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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

No hay 'mataderos buenos'

Fotograma del vídeo grabado en el matadero de Maule por el colectivo animalista L214.

Kepa Tamames

Recientemente, la máxima autoridad civil de Maule (en la provincia de Zuberoa, País Vasco francés) ordenaba el cierre cautelar del matadero local, después de que trascendieran ciertas imágenes que ponían en cuestión el protocolo de bienestar animal del centro. 'Poner en cuestión' significa en el presente contexto que algunos operarios obviaban la más elemental consideración hacia los animales que pasaban por sus manos. Así, desmembraban corderos aún conscientes, degollaban terneros agonizantes y golpeaban con brutalidad a otros.

Las terribles imágenes fueron recogidas por cámaras colocadas en lugares estratégicos -de manera clandestina, claro está- por activistas de una entidad proteccionista gala. La clausura tiene mero carácter cautelar: apenas una semana, el tiempo que necesite la policía para recabar los datos necesarios. De hecho, con toda probabilidad esté a pleno rendimiento cuando este artículo vea la luz. Los treinta y pico empleados se quedaron sin trabajo durante dicho tiempo, y hasta hubo un par de despedidos, que además se enfrentan a penas de cárcel y a fuertes multas.

Califico de 'terribles' las imágenes, y he de confesar, sin embargo, que no las he visto. Hace años que intento evitar que se me cuele por la retina toda esta mierda. Porque ya vi mucho, y porque ya poco me aporta constatar con mis propios ojos que alguien apalea hasta la muerte a un aterrorizado corderito. Supongo que mi cobardía tiene estrecha relación con la supervivencia emocional.

En el citado matadero se sacrifican cada año setenta y cinco mil almas. Esto da una media de más de doscientas cincuenta diarias, descontados festivos, que para eso tienen los operarios derechos sindicales.

Muchas veces he pensado en cómo se mata una vaca. En cómo se la mata de manera natural, quiero decir. Yo no sabría qué hacer para quitarle la vida si me dejasen con ella en un prado, por ejemplo. Imagino que a la primera pedrada el animal se alejaría bamboleando su corpachón ladera abajo. O quizá decidiera devolverme mi propia medicina, y poco recorrido tendría un servidor ante una mole de quinientos kilos. Es bastante más probable que saliera peor parado yo que ella. Pero en un matadero local, de pequeñas dimensiones, matan treinta de esos gigantones cada hora: uno cada dos minutos. Y no solo lo matan, sino que además lo despedazan hasta donde sea preciso: cabeza por aquí, pellejo por allá, vísceras por acullá… En apenas unas horas, cientos de individuos más o menos sanos entran por su propia pata en el recinto, y salen de él descuartizados y mezclados en cajas apilables: ojos con ojos, hígados con hígados, tráqueas con tráqueas.

Al hilo del caso referido, los veterinarios explicaron que, en líneas generales, “los trabajadores de los mataderos son reclutados a menudo por sus condiciones físicas, y no por su sensibilidad hacia los derechos de los animales”. Me parece una afirmación bien contundente. Por ser cierta, y además porque exhibe una mentalidad entre extraña y macabra. Desde luego que no les concedo a sus autores ni rastro de mala fe. Pero al tiempo me resulta imposible no hacer la subsiguiente reflexión sobre qué entenderá esta gente por “derechos de los animales”. Violar estos debe de significar en su cabeza apalear corderos, degollar vacas conscientes, y poco más. Por consiguiente, no supondría ir contra esos derechos separar madres de hijos a muy temprana edad, ni trasladarlos compartimentados al infausto centro de exterminio, o mismamente soltarles un disparo en el entrecejo. Uno cada dos minutos. El ministro de Trabajo habló en similares términos, reconociendo una “crueldad innecesaria” en la actitud de los trabajadores. En fin…

Seamos claros. Con independencia de que se sea militante animalista acérrimo, de que se crea en una mejora de las condiciones de vida (y de muerte) de los “animales de renta” o de que sencillamente se tenga un atisbo de humanidad, hemos de concluir que aun el más pulcro matadero -¡el number one de los mataderos del mundo mundial!- genera inmensas dosis de sufrimiento en su doble vertiente: física y psicológica. ¡No puede ser de otra forma! Pues no cabe imaginar a operario alguno que albergue un poquito de compasión en su pecho. De ser así, quiero pensar que enloquecería a las primeras de cambio. O quizá es que han aprendido a correr un tupido velo sobre sus conciencias nada más fichar a la entrada del recinto.

Las autoridades pretenden convencernos de que, caso de no haber acontecido dichos “excesos”, el matadero de Maule sería un “buen matadero”. Creo que los “mataderos buenos” no existen, y que por tanto la expresión se nos presenta en sí misma como un puro y demoledor oxímoron.

Recuerdo haber leído hace muchos años un reportaje sobre mataderos en cierta publicación animalista. Entrevistaban a un operario, precisamente, solicitándole su parecer sobre la opinión generalizada de que los matarifes han de ser por fuerza gente ruda. Él, lejos de desmentirlo, lo aceptaba resignado: “¿Y cómo quieren que seamos, si pasamos buena parte del día con sangre hasta los tobillos?”.

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