Al otro lado de la ventana hay un árbol que va perdiendo lentamente las hojas. Las que quedan se bastan para reunir en media rama todos los tonos imaginables de otoño: naranja, amarillo, marrón y un rojo oscuro que parece avergonzarse de las cosas que hizo en verano. Cuesta creer que una cosa tan estúpida como un árbol pueda mantener el tipo de una manera tan elegante. Y sin embargo ahí está, haciendo contraste con la casa blanca que se levanta a sus espaldas, ventanas verdes, tejado puntiagudo de pizarra, un estilo arquitectónico que, imagino, se puso de moda hace sesenta o setenta años entre los ciudadanos con posibles de este país.
Me cuesta escribir sobre Cantabria porque ahora no vivo en Cantabria. Me cuesta escribir sobre España porque ahora no vivo en España. Si tuviera que señalar la palabra más importante de esas dos oraciones mellizas subrayaría en rojo la palabra ahora, pequeño adverbio de tiempo que aparece en mitad del párrafo cojeando, como todas las cosas con hache intercalada. El presente, eso hay. Lo demás son proyecciones. El futuro está doblando una esquina que engaña: cuando llegas descubres que estás en el mismo lugar, unos cuantos metros más viejo.
Cuando me fui, hace tres semanas, España parecía a punto de encender la mecha de la carga de dinamita que ella misma había decidido atarse a los tobillos. Otra vez. Van tantas que uno pierde la cuenta: ese país es como una olla exprés que se lleva pitando toda la mañana sin que nadie venga a quitar los garbanzos del fuego.
Alejarte no te sirve para ver mejor el conjunto, que más bien se difumina en el horizonte, se va igual que un barco, adiós, pañuelos blancos en la dársena del puerto, pero te permite escapar del ruido. Cuando te quedas en silencio sigues sin entender nada, pero se te contagia un poco el ritmo y la agenda del nuevo país, donde a nadie le importa una mierda lo que pasa en España.
Sigues preguntándote si las cosas irán mejor en unos meses o si todavía es posible hocicar más el fondo. Sigues sin tener respuesta. Al mismo tiempo descubres la vena humorÍstica de Mariano Rajoy, un hombre que hace mucha gracia a los extranjeros cuando les traduces sus declaraciones. Se mueren de risa, algo que resulta bastante inquietante.
En otro orden de cosas estúpidas, la nostalgia es una sensación contrahecha. No merece la pena. Hay demasiadas cosas de España que, sencillamente, es imposible echar de menos. Para lo demás, basta con coger un avión de cuando en cuando. El árbol sigue detrás de la ventana. Si uno se queda un rato con los ojos fijos en las ramas puede ver de cuando en cuando como el viento se lleva otra hoja. Como todos los árboles carece de mapa, de reloj y de calendario, pero sabe perfectamente dónde está y que tiene qué hacer a continuación.
Sobre este blog
Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
