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Sea usted un tipo brutal, pero sin sangre, por favor

24 de noviembre de 2025 22:04 h

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Breve historia del ejercicio de la fuerza. 

Supongamos que hace más de 2 millones y medio de años aproximadamente -¡quién va a datar con exactitud tal enormidad de tiempo! - un tipo peludo descubrió que con una piedra afilada en la mano podía imponerse a otro tipo peludo que no tenía tal artilugio. El armado supo entonces que tenía el poder. Y así, a los 500.000 años antes de la era común, por ejemplo, otro tipo perfeccionó la cosa, la hizo más agresiva y dañina, y pudo comprobar en cabeza ajena que tenía más poder. Y así, pasito a pasito, que si una daga, y luego una espada, para pasar al rifle, la granada de mano, la bomba atómica y los drones. Ahí está, en este apretado resumen de Gila, la fuerza bruta del poder, como te muevas te machaco, cerdita, que dice hoy el máximo representante de una humanidad corrompida, ese señor que se llama Donald Trump, un salvaje al que mejor le pegaría el sílex que el portaaviones nuclear.  

En paralelo, el poder creó otro mundo menos grosero que diera amparo revestido de decencia a la brutalidad de los guerreros. Y así nacieron los jefes de la tribu, los césares, los faraones, los emperadores, los califas, los reyes. Hasta que se descubrió la democracia, “el peor sistema de gobierno a excepción de todos los demás”, según palabras adjudicadas a uno de los mayores caraduras de la historia, sir Winston Churchill. Pero tanto los guerreros como sus presuntos guardianes de la paz, que en realidad montaron miles de guerras a lo largo de siglos sangrientos, necesitaban acompañarse de bulla y parafernalia variada, que si sumos sacerdotes, o sea, papas, cardenales, popes, imames, lamas y demás santurrones, que obligaran al respetable a caminar derechitos por el camino correcto. O sea, que nadie se saliera de la ruta marcada por aquello de la superestructura que nos dejó dicho Karl Marx, acabo de lavarme la boca con lejía, esas instituciones políticas o legales sustentadas en sus propias ideas, como la religión, mero reflejo de la estructura económica de las sociedades. Porque eso sí, los más ricos del lugar, siempre, siempre, amparaban todo aquel tinglado, masacres salvajes incluidas, desde su superior posición en las máximas alturas, tan inaccesible para la ciudadanía, ay, aquí tienen mi espalda para el látigo.

Y ya, andando y andando en el tiempo, hubo un país mediano, poco más de 500.000 kilómetros cuadrados, más de dos millones tiene Groenlandia, de larga y agitada historia, en el que la inteligencia y la sofisticación intelectual llegó a un grado máximo y sus cabezas pensantes fueron capaces de crear la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Tantos siglos de espadachines y espadones, de garrotazos en la arena y de fusilamientos en las tapias de las plazas de toros, llevaron al convencimiento de las sesudas derechas del país a pensar que para qué llenarse de sangre las bocamangas, para qué soltar al albero a la guardia mora o a un teniente coronel bigotudo y semianalfabeto, se sienten, coño, con el consiguiente bochorno internacional ante espectáculos tan deplorables. Mejor, mucho mejor, elegir para obtener los fines deseados a unos señores leídos y escribidos, disfrazarles con unos ropajes largos, vistosos y de autoridad, y añadirles unos manguitos cuajados de encajes, un conjunto verdaderamente chisposo. Esto de los disfraces tiene lo suyo, que los generales vestidos con uniforme de gala, un cardenal con sus arreos o un ayatolá con su turbante aparentan ser mucho más altos, más guapos y más listos. Y, por encima de todo, más poderosos.

El ejercicio de la fuerza, decíamos al comienzo. Con hacha o con sentencias. Da igual. El objetivo último, por el que empeñamos vidas, haciendas y dignidades, es demostrar que el poder es nuestro, que la justicia -quién osa discutirnos a nosotros, los jueces- y que la verdad solo será verdad si tal cosa se nos antoja. Usted, sea mozo de cuerda o fiscal general del Estado, será culpable si así se nos pone en las togas, y además, le diré por qué cuando a mí se me antoje. ¿Razonamientos? Para qué. ¿Pruebas? Las que yo quiera. ¿Testigos? De todo, menos periodistas rojos, peste a extinguir. Superman es un niñato, dios apenas nos llega al dobladillo de las togas. Y usted, simple reo, se calla.

Eligieron para el anuncio de la ejecución, que no de los argumentos, el 20-N, 50 años de la muerte del Caudillo Francisco Franco, “de brillantísima e intachable historia, que el 18 de julio de 1936 se puso al frente del Ejército y empezó la Guerra de Liberación de España”. Emotivo recuerdo para los salvadores de la patria, porque “aun sabedores del dolor que la guerra supone, no titubearon en producirlo. (...) Es lo mismo que cuando una persona necesita una operación (...) y son, precisamente, aquellos que más le aman quienes le llevan al cirujano”. Gracias, excelentísimos señores magistrados por su granito de arena -más bien el Pico Aneto entero, 3.000 metros de roca- para impedir “la terrible amenaza que pesaba sobre España de una revolución comunista”, que no otra cosa es el régimen dictatorial impuesto por Pedro Sánchez. Lo dicho, gracias, gracias, gracias. (Los entrecomillados, palabras textuales de papeles de la época). 

