Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Como una corona
En Madrid está todo. No es una teoría. No es una pregunta. En Madrid está todo. Y es todo. Esa ciudad canta y ríe y juega y llora, todo a la vez, se emborracha, baila sobre el horario de cierre, vomita, esa esquina, la otra, a pesar de candidatos, candidatas, alcaldesas con laca, lo resiste todo porque está hecha para ser indiferente, cálida siempre, majestuosa.
En Madrid entras a un bar, de madrugada, a comprar tabaco, y te encuentras el mundo. Es el Pequod sin Moby Dick y sin capitanes locos. Porque en Madrid está todo. Lo hemos dicho. Y el camarero te dará cambio, te dará también el mando para que tú mismo actives la máquina, pero dale así, que el botón no va muy bien, y de vuelta en la barra te despedirá con un abrazo y un escribe unas líneas en cuanto puedas.
En Madrid está también la cuesta de Moyano, con todos sus libros viejos, veteranos de la guerra de contar historias buscando la caricia de una mano en sus lomos. En Madrid tienen, en la cuesta de Moyano, un libro de Manuel Vilas que solo cuesta un euro, casi nuevo, altivo como los libros casi nuevos cuando conviven con esas ediciones en rústica de los premios Planeta que se vendían con las estanterías y acaban en el exilio impuesto por las mudanzas.
Y en ese libro de Manuel Vilas, que ya no está en Madrid porque está en tu mochila, puedes leer, en el autobús de vuelta a Santander: “El dinero es la vida. En eso se ha resuelto la democracia española: el dinero es la vida. Si no tienes dinero, pégate un tiro. Si tienes poco dinero, haz el favor de callarte”.
Frases, esas frases, sabes, que se te quedan dentro, el dinero es la vida, colgando de una costilla, en eso se ha resuelto la democracia española, se te agarran al bazo, si no tienes dinero pégate un tiro, escupen en tu hipotálamo, si tienes poco dinero haz el favor de callarte, mordiéndote el corazón.
Te obligan a recordar, todas esas palabras juntas, que ser pobre es delito. Porque los pobres no tienen otra cosa que ofrecer que su hambre. No merece la pena hablar de los pobres. Se callen. Se vayan. Nos cuestan dinero. Se mueran. No pidas, no hables, no nos gustan ni tus cosas de pobre ni tus problemas absurdos, no queremos que duermas en la calle, nos ensucies los cajeros con tus cartones. Tus historias no le interesan a nadie.
Yo recuerdo cuando éramos pobres, antes de que nos convencieran de que la pobreza es una cosa vergonzosa que hay que repudiar por todos los medios. Antes de que empezáramos a levantar alambradas afiladas como navajas y a colocar cerraduras por triplicado para proteger nuestra falsa riqueza de pagarés y letras y plazos.
Contra ese olvido sirve Madrid, esa ciudad que te vive y que primero dijo que no pasarían y después soportó durante cuarenta años su miedo y su muerte -cuarenta, uno detrás de otro, con todos sus meses y sus días, aunque las monedas de Felipe VI hablen de 70 años de paz y concordia- y nunca se avergonzó ni de su hambre ni de su derrota. La derrota es una corona siempre, y hay que llevarla con orgullo, igual que las cicatrices.
¿Y esta columna? Esta columna tiene trampa. Porque no habla de la lluvia, ni de ayuntamientos, gobiernos, tejemanejes chungos, proyecciones de voto, parlamentos, urnas, ruedas de prensa, infografías, sonrisas electorales. Tiene trampa porque ni siquera es una columna. Es algo mucho más intrascendente. Es una declaración de amor.
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