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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Curar selectivamente?

Hospitales vascos

Jesús Ortiz

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En las instrucciones de seguridad que las aerolíneas dan a sus pasajeros avisan de que en caso de despresurización caerá del techo una mascarilla con suministro de oxígeno por cada asiento. Si viaja acompañado de niños debe usted, adulto, ajustar primero su propia mascarilla y luego la del niño. La instrucción es clara en inglés: adjust your own mask first, pero muy dudosa en la traducción: «Si usted viaja con niños, ajuste primero su mascarilla», lo que indica que se ajuste primero la del niño, en la frase el más cercano a la palabra su. Se confunde el su, de él, con el su, de usted. Con un poco de suerte el sentido común quedará por encima de la torpe traducción repetida decenas de miles de veces cada día.

Porque el sentido común dice que los cuidadores, los que están en posición de ayudar, son lo más preciado para la supervivencia. Es algo que se enseña a quienes intervienen en catástrofes: tu propia seguridad es lo más importante, debes priorizarla por mucho horror que veas a tu alrededor.

Tras el éxito de La gente de la selva [The Forest People], un libro que cuenta la magnifica vida de los últimos cazadores recolectores entre nosotros, la de los pigmeos del Congo, al antropólogo Colin Turnbull le encargaron otro sobre los ik de Uganda. Fue allí sin saber lo que iba a encontrar. Lo que encontró lo contó en The Mountain People, que, en abierto contraste con el luminoso La gente de la selva, es un relato de muerte. [Más sobre Colin Turnbull aquí http://www.africafundacion.org/spip.php?auteur3258 ]

El gobierno de Uganda había decidido hacer una reserva para animales salvajes en el territorio donde vivían los ik, a los que desplazó a otra parte del país. En su nuevo espacio los ik solo encontraron piedras: nada que cazar ni recolectar; ninguna posibilidad de criar ni cultivar. En consecuencia, se morían de hambre. Lo que Turnbull presenció fue un proceso en el que cambió rápidamente la moralidad aceptada por la comunidad ik. En primer lugar el acto de comer se convirtió en privado, algo que debía ocultarse a ojos ajenos.

Si las familias empezaron por ocultar la comida a los ajenos, el siguiente paso fue que cada miembro ocultaba la suya y fingía que no tenía. Los maridos se la ocultaban a sus mujeres y viceversa.

La muerte siguió un orden impecable desde un punto de vista biológico: primero murieron los ancianos. Si la hambruna hubiera acabado en ese momento, recién muertos los viejos, esa sería la pérdida para el grupo, que se hubiera perpetuado sin mayor contratiempo.

Luego murieron los niños. Si la hambruna hubiera acabado entonces, la perpetuación de la tribu se hubiera visto dañada; habría que hacer y criar nuevos niños. Pasaría tiempo hasta recobrar el número de pobladores inicial. Pero quedaba gente en edad de cumplir con la tarea.

Si mueren primero los jóvenes, el grupo desaparece del mismo modo que si usted primero le pone la mascarilla al niño en el avión y luego usted mismo no sobrevive al esfuerzo por no haberse puesto la suya. Hay pocas probabilidades de que el crío salga vivo del percance; muchas menos, en cualquier caso, que si está acompañado de un adulto competente (en este caso, que sepa inglés y pueda prescindir de la nefasta traducción o que tenga un sentido común a prueba de bomba).

Lo que vio Turnbull es algo que sabemos que pasó en otros tiempos en todas las sociedades por los relatos transmitidos. Los esquimales entregaban a sus ancianos a los osos, y los japoneses también dejaban morir a sus abuelos por no poderlos alimentar. El europeo Pulgarcito y sus hermanos son abandonados en los bosques porque no se los puede mantener.

Hace mucho tiempo que hay comida para todos, así que la ética dejó de depender directamente de los imperativos biológicos. Una sociedad decente cuida a sus miembros menos capacitados para alimentarse a sí mismos porque puede hacerlo. El orden biológico de abandono, claro como está, no puede invocarse como guía de actuación para justificar, no el reparto de bienes imprescindibles naturalmente escasos, sino el acaparamiento de la abundancia existente por unos pocos.

Pero ahora, con el miedo corriendo a sus anchas por las avenidas vacías de habitantes, vuelve a hablarse de las preferencias en la atención. Si no disponemos de camas para todos los enfermos ¿debemos elegir a quién intentamos salvar y a quién dejar morir?

Estamos a punto de echar por la borda la ética tan laboriosamente conseguida por encima de la biología.

Ningún país está del todo preparado para una gran catástrofe. Pero ahora en España donde hay mayores problemas sanitarios es en Madrid y Cataluña, precisamente donde los recortes en sanidad han sido mayores. Recortes efectuados por élites que escenifican un enfrentamiento entre sí, sobre la patria, pero que no se reprochan precisamente los recortes en servicios públicos: en eso están de acuerdo. Lo cual hace patente, una vez más, que el enfrentamiento no es entre un pueblo y otro, sino entre sus élites acaparadoras y los ciudadanos. El recurso a las palabras patria, nación y parecidas es de una eficacia aterradora. Siempre que se oyen, alguien está saqueando el bolsillo común; pero con la misma regularidad todos aceptamos mirar al sitio equivocado.

Pero ahora se habla de recursos limitados en la asistencia sanitaria como si fuera una situación natural. Y es probable que, de nuevo, aceptemos participar en la discusión equivocada.

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