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Ilya U. Topper, autor de 'Dios, marca registrada': “Alcanzar una sociedad laica es posible, aunque cueste dios y ayuda”

Ilya Topper

Alejandro Luque

Andalucía —

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Una de las ideas centrales de Dios, marca registrada (Hoja de Lata), el nuevo libro del periodista Ilya U. Topper, es que las distintas religiones no se repelen, sino que se apoyan mutuamente para conquistar cuotas de poder. “En España venimos de un Estado que ha dado enorme presencia a la Iglesia católica como poder político y financiero; este poder se ha reducido muchísimo desde el fin de la dictadura nacionalcatólica de Franco, pero lo que se ha hecho después es intentar contrarrestar la influencia que aún tiene entregando cuotas de poder a otras religiones, especialmente el islam. Y dar poder a varias religiones distintas no reduce la influencia del clero, sino que lo multiplica: Dios más dios son cuatro”, afirma.

Topper (Almería, 1072), corresponsal de la agencia Efe en Estambul, defiende en su ensayo un laicismo que es “todo lo contrario: es separar la cosa pública, ya sean fondos o influencia legislativa, de la fe, que debe ser privada”. Su mensaje de fondo es claro: “la Iglesia católica debe dejar de ser tutelada y financiada por el Estado. Este es el planteamiento del laicismo. Una injusticia histórica, como es imponer a toda la ciudadanía las normas de un colectivo concreto de fieles, no se repara multiplicando esta injusticia e imponiendo más normas a toda la ciudadanía. ¿O cree usted que las normas del islam son menos odiosas para las personas nacidas como musulmanas que las normas del clero católico han sido para una ciudadanía obligada a ser católica?”

Es muy curioso pensar que en la izquierda española se haya difundido la creencia de que la Iglesia lleva siglos oprimiendo a una ciudadanía que desea ser libre, pero que en los países musulmanes, todo el mundo nace deseando someterse a los dictados divinos, porque si no, no tendría identidad”, prosigue Topper. “Eso de que solo los cristianos desean ser libres, mientras que los musulmanes son voluntariosos esclavos de dios y su clero, si lo pensamos bien, es simplemente racismo”.

Sindicalistas e imames

Tal vez este hecho explique que cuando los políticos españoles han querido comunicarse con la población emigrante musulmana, por ejemplo, han elegido a imames como interlocutores y portavoces. Un fenómeno que Topper califica de novedoso. “En los años 90, cuando yo empecé a trabajar como periodista, los interlocutores de la población marroquí en España eran sindicalistas, no imames. Y digo marroquí, no musulmana, porque la fe es privada: lo que tendría que haberles interesado a los políticos es qué necesidades, que reivindicaciones o qué problemas concretos tiene una población inmigrante, no intentar que sean buenos creyentes. Eso empezó más o menos a partir de los primeros años del siglo XXI y en lugar de llevar a una integración de los trabajadores magrebíes y sus familias en la sociedad española lleva a una segregación de la sociedad, ya no inmigrante, sino toda la sociedad, ciudadanos nacidos aquí incluidos, entre occidentales (porque ya no se los llama cristianos) por un lado y musulmanes por otro. Divide y vencerás; es una táctica muy antigua”.

Un argumento a favor que han esgrimido las confesiones es su tarea social, en favor de los más necesitados: algo así como una ONG. Para Topper, se trata de una trampa dialéctica.  “Una entidad religiosa, si interviene en la labor social, siempre contradice los fundamentos del ordenamiento público, porque estos son necesariamente racionales, deben serlo para que puedan decidirse mediante un debate de la ciudadanía. Una religión necesariamente es irracional, contraria a la razón; si no lo fuera no sería una religión. La fe no se puede razonar, es su esencia. Es decir, una ONG puede encargarse mediante voluntarios de enseñar a nadar a niños y niñas para que no se ahoguen en la playa, y puede recibir dinero público para ello. Pero si la Iglesia se encarga de ello, ¿enseñará que una vez en el agua hay que encomendarse a la Virgen del Carmen? Porque si lo hace, va contra la razón; si no lo hace, no es Iglesia. Tal vez en España, donde somos ya todos muy descreídos, salvo para fines folclóricos, estamos acostumbrados a que las ONGs de la Iglesia actúen como si no lo fueran, como si fueran realmente cívicas y laicas, porque nos chocaría mucho que difundieran contenido religioso. Pero entonces ¿por qué queremos que sea la Iglesia la que gestione entidades de fines sociales?”.

