El ingrediente “bochornoso” del mantecado: la precariedad laboral
Entre los ingredientes que componen el amplio surtido de dulces navideños se cuela, en ocasiones, un elemento indeseado: la precariedad laboral. En determinadas fábricas de mantecados y polvorones, el producto final se amasa con “duras” jornadas intensivas y condiciones “bochornosas”, según denuncian varias trabajadoras a eldiario.es Andalucía. Incluso, con sueldos que no se abonan hasta meses después de terminada la campaña.
Para hornear el inestable escenario hay empresas mantecaeras que aprovechan la necesidad de trabajo. “La gente no se queja”, dicen, “porque es lo que hay”. Sirve así una tierra común en la fuerza de trabajo: la cultura del silencio.
Es una situación que puede repetirse en centros de trabajo de sectores diversos… pero que ocurre, por ejemplo, en la comarca de la Sierra Sur sevillana y alcanza pueblos como Estepa (cuna de estos productos), Gilena, Badolatosa, Marinaleda, Pedrera, El Rubio, Herrera… “Todo el mundo que está parado está deseando que empiece la campaña del mantecado. A veces es lo único que hay”.
En la zona funciona el Consejo Regulador Mantecados y Polvorones de Estepa. Una suerte de matriz empresarial que engloba gran parte de las marcas más conocidas y garantiza “el cumplimiento de unos requisitos superiores a los exigidos para el resto de productos de la misma clase o variedad”, sostienen. Industrias relacionadas con el típico dulce navideño que crecen cada año, suman exportaciones internacionales y cumplen, en muchos casos, el convenio del sector. “Todas las empresas no actúan mal, que quede claro”, subrayan las propias trabajadoras.
Una estatua como metáfora de precariedad
“El perfil que buscan las empresas es una persona muy trabajadora y muy obediente”, resume la portavoz estepeña de IU, Patricia Fernández. Señala, como ejemplo, a una mantecaera reconocida en el pueblo por su activismo laboral. “Una mujer que fue sindicalista, muy luchadora, se le hizo una escultura en la avenida… y se fue de Estepa”.
Una estatua como metáfora de la “cultura del silencio”, de la precariedad. Y de las “represalias”. “Se quedaba sola en una lucha que es muy compleja”, apunta Fernández. “La gente –continúa– protesta mucho pero de manera discreta, en su casa y de forma confidencial. Si piensan que se puede filtrar su nombre… se 'rajan'. Quien protesta no tiene ningún tipo de apoyo”.
Por eso Raquel y Josefa (nombres ficticios) quieren mantener su identidad en el anonimato. Denuncian prácticas comunes en las industrias del sector que aprovechan altas tasas de desempleo. “Todo el mundo está parado”. Y la temporalidad. No todas funcionan durante todo el año y la producción queda comprimida entre julio o agosto y diciembre.
Para Josefa y Raquel, y otras cientos de mujeres, precariedad significa jornadas maratonianas “de hasta 14 horas al día”. Campañas “muy duras” en las que “no descansas”, que arrancan “a la una de la madrugada” y, a veces, “de lunes a domingo”. Pedidos “fuertes” (internacionales incluso, a Japón, Arabia Saudí, Francia o Estados Unidos, entre otros destinos) que obligan destajos “como preparar un palé de 20.000 cajitas de bombones en una hora”.
“Es un infierno en todos los sentidos”, define Josefa. “Hay empresas que tienen cámaras para controlar a las trabajadoras. Mucho control, no puedes ni beber agua a veces”. En horarios laborales “bochornosos” que traen el “fraude” de las horas extra, pagadas como jornal. O no abonar sueldos “por meses ni al término de la campaña, en diciembre, si no en marzo”.
“Con nosotras han hecho barbaridades”. Es una frase que resume años de trabajo acumulado “dando la campaña”. Más. “Hay mucho miedo entre los trabajadores”. “Si protestas te amenazan: esto es lo que hay o la puerta de la calle”. “La precariedad y la necesidad generan sumisión”, según Patricia Fernández. “Pero todas las empresas no actúan así. Me he dado cuenta ahora al ir a otra”, apura Raquel. “El caso es que te llega a costar 30 euros una caja de mantecados y de eso, al trabajador, le llega un euro”, matiza Josefa.