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Entrevista David Remartínez, periodista y escritor

“El consumo es como el sexo, es humano, forma parte de nuestra condición primaria”

El periodista y escritor David Remartínez es autor también de 'La puta gastronomía'.

Rubén Alonso

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David Remartínez (Zaragoza, 1971) es periodista, ensayista y crítico gastronómico y cultural. Ha trabajado en periódicos, radios y revistas en varios puntos de España durante más de dos décadas y acaba de publicar 'Culo veo, culo quiero' con la editorial cántabra El Desvelo Ediciones, un ensayo sobre el deseo en nuestra sociedad y el deseo concretamente aplicado en los hábitos de compra. En plena pandemia, todavía arrastrándose las consecuencias de la crisis económica de 2008, Remartínez aborda las contradicciones que se agolpan en torno al consumo, más allá de anatemas moralistas pero también de coartadas seudoliberalizadoras. Para el autor, el deseo de adquirir forma parte del ADN humano, tan parte de él y tan placentero, o tormentoso según se vea, como comer, dormir o practicar sexo. El quid, a su juicio, está en el cómo.

¿A la hora de comprar, qué es básico y qué es superfluo?

Eso lo tiene que decidir cada cual. En el libro explico que ese debate, qué es un deseo y qué una necesidad, o incluso qué es una apetencia, ocupa desde hace siglos a los filósofos y a los clérigos, y también a los economistas, los sociólogos, los publicistas… Cada sociedad establece una vara de medir, como en otros ámbitos, que marca qué es un capricho y qué una necesidad. Pero esas convenciones evolucionan conforme lo hacen las propias sociedades, las apetencias se convierten en necesidades conforme la tecnología avanza. Pero vaya, en último término cada cual hemos de decidir esa división, porque solo así podemos disfrutar de caprichos y de necesidades en su respectiva medida.

En su último ensayo usted rompe una lanza a favor de un consumo desdramatizado y a la medida de cada cual: ¿No es esta una manera bastante sutil de apelar al 'compra como si no hubiera un mañana'?

Jajajaja. No, precisamente es al revés. Yo creo que compramos más cuando disfrutamos más del placer de comprar que de aquello que compramos, cuando la satisfacción termina en la caja registradora, al coger la bolsa. Yo animo a disfrutar al máximo de lo que compras después de consumarlas, porque entonces acabas comprando menos. Cuantas más cosas acumulas, menos tiempo puedes dedicar a disfrutarlas. Por contra, si exprimes cada objeto que compras, te dura más y acabas necesitando menos. En el libro animo a ese tipo de aprovechamiento y a comprar teniendo en cuenta no solo criterios de placer personal, sino también colectivos. Porque precio y valor no coinciden casi nunca.

¿Por qué comprar cualquier cosa que vaya más allá de las necesidades básicas parece tener un anatema social encima?

Porque es un tabú, aunque suene paradójico. Como todos los placeres, históricamente han sido censurados como una frivolidad frente a las virtudes supremas. Sacerdotes y pensadores han ensalzado las virtudes, atribuyendo los placeres al comportamiento irracional, infantil, plebeyo. Cuando no es así. Sin aprender a apreciar y sofisticar los placeres es imposible desarrollar ninguna virtud. Porque pensar con épica no significa ser virtuoso, la virtud se demuestra en la acción, no en los púlpitos o en las cátedras. La virtud se demuestra en la cama, en la tienda, en el trabajo, en el trato a los demás. En la importancia que le concedemos al dinero y en la facilidad para la risa frente a la gravedad de las cosas.

¿Cómo se explica que quien nos censura por gastar por encima de nuestras posibilidades sea partidario de incentivar el consumo como una manera de reactivar la economía? 

