Raíces de cristal
Cien años es más que una vida para el ser humano, pero nada en el devenir histórico de los territorios. Como en el árbol, las raíces de los pueblos se endurecen guardando en su interior la savia que les vio nacer y levantando, con el paso inexorable del tiempo y las circunstancias, el esqueleto del que algún día será un árbol –o un pueblo- con identidad definida.
Es el paso de las generaciones, las vivencias, las costumbres… las que dan profundidad a la fotografía de un núcleo perdido en algún recodo de cualquier provincia. En la España rural, hasta la esquina más escondida tiene un nombre -una historia- que pasa de padres a hijos y que da sentido a quienes lo habitan, porque les dice quiénes son, y quiénes fueron sus ancestros decenas de años atrás.
Crear una historia
Es por eso, por lo complicado de ser el primero, de empezar de cero, por lo que debemos valorar aún más el esfuerzo de quienes -hace ahora poco más de 60 años- llegaron tanto de otros lugares de la provincia como de otras Comunidades Autónomas, para convertir un desierto en un territorio donde convive un singular patrimonio natural y medioambiental con una importante actividad social, y habiendo alcanzado por ende un perfecto equilibrio entre la persona y su entorno.
Y hoy, al menos en la provincia de Huesca, estos pueblos contribuyen decididamente en la lucha que las instituciones altoaragonesas mantienen contra la despoblación. Acaso, hubiera servido de gran ayuda que estos núcleos de población se hubiesen edificado más cerca de las localidades tradicionales, pero también contra eso se lucha buscando sistemas de diversificación económica, como son el turismo o la transformación agroalimentaria.
En ello andan inmersos en la Diputación Provincial de la provincia de Huesca. Para su presidente, Miguel Gracia, “la solución podría estar en un sólido equilibro entre lo urbano y lo rural, dos espacios complementarios que se necesitan -lo rural a lo urbano para su financiación, y lo urbano a lo rural para su supervivencia-”. Y este equilibrio deberíamos empezar a buscarlo porque, al menos en esta provincia, la densidad de población está muy por debajo del 10 % en una zona nada despreciable de su territorio.
Pero no basta con el equilibrio entre lo urbano y lo rural, el turismo o la diversificación agroalimentaria para aumentar el censo de nuestros núcleos rurales. Es necesario, además, que la gente conozca lo que se está haciendo para facilitar la vida a quienes quieren comenzar una nueva vida en nuestros pueblos, incluidos los de colonización.
Existen múltiples formas de amplificar la acción de nuestras Instituciones, y una de ellas es el prestigio que aporta el reconocimiento de un premio del calado del Félix de Azara
Premio Félix de Azara
El premio Félix de Azara es la máxima distinción que la Diputación Provincial de Huesca otorga a una acción relacionada con la conservación del espacio natural, la transmisión de la riqueza del patrimonio a las futuras generaciones y la apuesta por el desarrollo del territorio altoaragonés. Es por ello que la Diputación Provincial ha propuesto conceder a los colonos de la provincia de Huesca el XX Galardón Félix de Azara.
Así lo acordaron, por unanimidad, los portavoces de PSOE, PP, PAR y Cambiar Huesca, al valorar la contribución de todas estas personas a la conservación de un espacio natural que pasó de ser un desierto a convertirse en un territorio donde convive un singular patrimonio natural y medioambiental con una importante actividad social, habiendo alcanzado un perfecto equilibrio entre la sostenibilidad social y la medioambiental.
Esta concesión recuerda todo el compromiso de estos pobladores que se instalaron en las décadas de 1950 y 1960 en nuevos pueblos creados en los entornos del canal de Monegros, la zona de Flumen y el Canal del Cinca. Gracias a su trabajo, posibilitaron la reconversión de tierras de secano en tierras fértiles que, hoy por hoy, son una parte fundamental del Altoaragón y son ejemplo de cómo es posible la convivencia entre trabajar la tierra y ser respetuosos con el entorno medioambiental.
Pueblos de tierra
Los 15 pueblos que nacieron con el Plan General de Colonización han ayudado a despertar una tierra casi yerma, pero el mal de la despoblación subsiste, y la acción de los gobiernos debe incrementar su trabajo en esta y otras provincias de la España del interior.
Las instituciones más cercanas –Ayuntamiento y, sobre todo Diputaciones- han definido planes de atracción de población que a duras penas consiguen retener la ciudadanía local. Es necesario que los Gobiernos autonómicos y nacionales se impliquen; e impliquen, de paso, al Parlamento Europeo para que asuma las riendas de un problema que acabará -y si no al tiempo- poniendo en riesgo el futuro de las sociedades occidentales. Al menos, como las conocemos a estas alturas del siglo XXI.