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Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

No le des una caña de pescar, dale una tabla de surf

Raúl Oliván

El Departamento de Educación del Gobierno de Aragón me ha invitado a dar unos talleres a los equipos directivos y responsables de innovación de los centros educativos. Pensándome ante quienes serán los principales mentores de las próximas generaciones, incluida la de mi hija, he organizado algunas de mis ideas a partir de mi experiencia en los ecosistemas de emprendimiento e innovación social. En este sentido, Zaragoza Activa es un observatorio privilegiado de la triple transformación estructural que está provocando la 4ª Revolución Industrial, que está afectando a la naturaleza del trabajo, al modelo de las empresas y a la gobernanza de lo público. En este artículo realizo un diagnóstico de la situación a partir de la curva de Kuznets, que relaciona crecimiento económico y desigualdad, para acabar apuntando algunas claves que podrían ser aplicadas en un nuevo ecosistema educativo, con el objetivo de dotar de herramientas a las generaciones que piden paso.

Según la película Terminator (Cameron. 1984) en el año 2029 un ejército de máquinas gobernadas por una inteligencia artificial llamada Skynet, asola el mundo y somete por completo a la humanidad. En esta distopía futurista, la Resistencia, un grupo de humanos rebeldes, lucha contra las máquinas y son la única esperanza que nos queda a los mortales. El resto del argumento ya lo conocen.

Faltan tan solo trece años para 2029 y nada nos hace pensar que los robots aspiradora Roomba se vayan a transformar en ángeles exterminadores, sobre todo porque ni siquiera alcanzan aún a limpiar bien el polvo de las esquinas. Así que podemos estar tranquilos.

No obstante, los niños y niñas que acaban de llegar al mundo -la mía tiene 18 meses- van a tener que librar inexorablemente una carrera contra las máquinas. Aceptemos que hay cierta conexión entra la malvada Skynet de Terminator y la actual red hiperconectada. Si metemos en el laboratorio el big data (conjunto de datos que generamos diariamente) que cocinan Google o Facebook, los algoritmos de los mercados de valores que mueven miles de millones en microsegundos sin que medie humano alguno, los comercios sin empleados de Amazon o su nuevo robot clasificador Kiva, junto a los taxis sin chofer que investigan ya Uber y Volvo, o el software inteligente que aprende sobre sus errores, o incluso los nuevos videojuegos procedurales capaces de crear capas infinitas de realidad, unidos a la tecnología blockchain (cadenas de bloques que soportan los bitcoins) y la deep web (la internet oculta) donde campan desde la mafia rusa hasta los hackers del gobierno chino; todo junto, bien mezclado, da bastante miedo, y es material suficiente para unas cuantas secuelas más de Terminator. O al menos, para ese futuro retorcido que tan bien ha sabido retratar la serie de televisión británica Black Mirror.

La robotización, la automatización distribuida, la fabricación digital a pequeña escala o el internet de las cosas, conforman eso que el Foro de Davos ha bautizado ya como 4ª Revolución Industrial, y aunque la ventana de oportunidad que abren éstas y otras tecnologías para el progreso social y económico es innegable, a corto y medio plazo, va a generar una tensión significativa en nuestros modelos productivos. El pronóstico de Davos es que de aquí al año 2020, solo en el territorio de la OCDE, 7 millones de empleos habrán desaparecido.

¿Son estas tecnologías de la 4ª Revolución Industrial los incipientes terminators de la clase media y trabajadora tal y como la conocemos ahora? ¿Avanzamos hacia una sociedad completamente polarizada, entre profesionales muy especializados que saben manejar las máquinas -y por tanto bien remunerados- y aquellos cuyo trabajo es tan poco cualificado que no sale rentable sustituir por dichas máquinas y están condenados al desempleo o la precariedad?