Por otro lado, recientemente hemos vuelto a ver un caso de ofensa a los sentimientos religiosos en los tribunales, como el caso de la revista Mongolia.Se explica simplemente con que hay ciertos grupos muy minoritarios, que son fanáticamente cristianos y han plantado batalla al laicismo. Se dedican a interponer denuncia contra todo lo que pueda interpretarse como blasfemia (u ‘ofensa a los sentimientos religiosos’ en el Código Penal actual) para acosar a quienes critiquen con sorna o gracia ciertos mandamientos católicos. Es un acoso; no pretenden ganar, pretenden complicarles la vida a los acusados e intimidar. Y lo consiguen, porque hay tribunales que admiten a trámite la denuncia. Pero fíjese que siempre son entidades privadas, normalmente la asociación Abogados Cristianos: la Iglesia como entidad, es decir desde el Arzobispado, por ejemplo, casi nunca denuncia, porque sabe que perjudicaría su imagen”.

Alianza de Civilizaciones

El cuestionamiento que hace Topper de las políticas religiosas en España alcanza de lleno al presidente José Luis Rodríguez Zapatero y su Alianza de Civilizaciones. “Parece una iniciativa muy bonita, ideada para prevenir el llamado choque de civilizaciones, pero parte del mismo fundamento: que hay una civilización ‘occidental’ (insisto: pregúntese por qué ya no la llamamos ‘cristiana’ como antaño) y una ‘musulmana’, y que ambas se rigen según normas, idearios y pautas distintas, si bien pueden aliarse”, asevera Topper. “Es decir, plantea la segregación por religión como esencia de las políticas públicas. Y a esto mismo sirve la Fundación Pluralismo y Convivencia, establecida por el Gobierno de Zapatero en 2004 con el fin expreso de ‘normalizar el hecho religioso en la sociedad’ y el de repartir dinero público a las entidades religiosas que no sean la Iglesia católica, sobre todo islámicas y protestantes, es decir evangelistas. Al financiar estas entidades se intenta facilitar la división de la sociedad española en sectores marcados por la religión. Si su intención era tener una sociedad aficionada al debate cívico que es la base de la convivencia en democracia, se equivocó de cabo a rabo. Si quiso dividir para controlar mejor, no”.

Lo cierto es que hoy la división consiste básicamente en que la derecha defiende “nuestros valores”, naturalmente cristianos, frente al fanatismo “exterior”, mientras que la izquierda defiende una multiculturalidad que incluye candidatas veladas en sus listas. Topper critica ambos: “Tanto el eslogan de ‘nuestros valores’ como el de la ‘multiculturalidad’ parten de la misma idea: de que hay diferentes culturas o civilizaciones que se deben regir cada una por sus pautas. La frase más habitual que sigue a la defensa de ‘nuestros valores’ en el discurso contra los inmigrantes es ‘Que lo hagan en sus países’. Y ahí da igual si se trata de llevar burkini en la playa, bloquear el tráfico rezando en la calle o matar a la propia hermana por una cuestión de honor. Nos damos cuenta de que esto es racista ¿no? Admitir que alguien puede matar a otro por honor, siempre que no sea en España, da por hecho que los pueblos fuera de nuestras fronteras no necesitan tener derechos humanos”.

“Por otra parte”, agrega, “la izquierda, al reivindicar el multiculturalismo, parte exactamente del mismo planteamiento, solo que en lugar de mandar a los ‘otros’ a hacer esas cosas horrorosas fuera de nuestras fronteras, defiende y apoya que se hagan en España, siempre que lo hagan entre ellos, sin molestar a los demás. Evidentemente, si les planteas un hábito como lo de asesinar a alguien, eso ya no se justifica, pero de ahí para abajo prácticamente todo: mientras lo hagan entre ellos, será porque es su identidad y lo quieren así. Ejemplos reales: someter a las mujeres que se quieren casar a pruebas de virginidad, o incluso, entre ciertas académicas alemanas muy dadas a la defensa del respeto de identidades culturales, la ablación del clítoris. Son dos ejemplos que no tienen nada que ver con la religión, desde luego, pero que entran en este conglomerado que la izquierda eleva a ‘identidad’ de otros pueblos, un concepto que le sirve de justificación para promover el derecho del clero islamista a oprimir a su grey como le plazca”.