Y un reconocimiento a su labor aún mayor porque así hemos visto, a las bravas, sin tapujos ni disimulos, cómo no queda otra a las gentes de bien que luchar a brazo partido con todas las armas que podamos, para que la derecha que nos abruma, tan bien legitimada por esta juristocracia de la que habla el profesor Urías, no consiga rompernos el espinazo de la dignidad. No habrá ser viviente y pensante en este país, todavía no abducido por las mentiras insultantes y zafias del aplaudido trío formado por la polímata Díaz Ayuso, su mentor Rodríguez y el defraudador confeso, secundados como fieles caniches por Feijóo, Tellado, Gamarra y otros politiquillos del montón, ni mencionemos a Abascal, cuidado no se escape, que no vea con sus propios ojos que el modernísimo carro de combate de la derecha viene dispuesto a aplastar, a machacar, a triturar, a todo lo que suene a izquierda o, simplemente, a decencia, como ya hicieron en los años treinta del siglo pasado con la República. Nada ni nadie quedará a salvo de su vesania. Y para demostración de cómo se las gastan los modernos vándalos, suevos y alanos, ahí tienen a Trump y su guerra contra los gobernadores demócratas, los periodistas o los universitarios en general, tipos bien respetables, incluso para el sistema, muy lejos de cualquier veleidad extremista. Esta ultraderecha no conoce límites. El mundo es nuestro, proclaman, y no hay lugar para vosotros, zurdos piojosos. 

Dolor sobre dolor. Porque hay que resistir, también, a la vergüenza de los Ábalos, los Koldo y a lo que parece, los Cerdán. Pasa en las mejores familias cuando contemplan que el cuñado de su cuñado, un tipo simpático y campechano, ha pegado cuatro puñaladas a su esposa. ¿Cómo es posible, nos preguntamos todos, que hayamos convivido en guateques, bautizos y funerales con un tipo tan salvaje y no nos hayamos dado cuenta? O sea, ¿cómo es posible que Pedro Sánchez, los dirigentes del partido, los mismísimos ministros y ministras, no hayan detectado que tenían a su vera a unos tipos tan despreciables, venga billetes, venga tarjetas de gasto? Tremenda decepción, tremenda desilusión. Daños de difícil reparación que obliga a la izquierda a tener siempre el ojo avizor y mantener alta, muy alta, la cota de la permisividad ante determinadas actitudes. Y el PSOE debe dotarse de mecanismos que impidan estas barbaridades. A como dé lugar. La corrupción es sucia, grasienta, inmunda, mancha todo lo que toca. Y hay que cortarla de raíz. Ya, ya sabe el Ojo que se han tomado medidas rápidas. Pero no lo suficiente, que ha faltado exigencia y perspicacia. Y, por supuesto, conoce también el caso de la corrupción del PP en Almería. Pero de nada nos sirve el y tú más. No queremos, no podemos tener, mugre en la izquierda. 

Seguro que les gustaría leer cosas alegres y dicharacheras. Pues hoy no es el día. Porque ahí tenemos la cumbre del clima o la propuesta vergonzante de Trump para acabar con la guerra entre Rusia y Ucrania. Resumen sencillo, todo para Putin, como en Gaza fue todo para Netanyahu. La fuerza de la brutalidad, una vez más. Europa no existe, von der Leyen irrisoria y cobarde, Francia, Alemania o Gran Bretaña atenazados por el miedo al yanqui feroz. Y cuanto más temor se muestre, más crecerá el ansia dominante del monstruo naranja, sin cortapisa alguna a su brutalidad. Poco podemos hacer en el mundo mundial, que se dice, pero precisamente por eso, aquí, en esta modesta piel de toro, la izquierda debe levantar la cabeza y plantar cara, cuerpo e inteligencia ante esta derecha devoradora.  

Adenda. Somos bobos y nos lo tenemos merecido. ¿Qué paparrucha absurda es esta de empezar a encender luces, comprar regalos, llenar los restaurantes un mes antes de que llegue la Navidad? Ya celebrar eso de la nochebuena tiene lo suyo para los ateos -el Ojo dice presente-, pero es que de año en año se supera cualquier límite de estupidez y nos hemos visto arrastrados con semanas y semanas de antelación a una borrachera colectiva, una majadería contagiosa que lleva a políticos presuntamente bien ahormados, a presumir de asombrar a la ciudadanía con el árbol que luzca el mayor número de bombillas del país, o a celebrar, internet mediante, rebajas y más rebajas de chismes que no necesitamos para nada. Explosiones de riqueza falsa, tanto como la felicidad que por obligación debe invadirnos, sin que tengamos otro remedio que caer en la demagogia de acordarnos de la pobreza infantil y el llamado sinhogarismo que se oculta, sobre todo en Madrid, hipocresía barata del PP. ¿Qué estrella, dice usted? ¿De qué bondad universal nos habla? ¿A qué viene tanto jolgorio, tanta alegría sandia?   

Por cierto, qué fea, qué hortera, es la iluminación madrileña, con su nacimiento y todo. El Ojo nació en Chamberí, qué quieren, pero lo mismo, tras la invasión de la marabunta de la reina del vermú y el inefable Almeida, qué horror, diga a partir de ahora cuando le interroguen que ha nacido, yo qué sé, tal que en la muy noble ciudad de Chiclana.