El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Como una simple observadora de todos los matices y estremecimientos de la sensibilidad humana, dispongo mi objetivo sobre plazas, calles, avenidas, curvas y recorro, a modo de pájaro invisible, el presente de estos días que codicia un futuro inmediato y que será el marco donde se ordene política y socialmente la realidad de España y de todas y cada una de sus comunidades autónomas. En el año 2016, y mientras toda Europa daba por ganadora a Hillary Clinton, una marea que se vestía de verdades a medias, que se alimentaba del descontento y que en la desinformación relataba su verdad, consiguió que Donald Trump se convirtiera en presidente de los Estados Unidos: la gente votó y Donald Trump ganó. Luego vimos cómo Gran Bretaña decidía salirse de la Unión Europea y nadie conseguía entender qué había pasado, aunque el patrón se estuviera repitiendo, porque una vez más el populismo, las mentiras convertidas en verdades a base de ser machacadas y el descontento se habían impuesto y Europa era la gran culpable, la madrasta infiel y perversa que solo quiere invadir el suelo propio con tragedias ajenas y hacer de las propias cortinas de dulces espejismos. Gran Bretaña votó y dijo que no a Europa.
Es inevitable confesar que los planos de la sensibilidad humana son tantos y tan variados que es imposible saber qué es lo que gustó exactamente de Trump a los americanos y qué hizo que Gran Bretaña repudiara así a Europa. Lo que parece incuestionable es que las pérdidas a las que nos vemos abocados por nuestras propias decisiones y por las ajenas, nos llevan a buscar novedades que consideramos salvadoras y que solo suelen ser espejos atemporales donde queremos curar nuestros dolores, satisfacer nuestros deseos, así como condenar todo lo que entendemos y vemos distinto. Sin embargo, esos espejos acaban siendo prisiones donde encerramos nuestra libertad y dignidad como pueblo y es entonces cuando el extraño y duro saber de lo que hemos perdido se adueña de nosotros a modo de aquella tarde otoñal sin ti.
No sé cuál será el resultado tras las elecciones del próximo 28 de abril, me gustaría pensar que los matices y estremecimientos de la sensibilidad humana, por muy dolidos que estos estén, van a ser capaces de ver que nuestro país precisa de muchos comienzos, de interminables diálogos, de cortesía, respeto, integración, cultura, feminismo, ciencia. Futuro, en definitiva. Las incógnitas ante el 28 de abril son muchas: el voto de los más jóvenes es para mí una incógnita que me perturba, concretamente el voto de los hombres entre 18 y 22 años que mayoritariamente anuncian en sus círculos de amistad un voto a Vox porque sí, sin reflexión, sin importarles cuál va a ser el futuro de sus compañeras y amigas o el de la educación pública que les ampara o el de sus abuelos, luchadores en guerra fratricida, secuestrada su libertad por el franquismo y rotas sus esperanzas por una España sin futuro. Mi España es plural, bilingüe, trilingüe, es mediterránea, cántabra, sureña y en el norte sus pirineos de piedra me invitan a asaltarlos y cobijarme en sus huecos y en su memoria, memoria que da nombre al lugar en el que nací: Aragón. “Tienes nombre de río, pequeña nación”, canta la Ronda cuando atardece en el Sobrarbe y el Ebro pinta a Aragón en tonalidades que solo quien ama acierta a ver.
Quiero reconocerme en mis diferencias, de la misma forma que participar de las diferencias de los otros. Quiero que me reconozcas en mi diferencia, de la misma forma que yo pueda amarte y reconocerte en la tuya, porque no hay más bandera que alzar al aire que la de la tolerancia, el respeto, la libertad, la integración, la igualdad. Mi bandera tiene todos los tonos que tú desprecias o amas y tiene cuerpo de mujer y cuando siento miedo, presurosa corre a protegerme, porque está hecha de siglos de historia, de esperanzas, de derrotas y por eso es inclusiva y delicada. Mi bandera también tiene miedo, porque es humana y llora y ríe y padece. Y muere cuando es olvido.
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