Islam e islamismo

El autor admite que en su libro se dedica al islam una parte mayor que a las otras confesiones, quizá porque hay más tarea que hacer.Mientras que el judaísmo, al que sí le dedico un capítulo largo, pretende únicamente dominar a la población judía, muy minoritaria en Europa, y la política exterior de un Estado concreto, Israel, el islam se ha convertido en una fuerza social y política de gran alcance en toda Europa”.

Y matiza a renglón seguido: “No el islam como religión sino el islamismo, un movimiento ideológico moderno que ha usurpado el nombre de la religión e intenta en todo el mundo derrotar el concepto de laicidad, insistiendo en que los valores divinos están por encima de los valores cívicos y de debate racional. Es un movimiento profundamente antidemocrático. También lo es la Iglesia católica, solo que los pueblos europeos ya plantaron batalla a la Iglesia en siglos pasados y más o menos la ganaron. Los pueblos de tradición islámica no han hecho esa revolución, que en Europa se hizo, lentamente y con dificultades, en el siglo XIX, y el clero islamista mantiene intacta su aspiración totalitaria de que las normas divinas están por encima de la democracia”.

Con estos argumentos, Topper se ganaría sin duda el apelativo de islamófobo por quienes hoy rechazan cualquier crítica la ideología islamista. A los que criticaban a la Iglesia se les llamaba comecuras, tragafrailes o quemaconventos, o simplemente rojos, comunistas, socialistas o librepensadores. El truco del movimiento islamista es usar un término que termina en ‘-fobia’, como si oponerse a una religión fuese una afección irracional, inexplicable, psicópata. Es decir, el propio término niega el derecho a discutir sobre la opresión que ejerce determinado clero religioso. Es uno de los capítulos menos honrosos de la historia de la Izquierda política haber adoptado un término que a los librepensadores les dice que no deben pensar, porque pensar no es de izquierdas”.

Un debate abierto

Para Topper, la fórmula a aplicar es sencilla, y la toma prestada de Amelia Valcárcel: “Lo que no permites al cura, no se lo permitas al imam”. ¿Se pueden construir iglesias en Sevilla? Pues por lo mismo se pueden construir mezquitas. ¿Debe el Estado animar a la gente a que vaya a la Iglesia para participar en los debates políticos, por ejemplo sobre el aborto? No, ¿verdad? Pues por lo mismo no debe colocar al imam en la posición del interlocutor para la comunidad inmigrante, que es lo que hace ahora mismo. El velo tiene un debate bastante más largo y espinoso, pero la conclusión es la misma: si no estamos a favor de que los menores de edad se vean impulsados a un ideario machista, misógino y patriarcal, no podemos permitir que se exhiba, aplauda y promocione este ideario, simbolizado por el velo, en los colegios“.

Cuando se le pregunta si tiene esperanza de que un libro como Dios, marca registrada cambie algo, o al menos abra el debate, responde: “El debate sobre la presencia del islam en la sociedad está muy abierto, aunque como digo, normalmente partiendo de posturas solo aparentemente enfrentadas (derecha e izquierda) y ambas igualmente equivocadas, al asignar a ‘los musulmanes’ una ‘identidad religiosa’ inmutable. Quiero romper ese falso binomio y tengo bastante confianza en que podamos superarlo. Ya hay otras pensadoras que están en la misma brecha, como Najat El Hachmi o Mimunt Hamido, a quienes admiro muchísimo; también en la revista digital MediterráneoSur (MSur) damos desde hace más diez años espacio a este tipo de voces que se suelen llamar ‘disidentes’ simplemente porque son voces de la razón y no de la fidelidad a un bando identitario”, afirma.

“Respecto al debate histórico, espero que al lector no académico, sobre todo al musulmán que se plantea cosas, le podré dar algunas ideas para pensar que lo que le han contado sobre las verdades eternas e inmutables de su religión quizás no sea tan verdadero ni inmutable, sino simplemente humano”, concluye Topper. “En España, como dije, somos un pueblo muy descreído, pero convencido de que somos más religiosos, o más sometidos al poder de la Iglesia, que en el centro o norte de Europa, y curiosamente no es así en absoluto; el peso público de las iglesias en Alemania, por ejemplo, es mucho mayor que en España. La lectura quizás también sirva para medir con cierta satisfacción el camino que ya hemos recorrido hacia el objetivo de la laicidad y nos anime a seguir avanzando. Porque se ha visto que alcanzar una sociedad laica es posible, aunque cueste dios y ayuda”.

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