Otra paradoja. El problema es que aceptemos esa explicación, que “hemos consumido por encima de nuestras posibilidades”. Vivimos en un sistema capitalista basado en el consumo, en primer lugar, y sustentado en la deuda. En lo público y en lo privado, en las administraciones, en las empresas y las casas. Es un sistema especulativo disfrazado de bienestar social que se ha vuelto tan complejo que ya ni siquiera lo entendemos. En su última fase, el nuevo capitalismo es un sistema controlado por corporaciones financieras como BlackRock o Vanguard, por fondos que dirigen personas responsables de la última crisis global y que ahora, con el reordenamiento financiero, controlan tal cantidad de sectores, incluidos los tecnológicos, que acumulan más poder que los propios estados. Dirigen la economía mundial, imponen sus estrategias y además paren eslóganes perversos como ese “habéis gastado por encima de vuestras posibilidades”. Los políticos, apesebrados de los nuevos fondos y sus magnates-gurús, repiten esos mantras neoliberales para echarle la culpa al vulgo. Mientras las mismas corporaciones que controlan el poder nos empujan a seguir consumiendo como única salida a nuestra pobreza reciente. Aunque sea una huida hacia el abismo.

Vivimos en un sistema capitalista basado en el consumo, en primer lugar, y sustentado en la deuda. Es un sistema especulativo disfrazado de bienestar social que se ha vuelto tan complejo que ya ni siquiera lo entendemos

¿El consumo es como el colesterol: lo hay bueno y malo?

El consumo es como el sexo: es humano. Forma parte de nuestra condición primaria. Con el capitalismo se exacerbó, lógicamente, pues en el consumo se basa nuestra economía, y ahora además se ha convertido una locura de tal calibre que amenaza el planeta. Pero en sí mismo, el hecho de adquirir objetos que nos hagan la vida más placentera es bueno. Para mí por lo menos. Cuestión distinta es si ese consumo se convierte en otra cosa, en un abuso, una dependencia, o cualquier trastorno. Como el sexo.

Ante una crisis económica como la que está en ciernes, ¿cómo gestionar la frustración de quienes no llegan a final de mes?

En primer lugar, no hemos salido de la crisis anterior. Y además, afrontamos una nueva, que probablemente nos doblegue hasta límites insospechados. Y en segundo lugar, hay muchas frustraciones en esa que mencionas en tu pregunta. Si te refieres a no poder comprar tanto como antes, no queda más remedio que amoldarse a una época más austera. Si se trata de no poder sufragar con tu sueldo, pensión o subsidio las necesidades básicas de supervivencia, entonces ya no hablamos de consumo, sino de pobreza. Pero existe una segunda frustración, de índole colectivo: la de un sistema económico que nos ha estafado, y que sigue haciéndolo, porque lejos de ser corregido por nuestros gobernantes, se ha camuflado mejor y con una voracidad más salvaje en sus entrañas. Esa frustración debería zarandearnos como ciudadanos y ciudadanas, y empujarnos a coger las antorchas ya.

El sistema económico nos ha estafado y, lejos de ser corregido por nuestros gobernantes, se ha camuflado mejor y con una voracidad más salvaje. Esa frustración debería zarandearnos como ciudadanos y ciudadanas y empujarnos a coger las antorchas ya

Usted ha escrito en similares términos sobre el hábito de la comida, sobre la gastronomía. ¿Va a acabar esta fiebre gastronómica algún día?

Ya ha bajado muchísimo. Precisamente porque no podemos pagar menús degustación de cien euros, porque no hay concejales amañando recalificaciones en restaurantes de lujo con botellas de Ribera de mil pavos, porque España empieza a ser pobre. Toda esta tendencia de regreso al producto, de elogio al agricultor y el ganadero, de vuelta al pueblo, es en buena parte una readaptación de un mercado esnob a las circunstancias socioeconómicas en las que malvivimos desde 2008. Sin embargo, como de los años ricos nos ha quedado una afición por comer y beber bien, seguimos hablando mucho de gastronomía. Solo que ya no entendida únicamente como alta restauración, sino como lo que es: alimentación, sociología, economía… Una mezcla de todo lo humano, porque nada hay más humano que el fuego y la alimentación.

