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Borregueros contra coyotes: la historia de los pastores aragoneses en el Oeste americano

Arturo Pérez Cebrián, uno de los protagonistas de 'Borregueros', hacia 1962.

Óscar Senar Canalís

Zaragoza —

Por un puñado de dólares, entre los años 50 y 60 del pasado siglo un centenar de aragoneses tomaron la decisión de cruzar el mundo. Su destino: el lejano Oeste. Su misión: ser pastores de rebaños de ovejas -'borregas'- en las extensas llanuras americanas. Aquellos jóvenes, muchos de los cuales apenas conocían Estados Unidos por las novelitas de quiosco, sin tener ni idea de inglés, se labraron un porvenir a miles de kilómetros de sus pequeños pueblos del Pirineo o los Monegros. Su odisea es ahora objeto de un libro, Borregueros: Desde Aragón al Oeste americano, obra de Carlos Tarazona.

Una imagen. Bajo un sol de justicia, un fornido hombre sujeta un rifle. Al fondo, un camión cisterna y un rebaño; en el horizonte, el paisaje californiano; a sus pies, un grupo de coyotes abatidos. El sujeto protagonista de la estampa no se llama John, Bill o Mike. Es Ángel Escanero, de Casa Alejos de Lanaja, y emigró a Estados Unidos en 1961 busca de trabajo, tras llegar a sus oídos que los rancheros de la Western Ranger Association buscaban pastores españoles para sus ganados. Como él, marcharon otros, como José Mendiara, de Casa Lobo de Ansó, o Sebastián Betés, de Casa Laplaza de Undués-Pintano.

Aunque esta corriente de emigración está muy bien documentada en el caso vasco-navarro (desde donde se calcula que partieron unos 5.000 pastores a tierras nortamericanas), apenas existía información sobre los que desde Aragón se sumaron a esta aventura. Carlos Tarazona supo de los borregueros aragoneses casi por casualidad, a través de la televisión, pero la curiosidad le llevó a tirar del hilo... Hasta recorrer 7.000 kilómetros, realizar un documental en 2008 y escribir ahora este libro de casi 400 páginas con sus historias.

Del Pirineo al desierto de Mojave

Aquellos emigrantes, como ocurre hoy, querían labrarse un porvenir que se les negaba en su tierra de nacimiento. “Todos marcharon forzados por las circunstancias de la posguerra. Ninguno era hijo primogénito y, por lo tanto, no iban a heredar el patrimonio familiar; si se quedaban en casa su única expectativa era trabajar por la comida y el alojamiento”, explica Tarazona. La promesa del Oeste era tentadora. Aterrizaron en Estados Unidos con un contrato bajo el brazo, tramitado desde España, lo que facilitó su entrada en el país.

Su adaptación a las nuevas y difíciles circunstancias no fue sencilla. “Estos hombres las pasaron putas”, sintetiza llanamente Tarazona. “Algunos tuvieron suerte y fueron destinados a ranchos en los que había patronos que hablaban español, pero la mayoría se encontraron con rancheros estadounidenses y se vieron obligados a aprender cuatro palabras de inglés sobre la marcha”. A la barrera del idioma se sumó una enemiga invisible pero terrible: la soledad. “Los mandaban al desierto de Mojave o a las montañas y los dejaban aislados durante meses con el rebaño; solo veían a una persona a la semana, al campero que les llevaba las provisiones”, cuenta el investigador.

Entre las anécdotas que recoge el libro está la del “pastor-coyote” aragonés, un borreguero oscense al que su patrón 'olvidó' enviar provisiones durante tres largos meses. Aquello le obligó a alimentarse a base de corderos del mismo rebaño que cuidaba... El hambre fue más peligrosa para aquellas ovejas que los coyotes o pumas que acechaban en las montañas de California. Y si el rebaño volvía con menos ejemplares de lo esperado, el trabajador se quedaba sin contrato.

Coyotes, pumas, serpientes de cascabel... “Nadie les advirtió de que se iban a encontrar con aquello, tuvieron que improvisar para combatir todas aquellas amenazas”, dice Tarazona. Algunos supieron sacarles a las sierpes una fuente extra de ingresos: “En ocasiones mataban a las cascabel adrede, porque les extraían el veneno y luego lo vendían a laboratorios, que llegaban a pagar hasta cinco dólares por bote”.

Mujeres entre pastores

Borregueros dedica un capítulo al papel que desempeñaron las mujeres en este universo pastoril. “Ellas también fueron protagonistas, y en letras mayúsculas”, destaca Tarazona, que se centra en el caso de cuatro mujeres. Bárbara Navarro, nacida en Fago en 1899, fue patrona de su propio rancho en Láncaster, en el que tuvo contratados a varios paisanos. Lo mismo ocurrió con María Malle, de Undués-Pintano, que junto a su marido, Lázaro Gorrindo, dio trabajo a pastores de su pueblo de origen. Su hermana, Felisa Malle, a la que algunos borregueros llamaban “la abuela”, ejerció en la práctica de madre para muchos de aquellos emigrados. La última de las estudiadas es Ana Mari Marín, que heredó la gestoría de su padre en Elizondo (Navarra), desde la que se tramitaron las entrevistas, viajes y contratos.

Otra imagen. José Mendiara presto a desenfundar unos revólveres, emulando al Pistolero Larry, su personaje favorito de las novelas de vaqueros que leía en su juventud en Ansó. En California, mientras trataba de sacar una oveja que se había caído a una acequia, se lesionó la espalda y se vio obligado a volver a España en 1966. Durante la elaboración del libro, José Larry Mendiara falleció. “Pude comprobar como todavía en su corazón, a pesar de todos los pesares, guardaba un lugar destacado para California”, escribe Carlos Tarazona.

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