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Con su permiso

Iñaki Ochoa de Olza

Tengo un amigo que de vez en cuando se dirige a escalar en el Himalaya y se le olvidan “los papeles”. Él dice que tiene muy mala memoria. Y mi amigo no escala solamente seismiles o picos de trekking, no; él sube ochomiles, de los gordos. Pasa por Kathmandú o Islamabad y no se acuerda de hacer esa visitilla al ministerio de turismo correspondiente para pagar los 10.000 dólares USA de nada que cuesta el permiso para escalar en Nepal o los 5.000 del ala que cuesta la historia en las tierras del Islam. Mi amigo dice que su olvidadiza costumbre es resultante de sus numerosas visitas al mundo de la hipoxia extrema, ese que según los médicos te deja las neuronas como para alicatar el baño; brillantes, pulidas, pero carentes de alma y chicha.

El caso es que su héroe de la infancia era un austriaco que se llama Edi Koblmuller, y que, obviamente, con ese nombre no podía ser otra cosa que himalayista. Es un tipo que se hizo famoso por subirse al Cho Oyu de un modo discreto y barato. Bueno, la cosa sólo fue discreta hasta la vuelta a casa, cuando los periodistas, esos bichos, destaparon la jugada y se montó la que se montó. El gobierno de Nepal que amenaza con no dejar escalar a los austriacos en su país, la federación austriaca que le deshereda de por vida, y los gurús de la comunidad alpinística internacional que se lo querían comer a bocados.

¿También tú crees que los ochomiles son caros? Eso es que te han domado, finalmente. Quizás te han parado en demasiados controles de carretera y al final, como yo, les has cogido miedo a los uniformes, a los burócratas, a los empleados gubernamentales y a los encargados de que el mundo gire todo ordenado sin que nadie piense individual y libremente. O quizás demasiados funcionarios de hacienda te han hecho el tercer grado. Pero el caso es que al final has llegado a pensar que las cosas sólo se deben hacer desde dentro de todas esas cosas que las mentes bienpensantes y aborregadas gustan de enmarcar en, precisamente, magnos marcos; el famoso marco constitucional, el no menos famoso marco legal, el marco estatutario...

Porque mi amigo dice que los marcos éstos le oprimen. Y que, como es pobre, no puede colaborar con el gobierno corrupto de Nepal, que ha dado pie a que el país esté en guerra civil. También dice que para qué va a pagarle nada a Musharraf, el de Pakistán. ¿Para tenderle puentes a Bush y que éste bombardee a gusto? En el Tibet dice que tampoco quiere saber nada de los papeles chinos, y hace unos años se coló hasta la cocina en el Shisha Pangma. Sueña con ir de trekking al Baltoro, y dice que el K2 le parece un monte de trekking “precioso, de los más bonitos”. Y si acaso compra el permiso del K2, entonces piensa subir primero al Broad Peak, que es según su opinión “como una antecima del K2...”.

Mi amigo quiere ser como los demás “sin papeles”: los franceses que escalaron por la sur del Annapurna, los polacos que treparon al Broad Peak, el coreano que subió el Cho Oyu, el otro francés que se encaramó al G1, los catalanes que se pasearon por la sur del Shisha, el iraní que visita todos los años el Cho Oyu... Mi amigo quiere volar alto sin pasar por los trámites que el hombre impone para ponerles precio a los sueños.

Creo que mi amigo sueña con mundos sin fronteras y sin burócratas. A mi me gustaría ser como él. Algún día.

Columna publicada en el número 26 de Campobase (Abril 2006).

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