La pandemia está afectando a la vida social de los españoles y a la vida en la calle. ¿Conseguirá el virus cambiar los hábitos de los españoles y hacernos más centroeuropeos en nuestro ocio?

Uy, es que yo creo que esto de Centroeuropa o de los Países Nórdicos es un mito para nosotros como la tierra seca de 'Waterworld'. Los españoles nos fustigamos por nuestro carácter y creemos ver xanadúes en cualquier latitud más rica. Menos los fachas, claro, que los ven en el bigote de Isabel II. Lógicamente, el virus nos ha recluido y ha enfatizado nuestras relaciones y consumos online, pero lo de la calle lo llevamos en la sangre. Otra cosa es qué entendemos por calle, si bares, tiendas y paseos, o algo más. Porque precisamente hace tiempo, mucho antes de la pandemia, que hemos perdido las calles como un espacio colectivo para algo más que el consumo. Eso es lo que deberíamos recuperar: las ciudades.

Con la edad, ¿comer y dormir son placeres superiores al del sexo?

Jajajaja. No. Son complementarios. Y no dejan de crecer, como las orejas, los pelos de la nariz o las uñas.

¿Por qué a las autoridades les cuesta tanto poner en cintura la vida social en un contexto de contagios por COVID-19?

Porque nos hemos acostumbrado a vivir negando el azar, nos hemos creído que somos capaces de todo y que nos merecemos todo. Y cuando llega la desgracia, nos rebelamos contra ella, y buscamos culpables para no asumir que el mundo, simplemente, a veces funciona ajeno a nosotros, sin explicación ni justicia, y que no nos queda más remedio que cuidarnos mientras dure el temporal. Y porque además, ojo, hemos perdido el sentido colectivo de la vida, el concepto de que nuestros actos influyen en los demás, que ser ciudadano y ciudadana no tiene nada que ver con opinar en Twitter.

Nos hemos acostumbrado a vivir negando el azar, nos hemos creído que somos capaces de todo y que nos merecemos todo. Y cuando llega la desgracia, nos rebelamos contra ella

También la pandemia está acelerando el uso de sistemas alternativos de información y comunicación. Como experto en el modelo de podcast, ¿qué expectativas de futuro o de presente ve?

Es el modelo de moda porque es el último en aparecer, pero no deja de ser un formato. Tiene ventajas respecto a otros, pero también desventajas. Entre las primeras, que recupera una complicidad entre emisor y público especial, que no existe en las redes sociales. Va a crecer mucho aunque, como todo en este mundo acelerado, probablemente sature rápido el mercado.

¿Cómo afecta a la cultura la pandemia?

No me gusta hablar de cómo afecta la pandemia a la cultura, o a la hostelería, o a lo que sea. No me gusta parcelar efectos cuando hablamos de un órdago a nuestro estilo de vida. Segmentar las consecuencias empuja a dividir a la población, a que unos consideren que lo suyo es más doloroso que lo del resto. Aparte, tengo un problema con el concepto de cultura, nunca sé cómo acotarlo. ¿Actos y producción de productos culturales, como libros, cine, música? Se me queda corto.

¿Cree que los medios de comunicación están dando la talla con la crisis sanitaria?

No, claro que no. Pero porque llevan tiempo sin dar la talla, y por eso están en decadencia. Han respondido a las sucesivas crisis esquilmando plantillas y vulgarizando su oferta, por no hablar de su responsabilidad social. No han encontrado un nuevo modelo económico ni una nueva voz en el entorno digital. Y han olvidado su oficio, que es explicar el mundo indagando, preguntando y cuestionando. Llegada una catástrofe, se los ha comido, por mucho ruido que hagan repitiendo en los titulares que atravesamos una catástrofe. Porque detrás del titular no suele haber nada más. Hasta los tuits son mejores en ese reduccionismo sin fondo que los medios de comunicación tradicionales.

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