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Leonor Leal, Bárbara Sánchez: atravesar el desierto vivir para cantarlo

Bárbara Sánchez en su espectáculo de danza durante el ciclo del CICUS, Sevilla

David Montero

Miércoles, 20 de marzo

20.30 h. Tecleo furioso palabras sobre la maternidad. Me tengo que ir, pero me quedaría. Es tan raro escribir de un tirón; es tan raro sentir como mano, corazón, cabeza y pantalla son una sola cosa, que uno se quedaría a vivir aquí, pero no. Hoy toca ir al CICUS a ver a Leonor Leal. Apago el ordenador y me cambio a modo analógico.

21.00 h. Hoy voy a usar el femenino como genérico.

21.15 h. Leonor Leal anda contándonos cosas sobre las que cavila: códigos, restos, cicatrices y rastros de la danza, o sea, de la vida. Es una charla bailada. La bailaora tiene un hermoso estar en la escena, alejado de la pedantería y el egocentrismo.

21.30 h. Leo pone fragmentos de películas, fotos y sigue contando como quien baila o bailando como quien cuenta. De hecho, justo ahora nos está bailando lo que bailó hace unos días en El Maestranza en la clausura del año Murillo. Yo no sé a ustedes, pero a mí me sigue sonando rarísimo eso de año no sé qué. Me hago cargo de que es una estrategia de venta para aglutinar en torno a esa marca muchas actividades culturales. Dicen que la estrategia funciona. Yo me pregunto: ¿nos lo dirían si no funcionara? ¿han probado otras estrategias? Ya está, que se me va el santo al cielo y me pierdo a la mujer que baila en la tierra. La música que suena es de la compositora Elena Mendoza que fue Premio Nacional de Música en 2010 y mi amiga cuando ambos teníamos veinte años (lo juro). Leo cuenta lo que baila mientras lo baila y también lo que ocurría en la escena mientras ella no bailaba. Me encanta.

22.00 h. Para terminar, Leonor va a bailar una coreografía que creó junto al guitarrista Tino van der Sman cuando ambos eran pareja. Desde que su relación terminó, no la han vuelto a bailar.

22.15 h. Creo que lo que fascina a Leal es el deseo humano de registrar la vida. El registro es siempre imperfecto y, a veces, hasta inútil; pero queremos salvar instantes y movimientos de la hoguera del tiempo, escribir en el agua, evitar el naufragio. Por eso, esta farruca que Tino y Leo han hecho es el perfecto final para lo que hemos visto.

23.30 h. Me estoy tomando una cerveza con T, M y F. Les propongo un espectáculo que se llamaría EX y juntaría a artistas que fueron pareja y ahora se reencuentran en escena. Como alguien lo haga sin contratarme, me enfado.

Miércoles, 27 de marzo

21.05 h. Bárbara Sánchez se sienta en una silla casi en proscenio y empieza a largar fiestas del mundillo escénico sevillano. Mientras lo hace, sus piernas están estiradas y no tocan el suelo.

21.15 h. Sus piernas siguen estiradas y siguen sin tocar el suelo. Y sigue diciendo cosas. Una cosa de las que ha dicho se me queda grabadita en las sienes: “Esto es lo que pensáis todos, pero no os atrevéis a decirlo. No pasa nada. Yo me sacrifico. Yo soy vuestra Jesucrista”.

21.18 h. Bárbara se levanta de la silla.

22.00 h. Han pasado muchas cosas desde que Bárbara se levantó de la silla: nos ha contado historias tristes en tres palabras (aquí tres ejemplos: premio al artista, amor de ex, Alameda de Hércules), se ha desnudado ante nosotras, ha compuesto movimientos que me dejaban fascinado e incómodo a la vez, ha pedido dinero (“porque el coño se paga aparte”), ha volado como un pájaro imperfecto, ha obligado a que le abran la puerta y ha salido a volar al patio y desde dentro la hemos oído graznar (mitad ángel, mitad patito feo). Con todo ello, ha generado un imaginario profundamente personal sobre el dolor (que es siempre la otra cara del éxtasis) por el que me siento tocado y cuestionado.

22.10 h. Esas frases que se me quedaron grabaditas en la primera parte, me vuelven. Sí, Bárbara ha seguido siendo nuestra Jesucrista, la víctima, por eso, es a la vez maldita y sagrada. Lo que vemos es un ritual recién inventado, en el que ella muere por todos nosotras, pero resucita y no nos deja ser meros espectadores, sino que lucha cada minuto por hacernos abandonar la comodidad del patio de butacas, por que lo que ocurra no sea arte (o cultura) sino vida, y para mí lo consigue.

22.45 h. He quedado con I después de la función. Le he contado del espectáculo y ahora le digo que Bárbara es una de nuestras pocas librepensadoras y, por tanto, hace también libremente. Ha encontrado en el dramaturgista y perfomer Jaime Conde-Salazar el cómplice ideal. Juntas están creando una obra sólida, incómoda y de altísima calidad. Igual ya es hora de que tenga su lugar aquí. No esperemos a que triunfe fuera para darnos cuenta.

23.10 h. Sigo dándole la tabarra a I: Bárbara pertenece a la generación de las nacidas en los 70 y 80, los que empezaron a desarrollar su trabajo a finales de los 90. Todas vivieron (vivimos) un páramo y puertas cerradas en cuanto a la creación: podíamos ser intérpretes, pero no proponer. Algún día habrá que contar esa historia. La historia de cómo casi hasta hoy se seguía llamando enfants terribles de la escena andaluza a gente que hace mucho que no son enfants y que nunca fueron tan terribles. La historia de cómo las administraciones ningunearon (y siguen ninguneando) a ciertos sectores de la creación escénica. La historia de cómo nos creímos ese cuento y nos resignamos. La historia de cómo artistas y gestores de las generaciones anteriores (nacidos en los 50 y 60) se hicieron cómplices de ese bloqueo. Entre todos ellos (y este masculino no es genérico) han retrasado la eclosión de esa generación. Ahora estamos aquí y lo que no nos ha matado, nos alimenta. Pero, como decía Bárbara en el coloquio tras el espectáculo, “crear desde la precariedad no es romántico, es una mierda”.

23.30 h. Invito a la cerveza a I porque se lo ha ganado. Y os doy un consejo: si podéis ver a Bárbara, no dejéis de hacerlo: no saldréis indemnes del patio de butacas. Se trataba de eso, ¿no?

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