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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

El Gordo de Franco

Francisco Franco en 1971, en la inauguración de la central nuclear de Garoña (Burgos)

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Los finales de la vida nunca terminan. Los recuerdos se encargan de que sigan activos en la memoria. Las emociones contribuyen a realzar la actualidad del pasado. Unas veces con añoranza y otras con la satisfacción de rememorar buenos momentos. La tristeza nos quiere atrapar, falseando el pasado, para idealizar la realidad. La física del tiempo nos impide reconocer que la edad nos mejora. Es un escape artificial que nos sirve de escudo contra la interrupción natural. Somos seres más continuos que contingentes. El escritor Pirandello nos describió a seis personajes en busca de autor. Pero los humanos, lo que de verdad necesitamos, es un guion. Buscamos el sentido, necesitamos la lógica y esperamos la congruencia. Lo paradójico es que, para hacerlo, nos basamos en ficciones, leyendas y religiones que rellenan los vacíos de la razón con monstruos de pesadillas. La nostalgia es adictiva porque endulza la historia. Funciona como una chuche llena de calorías vacías. Esconde lo que nos disgusta y contiene aquello de lo que carecía en su momento. Al ponernos nostálgicos empeoramos el presente, tropezamos con el porvenir y disimulamos el pasado. Tres en uno.

Hace unos años, los humanos poníamos fechas a todo. Ahora ponemos emociones. Los días pasan más lentos que los sentimientos, así que nos eternizamos en un calendario que tiene más emotividad que festividades. Nos comienzan el verano, el curso o las navidades, cuando quieren, y nos los terminan cuando les da la gana. El nivel de 'alcolonia' en la sangre de las pantallas nos indica la cercanía al fin de año. Hay disparos de salida que retumban en los corazones. Los anuncios de la lotería, los turrones o las cadenas de alimentación disparan directo al corazón. Este año se han unido a esta ofensiva empalagosa, hasta los fríos e insensibles suecos de Ikea. Pero si analizamos estas historias de falso buenismo, vemos que les falta continuidad. Son guiones inacabados de una historia sin final. El cuento del niño abandonado por sus padres es una realidad que compartimos en fechas tiernas, pero al que no prestamos atención el resto del año. El chico protagonista pide de regalo una estantería, a la tienda de muebles, con la sana intención de un reencuentro familiar con el que recuperar la dictadura de su atención exclusiva. Al final del spot, las imágenes borrosas nos despiden de la ficción, mientras la realidad se impone al otro lado de las cámaras. La familia abre el paquete soñado por el joven. Puede ser una estantería Smagora, Baggebo o quizás la peligrosa Billy, que debe su nombre a un montaje tan traicionero como el famoso pistolero del Viejo Oeste. Las escenas recortadas incluyen una agria discusión de los padres sobre la capacidad de entender las instrucciones. La bronca de la pareja crece cuando un malentendido les hace echar en falta uno de los tornillos. Pero la cosa estalla, tras iniciar el montaje, cuando descubren que al poner el primer panel al revés, los sucesivos carecen de sentido y equilibrio. Mientras el niño llora desconsolado, padre y madre deciden mandarse mutuamente a la estepa sueca. El chico, sólo en casa, aparece en la toma final acariciando en la cama los teléfonos móviles de sus padres, con la esperanza de volver a tener una vida en común. Fin. Lo ven, no era tan sencillo. La agencia creativa del anuncio de la lotería no se ha atrevido a retroceder hasta la lista de décimos premiados de 1975 y se han quedado en 1995. Han sentido más vértigo que memoria. Malos tiempos para la lírica políticamente arriesgada. En el mensaje publicitario de la lotería se incita a la delincuencia por relevar datos privados (total en Navidad, salvo al fiscal general, todos los jueces son permisivos con aplicar la ley). A lo que se suma el comportamiento obsesivo de la protagonista (¿no podía ser él?) llamando a horas intempestivas a su familia para, con el susto, provocar un infarto a sus padres al despertarlos a las tres y trece horas de la mañana. No sabemos si al colgar llaman a un cardiólogo para ellos o a un colega para que trate a su hija. Y además ¿para qué iba a cobrar el agraciado, ahora abuelo, un décimo con unos 9.000 euros de premio, al cambio actual? Todos sabemos que, si el amor de nuestra vida nos regala un boleto premiado con ese dinero, lo lógico es ponerlo en un cuadro y no cobrarlo. Nada de celebrarlo juntos, por supuesto ¿Para qué dedicar su cobro a la compra de pañales, biberones y gastos de guardería del nuevo recién llegado? Lo mejor es enmarcarlo, para luego perderlo. No cuela.

En resumen, los otros finales nos permiten traicionar la nostalgia comercial con memes muy personales. Unos lo llaman autodefensa y otros, gamberrismo, pero todos tenemos derecho a nuestro propio guion de vida y continuidad, por mucho que se acerque el fin de año. ¡Que estamos en noviembre! ¡Un poquito de por favor! Claro que, si nos acordamos de que mañana se cumplen 50 años de la muerte de Franco, la nostalgia nos hace tiritar. No voy a sacar mucho heroísmo porque mi alegría por la muerte del dictador se limitó a celebrar con la mayoría de la chavalería, que no había colegio. Recuerdo eso y los chistes sobre el golpista moribundo que hoy hubieran aparejado más de una condena por los jueces de la Inquisición que siguen en activo.

La nostalgia es peligrosa porque es enemiga de la historia. Hoy se ha institucionalizado y normalizado una rebeldía descerebrada contra la democracia. La ultraderecha se apodera de ese falso sentimentalismo para construir un relato diferente del vivido y sufrido por tantos hombres y mujeres que lucharon por las libertades. Y la derecha actúa de cómplice, y deja hacer, por lo que puedan necesitar de ayuda mutua en sus alianzas presentes y futuras. Durante más de 40 años nos tocó el 'Gordo' de Franco. Algunos quieren cobrar ahora un premio que nos dejó firmado con su pedrea contra las libertades. Con ganas, y sin nostalgia, toca defender, consolidar y avanzar en lo conseguido para seguir construyendo un guion de futuro en progreso. Con los derechos no se juega.

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