Medio siglo de Doñana: prohibido matar linces por cuatro duros
Doñana es “uno de los más extraordinarios lugares de Europa”. La cita no es de la actual ministra de Transición Ecológica. Tampoco de la Consejera de Medio Ambiente. Es de Francisco Franco. O, para ser mucho más exactos, del decreto de creación del Parque Nacional de Doñana, firmado el 16 de octubre de 1969 y publicado once días después en el Boletín Oficial del Estado franquista.
Era la culminación de una larga historia en la que científicos, divulgadores, conservacionistas, nobles y la opinión pública internacional se embarcaron en la increíble hazaña de rescatar “uno de los más extraordinarios lugares de Europa” de la ferocidad desarrollista del régimen.
Toda una aventura que culminó con el propio franquismo rasgándose las vestiduras y reconociendo que aquellas miles de hectáreas de la provincia de Huelva eran una maravilla única no sólo por “la riqueza y variedad de su flora y su fauna, sino por el carácter de refugio o lugar de anidamiento de las más valiosas aves migratorias de nuestro continente”.
La tarea no fue fácil. Sólo hay que echar un vistazo a la relación de propietarios de las fincas que se iban a ver afectadas: herederos de don Salvador Nogueras, Manuel González Gordons, Marqués de Borguetto, Leo Biaggi o la empresa nacional Calvo Sotelo. La flor y nata nacional e internacional, para la que estas marismas inhóspitas suponían su particular coto de caza.
Para salvar Doñana se movilizó tanto a la realeza como la ciudadanía. Con 21 millones de pesetas recaudados entre los activistas europeos se compraron las primeras 6.671 hectáreas de Doñana, que fue el germen del espacio protegido: la Estación Biológica de Doñana. Esa extensión se ha multiplicado hoy en día por 20.
Rescatar del olvido
El periodista ambiental Jorge Molina ha querido rescatar del olvido institucional la efemérides de “un patrimonio que no nos pertenece y nos coloca en el primer mundo”. Lo ha hecho con su web Doñana 50, donde compila “muchas historias con las que quería que se difundiera este patrimonio periodístico, que nos permite comprender algo que fue tan dificultoso. En aquel momento tuvieron que explicar muy bien la conservación de este espacio, porque nadie lo entendía. Son gente digna de reconocimiento”.
La historia de Doñana es la de las grandes hazañas, pero también de pequeños gestos. Uno de los más impactantes es la de ese guarda que, de la noche a la mañana, pasó de cazar linces por tres o cuatro duros (15-20 pesetas) a multar a sus propios vecinos, por hacer exactamente lo mismo.
Con el rabo como prueba
Así lo cuenta en su web, el periodista ambiental Jorge Molina: “lo propio al cruzarse con un lince era pegarle un tiro, o rematarlo si estaba atrapado en un cepo o un dogal de alambre. Tras ello, y con el rabo como prueba, se iba al cuartel de la Guardia Civil para tramitar el abono de lo estipulado por el gobierno, que en el caso del lince era entre 15 y 20 pesetas”.
Y continúa: “Pepe Boixo, uno de los míticos guardas de Doñana, me comentaba que él había matado mucho lince; incluso una vez una camada con 3 ó 4 cachorros, que sacó de un alcornoque y golpeó en sus cabezas «con una vierga». Eso sí, estupefactos lectores, al día siguiente del cambio de patrón en Doñana (es decir, cuando ya no fue el señor marqués, sino el Ministerio) procedió a vigilar y multar a todo aquél que se atreviera a tal cosa”.
La de Doñana es también la historia de dos titanes conservacionistas como José Antonio Valverde, el genio que salvó Doñana del franquismo, y Félix Rodríguez de la Fuente, el divulgador que sembraba cada semana el amor por la naturaleza en la mente de los españoles con su programa El hombre y la Tierra. A pesar de su larga amistad, Valverde, director del parque, no terminaba de darle los permisos de rodaje en Doñana al equipo de Rodríguez de la Fuente, motivo por el que el divulgador tuvo que dirigirle una carta personal a su amigo, que Molina ha publicado en Doñana50.
“Se trata de un choque entre el carácter endiablado de Tono (Valverde) y el carácter avanzado de Félix y que no es más que la típica dialéctica entre científicos y periodistas. Valverde miraba con un poco de recelo a Félix, que era un coloso, pero que él consideraba un advenedizo, que hablaba con el lenguaje propio de la tele. En cualquier caso, no terminaron mal, se conocían desde que eran muchachos y, en su momento, eran de los pocos que iban al campo con prismáticos, en vez de con escopeta”, explica el periodista.
Aunque las amenazas siguen cercando Doñana, como la sobreexplotación del acuífero por parte de los agricultores ilegales, el dragado la escasez de conejo, la presión sobre el lince ibérico o las urbanizaciones costeras, el periodista onubense cree que “los problemas son ahora peliaguados, pero podemos enfrentarnos a ellos, gracias a la ley y la conciencia ambiental de los ciudadanos”.
Al fin y al cabo, Doñana a punto estuvo de perecer arrasada a base de decretos franquistas, que permitían desecar las marismas y plantar eucaliptos y sembrar arroz en ellas. “En cinco o diez años, podría haber dejado de fluir agua del norte al sur de Doñana”. La sangre nunca llegó al río Guadalquivir. 50 años después podemos celebrarlo.