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El placer femenino visto desde la danza: “Si solo vinieran mujeres a vernos, también sería maravilloso”

Un momento del espectáculo de Baldo Ruiz y Paloma Calderón.

Alejandro Luque

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El DRAE define visillo como “cortina pequeña que se coloca en la parte interior de los cristales para resguardarse del sol o impedir la vista desde fuera”. Y ese es el elemento que la compañía de Baldo Ruiz y Paloma Calderón ha escogido como título y metáfora para hablar de uno de los últimos tabúes que siguen arraigados en la sociedad española: el placer femenino. Un fenómeno que abordan desde la danza, pero también desde la interpretación textual y de la performance, y que después de estrenarse en los Teatros del Canal llega al Teatro Central de Sevilla los próximos días 19 y 20 de enero.

El bailarín y coreógrafo sevillano y la bailarina y pedagoga venían de cosechar un notable éxito con su anterior obra, Cortejo, que obtuvo el Premio Lorca 2019 a Mejor Espectáculo de Danza y a Intérprete Masculino de Danza Contemporánea y fue finalista de los Max en dos categorías. A Ruiz, sin embargo, esta vez le pedía el cuerpo estar fuera del escenario. “También quería trabajar con dos amigas, Sara [Canet] y Cristina [Maestre]. Y como las intérpretes eran mujeres, tenía que hablar de ellas”

No solo iba a haber mujeres sobre las tablas. También habría dos dramaturgas, una escenógrafa, una encargada de producción, otra de iluminación… Y todas ellas iban a sumar su mirada y su experiencia en Visillo. “En mi círculo más cercano siempre he estado rodeado de mujeres, y el placer ha sido siempre un tema del que hablar. Me parecía interesante ponerlo en escena y tratar de quitarle el tabú, que lo tiene”.

Censura y autocensura

De hecho, el visillo del título quiere ser una dedicatoria “a los que miran a través de él, y a quienes están detrás sin dejarse ver, pero se intuyen. Es un elemento que invita a descorrerlo, a hablar libremente, sin censura o autocensura”, agrega el director, acompañado en el encuentro con elDiario.es Andalucía por las dramaturgas con las que ha trabajado, Sonia Astacio y Eloína Marcos. Para esta última, el visillo también tiene el atractivo de “no ser transparente ni opaco del todo. Creemos que hay una cultura andaluza del visillo, que por otro lado también deja pasar siempre un rayo de esperanza. Nos parece una gran metáfora”.

Astacio también incide en el hecho de que los avances de los últimos años no hayan desterrado del todo los prejuicios y los pudores alrededor del placer femenino. Algo que han podido comprobar no solo en su propia piel, sino también a través de una serie de entrevistas que han realizado en el proceso previo de la obra con mujeres de distintas edades, procedencias y entornos. “Más leve ahora, pero sigue existiendo la censura. El placer íntimo del hombre está más abierto y naturalizado, pero cuando hablas con mujeres, todas contamos lo mismo”.

“Hemos trabajado con todos los placeres, no solo el sexual”, apunta Marcos. “Y la sociedad coarta y censura todos, no nos permite expresarnos a través de ellos. Nos hace sentirnos poco productivas, o que no somos lo que se espera de nosotras… Hemos avanzado en leyes, pero detrás del visillo tenemos la mirada de reprobación y la culpa dentro de nuestra cabeza”.

El opresor, fuera

Según Baldo Ruiz, la estructura del espectáculo -un prólogo, cuatro capítulos y un epílogo- se fue armando a partir de una pregunta. ¿Qué necesitamos hablar? “Fuimos planteando aspectos como la culpa, la soledad, la hermandad y el placer. También tenía claro que a nivel escénico quería trabajar con textos, y en cuanto al movimiento, íbamos a hacerlo con la sensualidad y lo políticamente incorrecto como expresión física”.

Para Marcos, otro punto importante era “centrarnos en nuestro punto de vista, el de las mujeres, en cómo nos sentimos y gestionamos nuestras emociones, y no en cómo debería actuar el opresor en estos asuntos. Porque a menudo empezamos queriendo hablar de nosotras y acabamos cayendo en eso. Esta vez no queríamos sentirnos rodeadas del objeto fálico, ni que la figura del hombre apareciera para nada, ni siquiera como imagen”.

El estreno en los Teatros del Canal de Madrid, cuyo Centro Coreográfico coproduce la obra junto a GNP Producciones, vino seguido de un coloquio con los espectadores en el que el equipo pudo confirmar que sus intuiciones iban bien encaminadas. “Un señor mayor nos agradeció el trabajo y comentó que se había sentido muy identificado con lo que había visto, porque muchos hombres también han sufrido la represión de sus deseos, aquello de que no te toques porque te vas a quedar calvo o ciego”, explica el director. “Aunque hablamos de mujeres, cualquier persona puede sentirse identificada”.

Brecha orgásmica

De hecho, las artífices de Visillo asumen que este tipo de propuestas corren el riesgo de solo ser contempladas por un público femenino, como si no concerniera a los varones. Y no les preocupa: “Nosotras llevamos toda la vida leyendo libros y viendo cine protagonizado por hombres, y haciendo ese trabajo de identificación con los personajes masculinos. Si solo vinieran mujeres, también sería maravilloso. Y si a un hombre no le interesa, tampoco vamos a poner neones para que entren en el teatro. La obra no está pensada para ser teatro de nicho, pero si finalmente lo es, bienvenido sea el teatro de nicho”, asevera Marcos.

Para Astacio, el montaje no solo no discrimina a los espectadores por sexo, sino que es para todos los públicos, como prueba el hecho de que en algunas funciones hayan acudido niños y las hayan disfrutado igual. “La gran mayoría de las personas con las que hemos hablado nunca han hablado del placer con sus padres. Es algo que cuesta compartir a veces, incluso en el seno de la compañía ha habido personas con más pudor a la hora de compartir nuestras experiencias, pero lo hemos hecho y ha sido un proceso muy sanador”.  “Cuando ves los datos, descubres que hay mujeres que no han tenido orgasmos en su vida”, apunta Marcos. “Ves esa brecha orgásmica con los hombres, la influencia de la pornografía… Y cuanto más te enteras, más duele”.    

Baldo Ruiz asegura que a lo largo de todo el proceso “he aprendido muchísimo. Tenía una visión clara de lo que quería, del viaje que quería hacer, pero al juntarnos los tres todo cambió. Lo bonito ha sido cómo nos hemos empastado todas, cómo he podido sentir a través de ellas”.

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