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Héctor Abad Faciolince: “Me siento cómodo llevando dentro el pasado indígena y el español”

Abad Faciolince recoge el galardón escoltado por la delegada Raquel Vega y el escritor Fernando Iwasaki.

Alejandro Luque

18 de junio de 2022 21:05 h

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Héctor Abad Faciolince empezó recitando a don Antonio Machado, unos versos que, aseguró, le llevan acompañando muchos años: “Sabe esperar, aguarda que la marea fluya/ -así en la costa un barco- sin que el partir te inquiete./ Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;/ porque la vida es larga y el arte es un juguete./ Y si la vida es corta/ y no llega la mar a tu galera,/ aguarda sin partir y siempre espera,/ que el arte es largo y, además, no importa”. Así empezó su intervención en el acto de entrega del premio Factoría Creativa de la localidad sevillana de La Rinconada, que ha recaído sobre el escritor colombiano junto al jiennense Juan Eslava Galán.

A partir de este poema describió Abad su idea de la literatura: “Yo he tomado la escritura como un juguete, un juguete serio”, dijo. “En estos años de pandemia, quienes hemos resistido mejor y más al aislamiento y a la soledad somos las personas que, por motivos de educación, de familia u otros, tenemos recursos culturales: tocar la guitarra, jugar al ajedrez, leer libros. En mi caso, en el confinamiento me puse a traducir unos cuentos infantiles de Kipling, y ahí se me olvidó un poco el horror de lo que estaba pasando afuera, y me comprometí también más por lo que estaba pasando afuera”.

A este propósito recordó el autor de El olvido que seremos una frase de Montesquieu, quien decía que no había conocido un pesar tan grande que no hubiera podido mitigar a través de una hora de lectura. “Los que leemos tenemos esa grandísima ventaja”, subrayó. Asimismo, celebró el premio de La Rinconada porque “se abre a esa otra parte del mundo donde también nos comunicamos en esta lengua, donde el español se adoptó bien a otros mares, circunstancias, a otros pueblos y otros colores”.

Salvados de la tristeza

“Después de que grandes amigos como Javier Cercas, Rosa Montero o Irene Vallejo lo hayan recibido, vengo humildemente pero muy feliz a recibirlo”, prosiguió el colombiano, saludando a los espectadores “rinconeros, que no arrinconados” y felicitándolos “por creer en la cultura, en la literatura. Gracias por creer en el juguete de Machado”. Y formulando un deseo: “Dejemos a los jóvenes la convicción de que la lectura o la cultura es una riqueza que los va a salvar en cualquier momento de la tristeza, la desolación”.

Ya en conversación con el también escritor Fernando Iwasaki, habló de la relación de América Latina y en concreto de Colombia con España: “Ha habido una especie de péndulo histórico en las relaciones de España con América Latina. Un periodo en que todo era bendiciones hacia la gran España que nos dio la religión y el idioma, y ninguna crítica. De eso se ha pasado a decir que España es el horror, el genocidio de los indígenas, el derrumbe de estatuas de Colón o de los virreyes. Yo no pertenezco ni a la exaltación ni a la diatriba contra todo lo español”.

Y lo dice desde la sangre: “No puedo renegar ni de mi madre indígena ni de mi padre español. La colonia tuvo algo muy específico, la llegada de muchos hombres solos. Pero también el estímulo a que hubiera matrimonios e hijos entre españoles e indígenas. Yo soy fruto de eso y hasta me hice un test mitocondrial. ¿Hubo una violación en mis raíces, una seducción? ¿Ofreció una tribu a una mujer para sellar la paz? Yo soy un mestizo que no puede renegar de nada de eso. Me siento cómodo sabiendo que todo ese pasado está dentro de uno”.

Morir escribiendo

También habló de sus primeros pasos como escritor: “Empecé a escribir como a los 13 años. Recuerdo un verso en el que decía ‘Mi aparente paz estalla en guerra’. La escritura suponía eso eso para mí. Luego mi amigo Daniel Echavarría se pegó un tiro y dejé de escribir poesía, porque pensaba que yo también terminaría matándome. Pero siempre escribí con el deseo de que en mi prosa hubiera algo poético. Estudié Filosofía y quería que hubiera también algo de reflexión, de pregunta por las cosas misteriosas. Siempre he tenido las orejas muy grandes para eso”.

Sobre sus diarios, confesó que los publicó para conjurar un malestar que le había dejado el éxito de su superventas El olvido que seremos, sobre el asesinato de su padre. “Yo me sentía muy deshonesto por haberme el ganado el cariño de tanta gente no gracias a mí, sino al protagonista, Héctor Abad Gómez. Desafortunadamente yo no era como él, porque él nos educó en la libertad, en la idea de que cada uno debe ser como pueda, como quiera”.

No olvidó comentar también otro de los géneros que ha tocado, el ensayo, recogido en su libro Las formas de la pereza, cuyos antecedentes señala en los elogios a la ociosidad de Stevenson y Bertrand Rusell. Lo comentó echando mano de la etimología: “Negocio es la negación del ocio”, recordó. “Uno en la vida está en ocio o hace negocios. Los antioqueños tenemos un poco la moral calvinista de los montañeros que madrugan mucho, soy un trabajador. Pero lo mejor que he aprendido son los ratos en que puedo estar sentado, tranquilo, recostado en la playa. En ese sentido España nos ha enseñado tanto. Si este país recibe a tanta gente del turismo, es en parte porque dedica un tiempo al negocio, pero también al ocio”.

“Desde que estoy con mi esposa hace 13 años, yo hago siesta. Si no la hago, razonaría menos de lo que razono”, bromeó. Por último, Héctor Abad se despidió con un deseo: “Quiero morirme escribiendo. Si dejan de publicarme y me siento muy frustrado, o todo me parece basura, como al personaje de mi novela precisamente titulada Basura, probablemente volveré a los diarios para que mi mujer no tenga que soportar a un escritor loco. La locura, al escribirla, sale de uno”.

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