Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Semántica excéntrica
Vaya manía la de la Real Academia de la Lengua de andar puliendo las palabras hasta la anorexia para luego ponerlas en un diccionario que solo sirve para adornar anaqueles sin uso o sujetar puertas en días de viento sur. Manía estéril y deporte de Sísifo en un país -este país- en el que las palabras casi nunca corresponden con su significado y en el que perdemos vocabulario al mismo ritmo que alteramos la naturaleza del escaso arsenal de palabras que manejamos.
Véase, por ejemplo, la palabra “consulta”, que puesta en juego por nuestros políticos locales consiste en el asentimiento y genuflexión del presidente de la asociación de vecinos subvencionada o del pedigüeño alcalde que milita en nuestras filas. En sus manos, además, “pensamiento crítico” se convierte en un peligroso cóctel de locuciones que se traducen en sinónimo de “antisistema” (bendito prefijo el “anti” que marca las fronteras de lo permitido).
Cierren los ojos, escuchen ahora el bendito vocablo “democracia”. Es decir: arma arrojadiza que se lanzan los partidos políticos desde variadas tribunas para amenazar con su ausencia cuando ellos saben que es quimera ya desvanecida. Me gusta también el ensañamiento que tienen con “social”, un adjetivo comodín que lo mismo vale para condimentar una “política” que para salpimentar un “presupuesto”.
De hecho, antes se practicaban los pactos sociales, pero ahora están más de moda los pactos por el empleo. “Empleo” o dícese de ese elixir de la felicidad tan poderoso que siempre les da resultado, sin importar el formato en que se presente, la cantidad o incluso la calidad del mismo. Y donde dicen empleo dicen “pacto”, eufemismo muy popular para elegir a tres organizaciones con CIF que las justifique para que firmen lo que otros han escrito y trasladen a la opinión pública aquello de que “por fin estamos de acuerdo y ahora sí que salimos del hoyo”.
“Opinión pública” es un término compuesto que también vive malos días. Podríamos cambiar “opinión” por “dogmatismo” y “pública” por “sectario” y serían intercambiables los significados y los significantes. En este caso podríamos adquirir un “dogmatismo sectario” (me gustan los pleonasmos), un “dogmatismo público” y, por tanto, pelín exhibicionista, o una “opinión sectaria”, que se adquiere de forma gratuita leyendo ciertos diarios o escuchando algunas de las tertulias más populares de la televisión.
Ahora comenzamos fechas en la que la semántica excéntrica nos regalará viajes galácticos por los “programas” políticos, cuyo significado consensuado es: folleto lleno de mentiras que nos proporciona una laxante sensación de felicidad irreal y renovable. También nos ofrecerá una amplia gama de “legalidad” (aquella que escriben los mismos redactores de los “programas”), “estabilidad” (garantía no escrita de premiar a los que la cagan), “consenso” (las decisiones de unos pocos jaleadas en los medios de otros pocos para que los muchos se despisten con tanto ruido) o “responsabilidad” (también definida como la cobardía “social” que nos hace preferir lo malo y viejo antes que asumir el riesgo de probar nuevos e inciertos caminos).
La semántica política nos deja figuras excéntricas pero naturalizadas. Nada nos sorprende cuando una palabra no significa lo mismo en boca de unos políticos o en frenillo de otros; nada nos inquieta cuando la noche es denominada como día, la crisis como recuperación o los liderazgos personalistas como democracia horizontal. Nos gusta amasar las estadísticas como si fueran verdades, las promesas como si no fueran mentiras, los insultos como si fueran gracietas y las incoherencias como si no alcanzaran a ser más que deslices.
En este país los diccionarios deberían ser quemados en sede parlamentaria, justo antes de proclamar a un nuevo presidente que nos ayude a comprender que la “ingenuidad” no significa “candor” o “falta de malicia”, sino que es sinónimo de creer que los que siempre nos han mangoneado nos pueden ayudar a respirar.
Por cierto, déjenme que les regale una penúltima palabra de esta semántica tan excéntrica como perversa, “periodismo”: dícese de una antigua profesión liberal que antes se nutría de un bien público llamado información; hoy día, se entiende por “periodismo” el ejercicio de sacar beneficio de la mentira haciéndola aparecer como verdad y de la propaganda enmascarándola de interés general.
¡Vaya galimatías sicopolítico, paranoico y matinal! El día ha comenzado mal.
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