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Jaén también existe: los finalistas andaluces a los Max reivindican la periferia artística y geográfica

Encuentro finalistas Max andaluces

Alejandro Luque

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La cita será en Cádiz el próximo lunes, 17 de abril, pero este miércoles ya se reunieron los finalistas andaluces a los premios Max en el mercado de Triana para empezar a saborear la manzana a la que aspiran. Entre otros asuntos compartidos durante un desayuno con la prensa, los artistas pusieron de relieve la elevada representación jienense de este año, con siete nombres en las quinielas, al tiempo que defendían la periferia artística, reivindicando una mayor visibilidad y espacio para disciplinas como la danza o el teatro de calle.

“Los de Jaén somos los olvidados de los olvidados”, manifestaba el dramaturgo Alberto Conejero, candidato este año al Max a la Mejor dirección de escena, junto a Xavier Bobés, por El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca, de Teatro Nacional de Cataluña. En este montaje, Conejero muestra su implicación con el teatro de la memoria, “porque somos la primera generación que vive sin testigos de una serie de acontecimientos fundamentales, y cuando ya no hay gente que haya vivido ese tiempo, la posibilidad del olvido y la manipulación es mucho mayor”.

Al mismo tiempo, subrayó que “en Andalucía, este espectáculo solo se ha visto hasta ahora en Sevilla y Granada. Ojalá ser finalista de los Max nos sirva para llevarlo a muchos otros lugares”. Una expectativa que el de Vilches comparte con el resto de sus compañeros, entre ellos el bailaor sevillano Israel Galván, que espera sumar al Max a Mejor intérprete masculino de danza por su espectáculo Seises a las nueve manzanas que ya posee. “Alguien me dijo una vez que los Max eran premios de segunda, pero yo creo que son importantes, entre otras cosas, porque te abren a otras regiones. No todo es Madrid o Barcelona, puedes descubrir lo que se hace en Jaén, o a ser conocido en Albacete o en Cuenca. Nos unen mucho, nos hacen más compañeros”.

Instalaciones y castillos hinchables

Galván, haciendo gala de su característico buen humor, aseguró que “como nunca me ha gustado mucho bailar, me siento cada vez más cómodo en el terreno performático. Más que bailaor, me siento como una instalación, que se hace y se acaba en el sitio. Entiendo las obras como virus que mutan y se convierten con el tiempo en otra cosa. Y me parece bonito que también se acaben, aunque con La edad de oro llevo girando desde 2005”.

“Los Max nos hacen más visibles, incluso dentro de la profesión”, defendió la sevillana Rafaela Carrasco, que el próximo lunes podría alzarse con el premio a la Mejor coreografía por Nocturna, arquitectura del insomnio. Un espectáculo en el que trabaja sobre “la inquietud, la ansiedad que me crea no poder dormir durante mis procesos creativos”, asegura. “La idea, que desarrollo junto al dramaturgo Álvaro Tato, es aprovechar ese insomnio junto con una serie de imágenes poéticas en una propuesta muy coreográfica, con mucho trabajo del cuerpo”.

Carrasco aprovechó la ocasión para pedir que los teatros programen más danza, “ya que actualmente hay un 85 % de propuestas teatrales o de otras artes escénicas, y solo un 10 o 15 % de danza. Tenemos que equilibrar esa proporción, porque la realidad es que los espectáculos de danza se llenan”.

Una reivindicación paralela a la que realizó José Antonio Pascual, de la compañía granadina (aunque también vinculada con Jaén) Animasur, con la que aspira a un Max al Mejor espectáculo de calle por Love, love, love. “Creo que a nuestros políticos solo les gusta el teatro de calle cuando habla de duendes y brujas, por eso nosotros casi no trabajamos en Andalucía, aunque cuando lo hacemos, a la gente le encanta. Parece que no interesa nada que tenga que ver con algo de conflicto, que genere cierto compromiso. El teatro de calle se sustituye por los castillos hinchables”.   

En la conversación surgió asimismo la cuestión de que muchos de los espectáculos que compiten en los Max son valorados a través del vídeo por el jurado. “Es imposible ver todo, pero al menos tendrían que intentarlo, porque no tiene nada que ver una propuesta en vivo que una en la pantalla”, dijo Conejero, mientras que Galván afirmó que “los Max a veces nos llevan a pensar que es mejor contratar a un buen montador de vídeo que hacer un buen espectáculo”.

Andalucía presente

Sobre la cuestión territorial hablaron también Elena Carrascal, aspirante al Max al Mejor espectáculo de danza por Archipiélago de los desastres de Elena Carrascal, e Isabel Vázquez, finalista en la categoría de Mejor coreografía por el mismo montaje. “Andalucía no está presente en la mayoría de las mesas de trabajo nacionales. El INAEM tiene que contar más con nuestra comunidad”, aseveró Carrascal, y añadió que un trabajo como Archipiélago todavía está luchando por tener un hueco en el catálogo de Platea (Programa Estatal de Circulación de Espectáculos de Artes Escénicas en Espacios de las Entidades Locales).

Por su parte, la jienense Vanesa Aibar (candidata a Mejor espectáculo de danza por La Reina del Metal de Compañía Vanesa Aibar y Enric Monfort, y a Mejor intérprete femenina de danza por la misma obra) defendió también sus raíces periféricas, y recordó cómo su espectáculo nació de una videocración en plena pandemia y se fue desarrollando sobre un intenso trabajo corporal con la música electrónica.

El resto de los finalistas con sello andaluz son, desde Jaén, El bosque de Mario Bermúdez Gil  (Mejor espectáculo de danza); y con la misma obra, José Pablo Polo, (Mejor composición musical para espectáculo escénico); Catherine Coury (Mejor intérprete femenina de danza) y Mario Bermúdez Gil (Mejor intérprete masculino de danza); y desde Sevilla, Pablo Chaves, Mejor diseño de espacio escénico, por Cucaracha con paisaje de fondo, de la Cía. Mujer en obras.

Finalmente, José Lucas Chaves, como director de la SGAE en Andalucía, comentó que los recién creados premios Talía, “no rivalizan con los Max, tienen otro formato y compiten en ellos proyectos muy diferentes, y en todo caso el tiempo pondrá cada cosa en su sitio”.  

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