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Sebastián Blasco Aznar, el republicano que “suicidaron” al acabar la Guerra Civil

Sebastián Blasco Aznar

Candela Canales

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“Hacía dos semanas que había acabado la Guerra Civil, aunque en Andorra hacía ya un año que mandaban los fascistas. Sebastián, que es como se llamaba aquel sastre valiente y apuesto, no había ido a la guerra porque era cojo y tenia familia, pero sus hermanos pequeños habían luchado en el bando republicano y hacía muy poco que habían vuelto del frente. Todos estaban muy asustados, pues cada día se iba esparciendo el horror y no había pueblo en el que no hubieran apresado o matado a alguien. Maestros, sindicalistas o simples obreros no dispuestos a achantarse eran sus victimas favoritas”, así empieza el cuento que relata la historia de Sebastián Blasco, el abuelo de May Borraz, que fue asesinado el 17 de abril de 1939 en Andorra (Teruel).

Sebastián Blasco, vecino de Andorra y defensor de la República, murió poco después de terminar la Guerra Civil. Oficialmente se hizo constar como un suicidio, aunque la familia nunca lo creyó. Cuando empezó el conflicto, Sebastián tenía 51 años y su familia se posicionó al completo en el lado republicano. “Desde que había acabado la guerra los fascistas del pueblo se habían envalentonado aún mas y se pasaban el día amenazando a todos los que no comulgaban con sus ideas. Y ellos eran, claramente, de los que no lo hacían. No hacía ni dos días que Sebastián había gritado un 'Viva la República' con el puño alzado en las escaleras del Ayuntamiento”, relata Borraz en el libro 'El último cuento. De abuelos y cunetas'.

El 17 de abril de 1939, terminada la Guerra Civil, murió. La versión oficial de su muerte fue un suicidio, pero su viuda, Manuela, siempre sostuvo que “lo habían matado por la espalda de noche cuando ya había acabado la guerra y volvía a casa, simplemente por republicano”. Estas palabras las reproduce su nieta, May Borraz, en el libro 'El último cuento. De abuelos y cunetas', escrito a modo de diálogo ficticio en el que relata a su abuela la búsqueda de los restos de Sebastián.

Fue asesinado por un grupo de falangistas, guardias civiles y afectos al nuevo régimen, y enterrado junto a la tapia del cementerio de la localidad. El parte oficial de la época determinó que Sebastián se suicidó clavándose su navaja en el cuello, para evitar su captura por haber tomado parte “durante la dominación roja en robos y otros hechos”.

La muerte de Sebastián dejo una viuda, Manuela, y tres hijas huérfanas de padre. Pilar, la mayor, tenia trece años; Luisa, la mediana, ocho; y Fabiola, la más pequeña y madre de May Borraz, aún no había cumplido los dos años.

80 años después de su muerte, May Borraz decidió desentrañar los misterios que la rodeaban: “Yo iba preguntando y tenía varias versiones de lo que había pasado y llegó un momento en el que quise conocer la verdad, tampoco sabíamos donde estaban sus restos y decidí que ya tocaba, empezó un proceso de investigación que acabó con una exhumación y dio pie al libro que es un diario novelado sobre el proceso”, explica. Cinco años después, publica 'El último cuento. De abuelos y cunetas' en el que relata todo el proceso de búsqueda e investigación.

“Mi abuela repetía como un mantra que lo habían asesinado después de la guerra una pandilla de cobardes, pero mi madre, que sólo tenía dos años cuando ocurrió, lo vivió como con vergüenza; creo que la primera generación, la de entonces, lo vivió con mucho miedo, la siguiente con vergüenza y la mía con rabia”, declaró May durante los trabajos de exhumación.

A finales de octubre de 2020 se exhumaron sus restos en las inmediaciones del cementerio de Andorra y el 7 de enero de 2021 se confirmó la identidad de Sebastián Blasco mediante una prueba de ADN. Las labores de exhumación se llevaron a cabo en la zona conocida como el “Corralico”, junto a la tapia exterior del cementerio de Andorra, donde señalan los testimonios que tras ser asesinado, su cadáver fue arrastrado hasta las inmediaciones del cementerio, siendo enterrado fuera del recinto.

El proceso se llevó a cabo con la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), a la que van destinados los beneficios de este libro, “es impresionante ver su implicación por una causa de lo mas loable y necesaria. Encontramos varios cuerpos, uno de ellos parecía que era de mi abuelo y luego lo confirmamos”, cuenta Borraz. Destaca la labor de esta asociación y de todas las que se dedican a la lucha por la memoria histórica, y recuerda que “debería ser competencia del Estado, son muertos del país, son derechos humanos y es el Estado el que se tiene que hacer cargo”.

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