Antes de empezar a organizar la resistencia neoludita, comenzar a quemar nuestros robots aspiradora o quitar las baterías a los drones de tus hijos, conviene revisar bien los datos y mirar hacia el pasado para saber qué podemos encontrarnos en el futuro. Al fin y al cabo, hoy podemos estudiar cuál fue el balance de las dos oleadas de innovación que cambiaron el mundo moderno: la primera y la segunda revolución industrial. Tenemos una información que los seguidores de Ned Ludd -los luditas- no disponían cuando saboteaban los telares industriales a principios del Siglo XIX, para denunciar que el empleo artesano especializado se iba a extinguir en favor de trabajadores poco cualificados que exigían menos derechos y salario. Y tenemos también más datos que los movimientos huelguistas de principios del Siglo XX, cuando luchaban contra el taylorismo, la organización científica del trabajo que parceló de forma más eficiente las cadenas de montaje, estandarizando el papel de los operarios, y reduciendo al mismo tiempo costes y capacidad de negociación del movimiento obrero.

Desde la atalaya del Siglo XXI sabemos que ambas revoluciones industriales, a la postre, facilitaron un despliegue de riqueza, empleo, derechos y libertades, sin precedentes en la historia. Sabemos que ambos procesos históricos siguieron el patrón de la hipótesis de Simon Kuznets, el economista ruso que identificó una relación directa entre crecimiento económico y desigualdad, a través de una curva con forma de U invertida. La curva de Kuznets establece que todo proceso de crecimiento económico sostenido -una revolución industrial es el mejor ejemplo posible- produce mayor desigualdad en sus primeras fases, pero que una vez superada esa transición dolorosa, existe una inercia natural a la distribución de la riqueza, y por tanto al incremento de la igualdad social.

La pregunta que cabe hacerse hoy es en qué punto de la ola estamos ¿Acabamos de empezar a subir y queda lo peor? o ¿ya hemos tocado techo y comenzamos a descender hacia el valle de la abundancia? La respuesta no es sencilla ni yo tengo capacidad de responderla. Existen muchas variables. Empezando porque las diferencias son notables por países, hay algunos que sí parecen reflejar bien su posición en la curva de Kuznets. Brasil y China, por ejemplo, han disfrutado durante los últimos años de un ensanchamiento de la clase media como consecuencias de procesos de crecimiento y redistribución de la riqueza a gran escala. Hay otros, sin embargo, como muchos de países europeos o los EEUU, donde durante las últimas cuatro décadas, los índices de desigualdad se han disparado. La mejor foto de esta realidad la hizo Thomas Piketty en El Capital en el Siglo XXI, y basta una consulta a la World Wealth Income Data Base, para comprobar la tesis del economista francés.

Invalida esto la famosa curva de Kuznets, o acaso los países europeos y los EEUU, están subiendo aún lo peor de la pendiente de la tercera revolución industrial. Bajo esta hipótesis cabría especular que aún no nos habríamos recuperado de la subida de la tercera gran ola, esa parte de la pendiente donde la desigualdad incrementa como consecuencias de las sucesivas reconversiones industriales, sometidas a ciclos de innovación acelerados, que dejan fuera de juego capas importantes de la sociedad, cuya reabsorción tarda muchos años en completarse porque depende de políticas de medio y largo plazo (reformas fiscales, reformas educativas y sobre todo, presupuesto y marco regulatorio para estimular el cambio de modelo productivo)

Por lo tanto, si damos por bueno el augurio del Foro de Davos, y asumimos que estamos comenzando ya la 4ª revolución industrial, al mismo tiempo que aceptamos las tesis de Piketty sobre desigualdad; la conclusión es que o bien Kuznets no tenía razón, o bien, que no estamos ante una simple ola, sino ante un tsunami, que ha encadenado dos ciclos de crecimiento e innovación, sin apenas tiempo de recuperación entre ellos.

