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Búlder en Faro Budiño, rayando los dedos

Búlder en Faro Budiño

Anxo Rial / ArteXPhoto

El bloque siempre ha estado ligado al escalador en estas tierras, la principal razón siempre fue la falta de grandes tapias verticales. Esta escasez de metros nos ha abocado a ver líneas en casi todas las piedras del camino y creedme que por aquí hay muchas. La necesidad de escalar nos ha empujado al búlder, el destino es así…a grandes males, grandes remedios.

Por lo tanto hacer historia del comienzo de la escalada en bloque por aquí, es un poco relativo, a todos los que nos gusta trepar nos hemos subido a alguna roca en algún momento y el bloque nunca hasta ahora se ha considerado una forma de escalada, sino un medio para estar en forma. Un ejemplo muy significativo es lo que durante muchos años fue el muro de piedra del barrio de Bouzas en Vigo,-hoy desaparecido- que sirvió de entrenamiento a varias generaciones de escaladores, cuando los días de invierno eran cortos y la falta de tiempo impedía desplazarse a las distintas escuelas de escalada. Ni que decir tiene que los rocódromos no habían nacido, hablamos de finales de los años 70 y el búlder ni de lejos tenía la repercusión que tiene hoy en día.

No sería justo hablar del campo de bloque de Faro Budiño sin hacer mención a la escalada con cuerda en el lugar, son términos indivisibles, pues aquí en los aledaños de lo que hoy es el campo de bloque, se han marcado muchas y gloriosas etapas en los primeros compases de la escalada en Galicia. La proximidad a la ciudad de Vigo ha determinado que desde 1959 se escale con más o menos asiduidad en estas peñas.

Aquí se gestaron las primeras vías intrépidas del Sur de la comunidad gallega. Budiño fue paso obligado a diferentes generaciones de escaladores, y abrió la puerta a objetivos más preciados como la vecina zona portuguesa de A Peneda, Picos de Europa, Pirineos o Alpes. También, cuando le llegó el momento, la bota dura y los peldaños fueron dando paso al revolucionario pie de gato y a técnicas más modernas en la escalada que permitieron subir por donde antes parecía imposible. Son los comienzos de los 80 y sin duda marcaron los años dorados de la escalada en Faro Budiño, personajes como Miguel López, Toni Novas, Quino o Pichu son algunos de los nombres que de alguna forma trazaron líneas vanguardistas y visionarias de una nueva época en la escuela. Forzaban al libre las buriladas de artificial que trazaban las paredes más largas del Faro Budiño o las placas de “pitones” por donde nadie subía en libre, llevando un poco más allá la resistencia de los sufridos dedos.

El campo de bloque

Con todo ese movimiento generacional de antaño, tiene cierta lógica que en las proximidades de la zona de escalada se fuera gestando, por los escaladores punteros del momento, lo que hoy es el campo de Búlder de Faro Budiño. Entre los años 1983/84 el laberinto de “penedos” de la zona fue tomando forma, primero se marcaron los bloques más evidentes y nació como un pequeño y simple circuito de entrenamiento para la escalada en la pared de la escuela, en otras ocasiones el campo, al estar orientado de forma diferente a las paredes era un magnífico lugar para huir del agobiante calor del verano, pero sin duda, siempre ha sido un lugar para la diversión entre colegas que calmaban sus “piques” entre los bloques y los nuevos problemas del campo. Surgen nuevos retos con movimientos muy explosivos, muy exigentes con las yemas de los dedos, pues éstos grandes cristales de feldespato que cubren la roca son muy agresivos. También se maneja un alto nivel de exposición, contando con que lo único que amortiguaba por aquel entonces una mala caída era el compañero y algún trozo de alfombra vieja o esterilla… aún estaba muy lejano el concepto de búlder que tenemos hoy en día, no existían las colchonetas y mucho menos la ropa de diseño específica para ello.

Con el tiempo, y no sin altibajos de popularidad, el campo paso de febril actividad a periodos de absoluto abandono. Incluso un gran incendio en el año 2006 envió al cementerio de los árboles todas las especies que contribuían a la sombra estival, creando un espacio totalmente apocalíptico. Más tarde, los madereros después de la tala abandonaba los restos de los árboles por todo el recinto, creando un caos impenetrable. Con este campo de cultivo una nueva vegetación asentada en las cenizas convirtió el campo en lugar para el recuerdo.

Entre finales del 2007 y principios del 2008 la obstinada labor de un grupo de escaladores locales posibilitó un nuevo resurgir, limpiando, abriendo nuevos pasos, trazando caminos o plantando nuevos árboles. Todo éste esfuerzo es materializado en una presentación en sociedad en la primavera de 2008, se hacía también un encuentro de escaladores y todos los problemas y nuevos movimientos se plasmaban en una guía del lugar.

Hoy este campo de bloque de Budiño ya está consolidado y existen diferentes circuitos, catalogados por dificultades, edades o estilos de escalada. Posibilita sesiones de entrenamiento para todos los públicos y especialmente útiles para el trabajo de continuidad. Mención aparte merece el circuito de fisuras por estar representadas casi todas las posibles, lo que permitirá a los amantes de la autoprotección mejorar notablemente su técnica, eso sí, con dolor incluido, así que las manos es mejor llevarlas bien vendadas.

Y por supuesto no nos podemos olvidar de los “corners”. Éste es sin duda el estilo que da carácter especial al campo. En cada esquina hay uno diferente para probar, y existe un amplísimo abanico donde escoger según nuestro nivel, desde el IV al 8º grado, lo que nos permitirá disfrutar de esta peculiar forma de progresión.

Este circuito es un fin en sí mismo y muchos escaladores poco menos que han abandonado la cuerda para venir a Budiño solo a blocar. El campo ha visto más de una competición, reuniones, fiestas y hasta el mismísimo Alex Huber estuvo probando movimientos por la zona. Es raro el día que no hay gente intentando alguno de los 200 pasos diferentes que hay en estas dos hectáreas de superficie. La labor de embellecimiento continúa y el proyecto de convertir el campo en un bosque autóctono, sin eucaliptos y que conviva en armonía con el bosque de bolos va tomando cuerpo. El camino ya está hecho, bolos quedan todavía para nuevos proyectos, es solo cuestión de tiempo.

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