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El idioma de los gatos
Ángelo Ponciano regentó durante años la librería que la editorial Icaria tenía en el 'Forat de la vergonya'. Él me habló por primera vez de El idioma de los gatos, de Spencer Holst. Conseguí un ejemplar, traducido por Ernesto Schóo y publicado en Argentina por Ediciones de la flor, que no se había reeditado recientemente.
Leí el libro y mi amigo Ángelo no había exagerado lo más mínimo: era maravilloso. Como dice Rodrigo Fresán en el prólogo, «La primera edición del libro tardó más de veinte años en agotarse y —sin embargo— fue un éxito fulminante. Se entiende por éxito el hecho de que cada persona que leía ese libro se convertía en una persona más feliz […]».
No entendía que no se hubiera vuelto a publicar en español, así que me puse a ello. Hice lo que se hace en estos casos, localizar al dueño de los derechos (el autor había muerto en 2001). Encontré primero a su editor estadounidense, que resultó ser el único heredero de los derechos de Holst y que estaba muy dispuesto a negociar conmigo la edición en castellano. Poco después apareció la viuda de Spencer Holst, que resultó ser la única heredera de los derechos, y que también estaba muy dispuesta a negociar conmigo para su edición española. Un poco más adelante apareció el hijo de Spencer Holst que, usted seguramente ya lo ha adivinado, resultó ser el único heredero de sus derechos. En ese punto comprendí por qué no se había vuelto a editar en español y, con mucha pena, dejé de pensar en hacerlo yo.
Pero por supuesto no he dejado de leer el El idioma de los gatos y el resto de la obra de Spencer Holst, un hombre menudo que más que escritor era un narrador oral en los night clubs de Nueva York.
Porque, claro, ¿cómo dejar de leer al hombre que ha hecho algunas de las revelaciones más sensacionales de la historia? Un tipo tan singular que Fresán llegó a sospechar que no fuera más que un seudónimo de J. D. Salinger; pero no, resultó ser «un señor que desciende de celtas, escandinavos e indios» que hablando de sí mismo dice: «siempre sentí que mi obra estaba equidistante entre dos escritores, ambos nacidos en Ohio: Hart Crane y James Thurber. Pero mi mujer me dice que no sea tonto, que mis historias están a mitad de camino entre Hans Christian Andersen y Franz Kafka».
Por lo menos. Porque, ya digo, hizo algunas de las revelaciones más sensacionales de la historia. En el relato que da título al libro explica cómo hace muchos milenios los gatos tenían una civilización desarrolladísima, más avanzada que la nuestra de hoy. «Pero una cosa que los gatos descubrieron fue que la importancia de cualquier experiencia dependía de la intensidad con la cual era vivida».
Así que decidieron simplificar sus vidas y «crearon una raza de robots para que los cuidaran. Estos robots eran un progreso, mecánicamente estaban por encima de cualquier cosa producida por la naturaleza. Un par de sus más grandes inventos fueron el 'pulgar oponible' y la 'postura erguida'. No quisieron molestarse en arreglar los robots cuando se rompían, de modo que les dieron una inteligencia elemental y la facultad de reproducirse. Por supuesto, nosotros somos los robots a los que el gato se refería. Y ahora el científico entendió por qué los gatos habían parecido siempre tan desdeñosos de sus amos».
Como siempre que uno tiene un libro cuyo significado excede con mucho una simple lectura, consulto con frecuencia al bueno de Spencer sobre los más variados asuntos. Ahora me preocupan las elecciones del próximo domingo, y obviamente sobre eso no hay una opinión directa. Pero ya se sabe que a esta clase de libros hay que leerlos interpretando. Para la catástrofe que nos espera el domingo, el relato pertinente se llama El asesino de papá Noel, y empieza así: «Hubo una vez una persona que terminó con las guerras para siempre, al asesinar a 42 Papás Noel».
Aunque El idioma de los gatos solamente puede comprarse de segunda mano y a un precio elevado, hay devotos que distribuyen sus textos por internet, tanto en inglés como en castellano. Así que no voy a revelarles el final del relato, pero sí algo de su desarrollo: cada vez que un hombre se disfrazaba de Papá Noel era asesinado. La ciudadanía estaba estremecida porque los niños se quedaban sin Papá Noel y eso era intolerable. Ensayaron varias cosas sin éxito: todos los Papás Noel morían al poco de colocarse el traje. Entonces una actriz de Hollywood salió vestida de Mamá Noel, consiguió mucha publicidad y no la asesinaron. De modo que al día siguiente otras mujeres salieron vestidas de Mamá Noel, y tampoco las mataron. En años sucesivos ocurrió lo mismo, y las nuevas generaciones crecieron creyendo en Mamá Noel. Gracias a eso empezaron a tener una actitud distinta hacia las mujeres.
«Empezaron a elegir mujeres para el Congreso y eligieron a una mujer presidente y mujeres alcaldes, hasta que muy pronto el país entero estuvo gobernado por mujeres.
A ellas les preocupaban sobre todo cosas como la comida, y hubo mucha discusión en el Congreso acerca de varios regímenes, y bien pronto hasta los más pobres tuvieron mucho que comer; y estaban interesadas en las casas, y pronto ya no hubo escasez de viviendas.
Pero había una cosa que no apoyarían.
No pensaban hacerlo.
Quiero decir, ¿qué posible razón política haría que estas mujeres mandaran a sus hombres a ser matados? ¡Era ridículo!
De modo que con su poder político y su poder financiero y el prestigio de los Estados Unidos, obligaron y animaron a otros países a permitir que mandaran las mujeres.
Los hombres siguieron haciendo lo que siempre habían hecho. Trabajaban en fábricas, y estudiaban matemática superior, y apostaban a caballos, y repartían el hielo, y discutían de filosofía.
Pero estas discusiones sobre filosofía no ocasionaban que la gente se muriera de hambre y se matara entre sí.
Y muy pronto, en todo el mundo, nadie estaba hambriento, todos tenían lindas casas, ya no había guerra, la gente empezó a ser feliz.
Saben, cuando uno se detiene a pensar en ello, había ocurrido una revolución mundial.
Y 42 Papás Noel no es mucha gente muerta para una revolución mundial».
Spencer Holst sigue siendo un autor para iniciados. Seguramente eso ayude a explicar que las discusiones entre candidatos políticos hoy, aunque tengan poco que ver con la filosofía, sigan causando que la gente se muera de hambre y se mate entre sí.
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