O dicho de otro modo, que la 3ª y 4ª revolución industrial, o como las quieran llamar porque eso es indiferente, estarían conformando una onda más alta de lo deseable, provocando que una generación entera vaya a vivir con la sensación de que crecimiento económico significa incremento de la desigualdad. Una premisa por otro lado, que no nos debe coger por sorpresa si tenemos en cuenta las recomendaciones que el FMI, BCE o la OCDE han hecho a los países en apuros en los últimos años, donde las principales medidas anti crisis han sido flexibilizar el mercado laboral, abaratando la mano de obra; recortes salariales directos para pensionistas o funcionarios; y adelgazamiento de los grandes servicios públicos, en servicios de protección social, educación y sanidad, principalmente. Es decir, hemos pagado crecimiento económico con desigualdad, bajo la promesa de que en el futuro todo será mejor, cuando superemos la cima de la curva de Kuznets y lleguemos al valle de la abundancia.

Yo soy de los que pienso que los economistas ultraliberales no son malvados que acarician gatos desde sus cátedras eméritas de la Escuela de Chicago, sino científicos que confían en que sus recetas propician curvas de Kuznets de onda corta: un poco de dolor y tensión social inicial para llegar poco después, tras unas décadas fugaces, a una zona de confort, empleo, redistribución natural y bienestar, sin que cese el crecimiento entre tanto. Concedámosles esa licencia, los economistas utilizan fórmulas y cálculos para objetivar la asunción de decisiones complejas y socialmente difíciles de digerir. Digamos que lo hacen por nosotros.

Solo hay dos problemas con esta forma de entender la economía política, primero que no ha nacido economista infalible en sus pronósticos, y nos lo demuestran a diario cuando decenas de premios nobel se contradicen entre sí frontalmente. Y lo más grave, que en las hojas de cálculo para proyectar procesos macro económicos, donde los años ocupan apenas una celda, no caben los millones de sueños rotos de toda una generación.

Dicho de otro modo, que a los jóvenes y niños que hoy tienen menos de veinte años, nadie les garantiza que el presente ciclo de crecimiento que vivimos ahora, resumida en la gran ola de Kuznets, vaya a tener una longitud de onda tan grande como para tragarse una generación entera, víctima un proceso demasiado doloroso de incremento de la riqueza basada en desigualdad.

Así que, frente a decenas de responsables de centros educativos aragoneses, y más concretamente ante sus responsables de innovación, siendo yo mismo padre de una futura alumna suya, me veo en la obligación de contarles que dar la caña de pescar, en mi opinión, ya no es suficiente, que lo que necesita la próxima generación de jóvenes, es una tabla de surf para enfrentar la gran ola de Kuznets que se les viene encima.

¿A qué me refiero con darles una tabla de surf? Me refiero a tejer un ecosistema educativo de innovación social que desborde al actual sistema oficial, pero para colocar éste en el centro de una malla más densa, distribuida y abierta de actores clave y aliados, que incluya empresas, sociedad civil, ONG, gobiernos, asociaciones... Un ecosistema educativo de innovación centrada en las personas, que conecte los itinerarios oficiales con espacios no – formales, informales e incluso anti formales de educación. Lo que podemos aportar a este ecosistema educativo desde nuestra experiencia en Zaragoza Activa se puede resumir en cinco claves.

1. Un curículum educativo expandido, transversal y complementario al oficial, basado en competencias. «Cuéntame qué sabes hacer y no qué has estudiado» preguntan los empleadores cada vez más en las entrevistas de trabajo.

A este respecto, nosotros en Zaragoza Activa estamos a punto de lanzar el primer Portfolio profesional por competencias transversales aplicado a un ecosistema educativo informal, un documento que recogerá el nivel de desempeño de los casi 9.000 miembros de la red ZAC a lo largo de su participación en los cientos de actividades que programamos cada mes; midiendo cuántas horas ha invertido cada miembro en nueve competencias transversales: Emprendimiento, Innovación, Liderazgo, Inteligencia Emocional, Comunicación, TICs y Redes, Trabajo en Equipo y Transformación social y colaborativa; que hemos definido junto a la Universidad de Zaragoza. Creemos que será la primera plataforma que mida un itinerario educativo informal, de tal manera que las personas que han participado en decenas de actividades en Zaragoza Activa, podrán adjuntar a su curículum y a su LinkedIn, su propio portfolio de competencias.

