Las guerras (carlistas) olvidadas de Andalucía
Que poco o nada tuvo que ver el carlismo con Andalucía es una afirmación frecuente. Que aquellas guerras civiles del siglo XIX español quedaron alejadas de las tierras del sur. Esta moneda común trae una “imagen distorsionada” que tapa “toda una historia de clandestinidad, represión y miedo”, según el historiador Caín Somé. Andalucía sí escribió parte del relato de aquellas guerras olvidadas.
Una España dividida en “dos bandos”, absolutista y liberal, y con tres conflictos enquistados: dinástico, ideológico y militar. En las tres contiendas fratricidas, los pretendientes carlistas al trono desde 1833 cosecharían apoyos, ya fuera “en partidas reducidas que cruzaban el campo andaluz” o en expediciones históricas como la que, dando tumbos por el país, llegó a ocupar Córdoba en 1836.
El carlismo está asociado principalmente a País Vasco, Navarra o Cataluña. Nuevos estudios reivindican, sin embargo, “una visión más global” que alcanza regiones como Castilla-La Mancha, Baleares, Galicia, Extremadura o la propia Andalucía. Es el ancho y “tortuoso camino” de un movimiento que subsistió a aquellas luchas armadas españolas, a las tres guerras carlistas.
Andaluces: “tomad las armas”
El movimiento carlista fue una “peculiar cultura política” que “caló hondo en buena parte de la población”, apunta el profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, Caín Somé Laserna. Y que se mantuvo vigente hasta el “agitado siglo XX” aprovechando el desarrollo de la prensa y la propaganda.
Hasta hoy, con referencias más o menos nostálgicas, ultracatólicas y tradicionalistas. Caso del Partido Carlista –que se vende como “el partido más antiguo de Europa”– o Comunión Tradicionalista, que reivindica “dios, patria, fueros y rey legítimo”. Un discurso cuyo “sostén ideológico” construyó en Andalucía una corriente “no de masas”, sino de “una minoría con intereses y reivindicaciones concretos”, escribe Somé en la revista Andalucía en la Historia, editada por el Centro de Estudios Andaluces.
En esa “panorámica del carlismo decimonónico andaluz” el historiador cuenta cómo la región estuvo siempre bajo las faldas de reincidentes beligerancias regias. Desde la primera guerra carlista, que arrancó en el conflicto dinástico entre el infante Carlos María Isidro (autoproclamado rey Carlos V según la rama legitimista del movimiento) con su cuñada María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, regente y madre de Isabel II.
El pretendiente carlista llegó a emitir una proclama dirigida al pueblo andaluz en las que ensalzaba virtudes del tipo “hermosas campiñas”, naturaleza “risueña” o “dilatadas costas marítimas”. Y deseaba “que luego florezcan los tiempos de vuestros antiguos paisanos, los sabios y ricos turdetanos”. Pero pedía, en realidad, guerra: “tomad las armas y uníos a las filas que defiendan mi legítima causa”.
No faltaron adeptos. Carlos VI recuperó el poder en 1845 y ese año estalló la segunda guerra carlista. El centro de la contienda quedó en Cataluña y Andalucía en un plano secundario. Carlos VII traería nuevos bríos en 1868 y llamó a revitalizar la causa. Con una “excelente acogida” en la región, cuenta Caín Somé.
“Llamamientos a la sublevación andaluza”
Bailén, Fuenteovejuna, Úbeda, Guadix, Écija, Baeza… nacieron más de un centenar de juntas carlistas. Incluidas capitales como Granada, Almería, Córdoba, Huelva, Málaga o Sevilla. Ofertaban “orden en España” y enfilaron la oportunidad negada durante 35 años, explica el historiador: tomar el poder participando en unas elecciones.
Aceptaron el reto “un sinfín de intelectuales y personajes de la más alta alcurnia andaluza”. Como Pagés del Corro o Mateos Gago, vieron en el carlismo un bastión para enarbolar la “defensa de sus intereses católicos”. Y usaron herramientas “en el terreno de la prensa y la propaganda”. Revistas como La Cruz o Sol y otras cabeceras afines: El Observador de Almería, La Bandera Católica en Jerez de la Frontera (Cádiz), o La Nana y El Oriente en Sevilla, panfleto erigido en voz del carlismo andaluz.
En los libelos de la época, y ante un país con el trono vacío, hubo verdaderos “llamamientos a la sublevación andaluza”. Rebeliones fracasadas por “la represión y el uso del miedo” ejecutada por las autoridades liberales. Eran “dos bandos armados desigualmente repartidos”.
El siglo XIX español trotó en mitad de un conflicto político e ideológico, no sólo dinástico. “Opuso a dos concepciones de pensamiento” enfrentadas en tres guerras civiles. Liberales y absolutistas, sin pacto posible. Una “particular cultura” que llegó al siglo XX “con relativa fuerza y capacidad de organización”. Esta es, como dice Caín Somé, la otra parte de la historia del carlismo andaluz más allá de las guerras olvidadas.