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Familias de acogida: entre la pena de una despedida anunciada y la generosidad de saberse un paso “necesario” en la vida de estos niños

Una madre y su hijo.

Blanca Sáinz

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Normalmente, cuando la gente piensa en la acogida no piensa en el día en el que esos niños llegan al que será su hogar durante unos meses, sino que se plantean la separación. Es decir, ese proceso doloroso que te lleva a desprenderte para siempre del que ha sido tu hijo durante una temporada, un concepto que quizá sea difícil encajar desde el inicio, pero que no deja de ser la realidad para muchos padres 'acogedores'. Sin embargo, hablar con María (nombre ficticio) es darse cuenta de que a veces en la vida hay que ser más práctico que dramático, y que hay ocasiones en las que la bondad debe superar al miedo. Y la acogida es una de ellas.

Ella lo sabe mejor que nadie porque comenzó a acoger hace 14 años y ya han pasado por su hogar 17 niños -más la pequeña que en estos momentos se encuentra con ellos-: “Sabemos el número exacto porque tenemos un marco de 20 fotos y solo nos quedan dos para llenarlo”, admite entre risas. Y habla en plural porque no está sola: su marido y sus tres hijos son parte de esta aventura en la que se embarcaron para poder ayudar “sin que todo dependa de dar dinero, porque nosotros no somos ricos”: “Pensamos que mientras nosotros criábamos a nuestros hijos, uno más no se iba a notar tanto”, afirma María.

Sin esperar a la pregunta, ella misma responde a algo a lo que está más que acostumbrada a contestar: “Por supuesto que el día que se va te da pena y al principio sientes que te falta algo, pero también entiendes que hasta ahí ha llegado tu función, que lo has hecho lo mejor que has podido y que ahora ellos tienen que vivir su vida”, explica para concluir admitiendo que su intención nunca fue adoptar, sino acoger. “La gente te pregunta por el día en que te quitan al niño, y yo les respondo que si te lo planteas como que te le van a quitar ya vas mal, porque no era tuyo... La acogida no es un camino hacia la adopción”, comenta serena.

Sobre esa posibilidad de llegar a aferrarse a sus hijos temporales, María cuenta con normalidad cómo no ha sabido “nada” de la mayoría de los niños que han estado en su casa: “Sus padres nuevos no te han escogido de amigos y no tienen por qué estar llamándote y quedando contigo, yo lo tengo claro”, señala rotunda.

Armando Martínez es el jefe de Infancia de Servicios Sociales del Gobierno de Cantabria, pero además se ha convertido prácticamente en un amigo de María, con la que lleva compartiendo experiencias y charlas durante años. Precisamente él explica cómo hay acompañamiento de profesionales tanto durante el acogimiento como durante la separación o duelo, pero también admite que la realidad es que las familias “enseguida te dicen que en cuanto haya otro niño, se lo digamos”.

Malas experiencias y rechazos

Acostumbrados a ver en las películas estadounidenses al niño repudiado por varias familias de acogida que no ha encontrado su lugar en el mundo, resulta extraño descubrir que la realidad española difiere bastante del drama hollywoodiense. “No hay rechazos planos, no los hay. Y llevo trabajando aquí muchísimos años... A veces hay dificultades como, por ejemplo, embarazos de riesgo que requieren de reposo continuo y que imposibilitan el cuidado del niño de acogida, pero todo son circunstancias objetivas. Nunca hay rechazo a un niño porque se porta mal, porque llora o porque la familia no se haga con él”, insiste el jefe de Infancia.

La propia María vivió una situación complicada con una niña de cuatro años que había sufrido maltrato por parte de su madre y que provenía de una familia conflictiva. “Empezó a autolesionarse, me retaba constantemente y tuve que pedir un psicólogo a Servicios Sociales porque estaba desesperada... Ella me estaba poniendo a prueba para que la maltratase porque era a lo que estaba acostumbrada”, relata. A partir de ese momento, María decidió dejar de recibir niños de más de tres años y ahora su cuidado se centra en bebés recién nacidos y casos urgentes.

El proceso para convertirse en familia de acogida

Pero si hay que hacer algo para entrar dentro del programa de acogimiento además de concienciarse, es ir dando los pasos establecidos por la Administración. Por eso, Armando Martínez, junto a su equipo de trabajo, tiene un método muy eficaz para “cribar” quienes son aquellos padres que están preparados para convertirse en padres de acogida, ya sea solo o acompañado, ya que la legislación no recoge la obligación de realizar este proceso en pareja.

Como no podía ser de otra forma, lo primero que se hace es llamar a Servicios Sociales para interesarse. “Ahí ya charlamos un rato con ellos y quedamos para vernos. Cuando quedamos les contamos cómo funciona esto y les damos un folleto explicativo para después dejarles que se lo piensen durante un tiempo. Normalmente nos vuelven a llamar y después ya nos ponemos a organizar el curso: que dura ocho semanas y en el que hablamos de la figura del niño, del proceso, de los daños con los que vienen, del tema legal...”, advierte.

Posteriormente arrancan las visitas domiciliarias y se hace la valoración psicosocial de sus capacidades y habilidades como padres, y este paso es “muy importante” puesto que en el caso de las familias de acogida son los técnicos los que siempre escogen qué niño le 'corresponde' a cada unidad familiar. “No buscamos a la familia que esté disponible ni va por orden de lista, sino que nos guiamos por las características y siempre buscamos la mejor familia para cada niño en función de su perfil”, indica Martínez.

Asimismo, el funcionario explica que hasta los 10 años tienen 'cubiertos' a los niños porque hay familias con ese perfil. “Hay familias pero no para todos los casos”, señala. María, por su parte, insiste en que esta experiencia “te compensa todo”, a pesar de que las ayudas muchas veces “no cubren la totalidad de los gastos”, pero pese a eso reconoce que lo 'peor' es contabilizar cómo se pagan “las malas noches, las visitas al médico... Eso es más duro”, reflexiona.

Aún así anima a todo el mundo a probarlo porque “cada día aprendes una cosa”. “Mis hijos se han criado viendo esto en casa, han conocido muchas historias y eso les ha enseñado muchísimo sobre lo que pasa al lado de tu casa sin que te des cuenta”, concluye.

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