2. Una metodología orientada a la acción y al aprender haciendo, basada en proyectos, donde las personas escogen sus propios itinerarios. «Queremos personas con autonomía que tomen decisiones» nos cuentan los jefes de recursos humanos.

En Zaragoza Activa contamos con muchas iniciativas que se enmarcan en este propósito. El programa Flip&do son unos talleres de pensamiento de diseño para chavales de instituto, donde se convierten en emprendedores sociales con el reto de resolver un desafío colectivo, que en esta primera edición ha sido el ocio alternativo. A través de paneles de modelo de negocio adaptados a fines sociales, o mapas de empatía, utilizan el pensamiento de diseño para crear soluciones. También es reseñable el MIE (Mediación – Innovación - Emprendimiento), el programa que acabamos de lanzar con la Universidad de Zaragoza, donde siete personas serán contratadas durante un curso para realizar un proyecto de investigación aplicada, cooperando con los ecosistemas de empresas de la Universidad y Zaragoza Activa, actuando a la vez como mediadores de la comunidad, programando actividades o dinamizando grupos de innovación abierta, para acabar publicando sus resultados con licencia creative commons, e incluso, lanzando un producto mínimo viable (una empresa o un servicio) como resultado del año de investigación.

3. Propiciar escenarios de co-creación y co-diseño que fomenten el aprendizaje colectivo, mezclando el diseño experto con el diseño difuso. «Necesitamos gente que sepa trabajar en equipo» es un clásico de las ofertas de empleo.

El mejor ejemplo de este objetivo, es La Colaboradora de Zaragoza Activa, el espacio de trabajo compartido, donde una comunidad de emprendedores comparten experiencias y servicios, con una dinámica de banco del tiempo. Frente a la lógica competitiva e individual del relato del emprendimiento clásico, nosotros hemos reconstruido la narrativa a la inversa: un espacio de emprendimiento colaborativo, donde los intereses legítimos individuales se suman a los del colectivo para hacerse más fuertes los unos a los otros. Nuestro papel como soporte público, es el de facilitar diseño experto al diseño difuso que aporta la comunidad, es decir, garantizar la sostenibilidad de las iniciativas, crear los marcos adecuados, canalizar las energías en la buena dirección. Acompañar en definitiva, como hacen los buenos profesores. Del DIY (do it yourself, hazlo tú mismo) al DIWO (Do it with others, hazlo junto a otros)

4. Estimular la creatividad innata de las personas, a partir de sus pasiones y de sus afectos. La creatividad es la capacidad de imaginar cosas que no existen y la mejor forma de anticiparse al futuro es crearlo. «Me da igual qué ha estudiado usted, quiero saber si sabría resolver este problema» es lo que piensa el jefe cuando le pides promoción.

En este apartado, quiero citar la importante labor que han hecho los compañeros de Milla Digital con programas como Etopía Kids, las actividades de iniciación al código o la robótica para niños, que desde hace ya tres años está inoculando el virus de la ética hacker en los más jóvenes. La ética hacker se basa en la pasión de mezclar creatividad con libertad, que son valores que conectan muy bien con los jóvenes millennials. Nosotros hemos querido reforzar este área con un nuevo proyecto llamado La Remolacha, un HackLab (laboratorio hacker) que tendrá cuatro pequeñas estaciones de trabajo: Huerta, Artesanía, Maker, Robótica. Con talleres didácticos por las mañanas y actividades por las tardes, desde cómo montar tu pequeño huerto hidropónico en la terraza controlado por arduino (hardware libre), hasta como hackear tu propio teléfono, o por cómo imprimir tu propia tabla de skate.

