcos de varios tipos, y siempre con el sacrificio que supone pasar largas temporadas fuera de casa.

Si todo va bien, volverá a Argentina en torno al próximo mes de marzo, y estará faenando hasta noviembre aproximadamente, para luego volver a su casa unos cuatro meses. “En ese tiempo que estaremos en alta mar; a puerto no entramos de forma fija. Depende, porque podemos entrar cada seis o siete días, o cada veinte”.

Preguntado sobre qué supone estar veinte días en un barco sin pisar tierra, recuerda que “con la Covid estuvimos hasta cuatro meses sin llegar a puerto”. La pesca se llevaba a su destino como se podía, pero los hombres no se arriesgaban a contagiarse.

Y todo ello, con un trabajo que se lleva a cabo en muchos casos a unas cien millas del puerto base (en el caso del barco gallego estaba a 450), y con muchos barcos alrededor, que son esenciales en caso de tener una emergencia: “Es un caladero masificado, y en la zona donde trabajamos puede haber 100 o 150 barcos”, dice, lo que es un alivio en caso de apuro.

Sí es verdad que las condiciones de trabajo son extremas: “Cuando empecemos a trabajar, en Argentina será invierno, con el agua a cuatro o cinco grados, y no es difícil encontrarte con que estás trabajando en mitad de olas de cinco metros”.

La rentabilidad del riesgo

Pero, ¿por qué se trabaja en estas condiciones en lugar de irse a puerto si hay peligro? Agustín explica que todo depende de las condiciones en que llegue el mal tiempo. “Hay que decidir si aguantas o te vas para puerto, y si tienes encima una tormenta que se va a ir en 12 horas es más rentable quedarse que volver a puerto y regresar cuando amaine el temporal”. Los días rentables en alta mar no son todos, y hay que aprovecharlo todo lo posible.

Así es su vida desde que hace algo más de un año comenzó con esta empresa. Había intentado quedarse cerca de casa, pero las condiciones económicas no eran demasiado buenas, “y al final todos buscamos lo mejor para nuestras familias”.

“Lo intenté con remolcadores cerca de casa, pero el nivel de vida no es el mismo”, dice, y recuerda que, en su casa, su mujer vive todo esto con la costumbre de ser lo que siempre ha conocido. Pero para él hay sacrificios personales, por supuesto. Entre otras cosas, no haber conocido a su hija mayor hasta que tenía cuatro meses. A veces la suerte le ha acompañado como cuando vio nacer a la pequeña por la casualidad de estar en tierra cuando fue el parto.

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