Marina Perezagua: “En España el sistema de transplantes funciona mejor que en cualquier parte del mundo; en China significa que van a matar a alguien”
Marina Perezagua no es una escritora cualquiera. No está al alcance de cualquiera en su oficio, desde luego, celebrar la aparición de cada novela suya cruzando un estrecho a nado. Con su primera novela, Yoro, atravesó el de Gibraltar. La siguiente, Don Quijote en Manhattan, fue la excusa para hacerse el recorrido hasta la isla de Alcatraz, en san Francisco. Con la última, seis formas de morir en Texas, que acaba de ver la luz en Anagrama, el reto era el Canal de la Mancha, pero algunos problemas de salud han retrasado el desafío. Mientras tanto, esta sevillana de 1978, afincada desde hace varios años en Nueva York, ha vuelto a su ciudad natal para presentar la nueva criatura y dejarse cuidar por los suyos.
“Siempre me planteo que el deporte, como la literatura, tiene que ser un reto”, comenta esta mujer, amante también del buceo, como predestinada por su apellido hacia el medio marino. “Y busco retos lo bastante altos como para obligarme a mantener una disciplina. Eso sí, cada vez me siento menos disciplinada con la escritura, escribo solo cuando me apetece, ya sea por la mañana, por la tarde o por la noche…¿Manías? Sí, el té verde siempre cerca, y no tener mucho ruido alrededor”, añade.
La fórmula debe de dar resultados, porque la escritora está logrando con Seis formas de morir en Texas doblar la repercusión que tuvieron sus anteriores entregas. Y lo hace con una novela de tema perturbador: el tráfico de órganos. Pero para llegar a él, Marina Perezagua recorrió un camino sinuoso. “Mi idea inicial era plantearme cómo sacar del corredor de la muerte a un reo, por medios distintos al sistema judicial”, recuerda. “No se me ocurría nada, hasta que descubrí todo lo que está pasando en China, y empecé a tirar del hilo”.
Un holocausto silencioso
Lo que está pasando en China es, entre otras cosas, un gigantesco mercado de órganos que tiene en las cárceles su proveedor preferente. “Hay un libro de David Matas y David Kilgour que lo define como el mayor holocausto que ha vivido la Humanidad desde el holocausto judío. En los hospitales chinos hay depósitos de órganos en contacto con los centros penitenciarios. China ya había reconocido que los órganos venían de los presos, pero todavía ahí jugaban a decir ‘al menos salvan una vida’. Las principales víctimas son miembros de Falun Dafa, un grupo de meditación que no rinde cuentas al Gobierno chino”, agrega Perezagua.
“Yo soy donante, y puedo decir que en España el sistema funciona mejor que en cualquier parte del mundo. En China significa que van a matar a alguien”. La dimensión del problema es tal, asegura la escritora, que “en Canadá hay un plazo de espera medio de dos o tres años para recibir un órgano, mientras que en China puede ser en algunos casos de 72 horas. Esto es solo posible porque ya tiene analizada previamente a la víctima de la extracción, ya que el único órgano que no presenta problemas de compatibilidad son las córneas. Todos los demás requieren de dicho análisis. Pero esto significa también que a un mismo donante le pueden extraer las córneas y mantenerlo vivo, a la espera de que le requieran otra cosa”.
En Seis formas de morir en Texas, un hombre es ajusticiado en una cárcel china y sus órganos son objeto de tráfico. Su corazón acaba alojado en el pecho de un norteamericano, y ese trasplante marcará el futuro de las siguientes generaciones. Según la tradición budista, si el corazón no se entierra con el muerto éste jamás logrará descansar en paz, y por tanto los herederos del difunto deben traer el órgano de vuelta a China. Y aunque la sevillana juega con la fe de algunos en que un órgano conserva el espíritu del donante, para ella es solo un recurso literario. “No se sabe nunca. A una amiga mía le pusieron un marcapasos y dice que su personalidad ha cambiado, porque ahora late al mismo ritmo siempre. A lo mejor algo sí cambia”.
Atracción por Oriente
Llegados a este punto, cabe preguntarle a Marina Perezagua por dos elementos recurrentes en su narrativa. Uno es la atracción por Oriente, que según dice, “me tira, pero no sé por qué. Ya cuando estudiaba Historia del Arte, mi rama preferida era el Arte Oriental”, recuerda. El otro es cierta inclinación hacia asuntos truculentos o al menos inquietantes, que la emparentan con una corriente de jóvenes autoras del momento en lengua hispana, que va de Mónica Ojeda a Mariana Henríquez, entre otras. “Sí, toco temas duros”, admite la escritora. “Pero también es un relato tierno, tiene mucho erotismo y ganas de vivir, de redimirse y de perdonar. Aunque aborda el asunto de una manera ardua, como es la muerte, creo que tiene mucha vida”.
A este respecto, Marina Perezagua observa que en esa tendencia antes señalada en las letras femeninas hispanas de última hornada “vinculamos mucho la sordidez con el cuerpo femenino, algo que se percibe en los títulos. Ahí están Clavícula de Marta Sanz, Mandíbula de Mónica Ojeda, Cicatriz de Sara Mesa, Sangre en el ojo de Lina Meruane… Y suelen tratar temas más o menos terribles. Dentro de diez años sabremos a qué se debe, pero de momento sabemos que hay una literatura que tiene que ver con eso, con el cuerpo de la mujer”
Antes de concluir la entrevista, una curiosidad: la dedicatoria del libro, que provoca el primer estremecimiento del lector. “A mi padre, que daría mi vida por la suya”. “La puse primero alegremente, y cuando vi que el libro iba tomando forma y se iba a imprimir, empecé a pensármelo, porque no quería que sonara a rencor. Con mi padre tuve una relación horrorosa hace tiempo, pero ya no hay dolor. Pregunté a mi editora sobre la conveniencia de dejarlo así, y me dio el visto bueno. Mi padre me ha enseñado muchas cosas de lo que soy, tengo muchas cosas de él. La dedicatoria es, en cierto modo, parte del argumento de la novela”, apostilla.
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