5. Fomentar el pensamiento crítico, las respuestas alógicas y la planificación disruptiva. Porque el pensamiento crítico es la capacidad de construir buenas preguntas, y su rescate en los ecosistemas educativos es urgente, como dicen Lafuente y Freire en su manifiesto sobre la SlowU, una llamada a rehumanizar el sistema educativo más allá de la apisonadora del enfoque profesionalizador. Lo que me recuerda a la cita que usa en muchas de sus presentaciones Marcos García, el Director de MediaLab Prado: «La tecnología es la respuesta, pero ¿cuál era la pregunta?»

A este respecto, dentro de Zaragoza Activa el programa que mejor responde a esta derivada, son los Grupos de Investigación – Acción en nuestra sede de Las Armas. Son seis grupos abiertos, dinamizados por un facilitador, donde se forman, reflexionan, debaten y diseñan acciones colectivas. Mapeo Colaborativo trabaja con la tecnología de Open Street Map y hace poco han mapeado los obstáculos de accesibilidad en el Casco Histórico; Hackeo Urbano repiensa el espacio físico público como elemento común; Economías Feministas, reflexiona sobre la economía reproductiva y de los cuidados; Tráfico de ideas, se conjuran para para mejorar la ciudad; Software Cívico, debate sobre programas abiertos y libres para el activismo. A los grupos residentes, podemos sumar los Laboratorios que promovemos una vez al año para pensar la ciudad y sus modelos productivos, de modo diferente, o el propio BlogZAC, con secciones como What if? En colaboración con Colaborabora, sobre innovación social y pensamiento divergente; o Economía Circular en Código Abierto, editada por ECODES.

La gente conoce Zaragoza Activa por el Vivero de Empresas, la Biblioteca Cubit, Made in Zaragoza o el Semillero de Ideas; pero lo cierto es que esos programas son solo la punta de un icerberg más grande, un ecosistema de emprendimiento e innovación social, que entre otras cosas funciona también como un escenario de educación informal. Así que si tuviera que resumir ante los responsables de los centros educativos aragoneses cuál es la clave para fomentar la innovación, diría que es más filosofía, menos respuestas cerradas y más preguntas abiertas; diría que es incluso más poesía, como apuntan Lafuente y Freire en el texto SlowU. Hazlo bello dice el manifiesto de la ética hacker.

El reto es cómo podemos trasladar todo esto, o al menos cómo podemos conectarlo, con el sistema educativo oficial. Seguramente no será una tarea fácil. Reconozco que el nivel de tentativa, experimentalidad e incluso riesgo, que podemos jugar en Zaragoza Activa, no se puede, no se debe tampoco, extrapolar a un sistema tan importante y sensible como el ámbito educativo. Quizá nuestro papel sea ese, experimentar, equivocarnos y acertar, y a partir de ahí, transferir experiencias, metodologías y tácticas. Abrir espacios de libertad e itinerarios de autonomía, para hacer aún más universal el mapa de posibilidades. Y juntos pasar del sistema al ecosistema educativo.

Frente a la gran ola de Kuznets a proyectos como Zaragoza Activa nos toca ser una escuela de surf. Nos podemos dedicar a esto, porque en los institutos y la universidad, los profesores buenos enseñarán a nuestros hijos a nadar. Pero los mejores profesores, los imprescindibles, les enseñarán además a diseñar la tabla de surf, a imprimirla en tres dimensiones, a pintarla juntos, a preguntarse por qué flota, a compartir el tutorial en YouTube, a publicar los planos en código abierto para que los usen chavales de todo el mundo o a reflexionar qué tiene que ver la cultura del surf con la filosofía taoísta...

Confiemos en que lo mejor está por venir, cuando lleguemos al valle de la abundancia y las máquinas hagan viable la vieja utopía de emancipación y fraternidad, nuestros hijos -vuestros alumnos- no solo vivirán mejor que nosotros, sino que serán mejores personas.

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