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Marcos Gómez, psiquiatra: “La depresión es la pandemia postpandémica, especialmente en niños y adolescentes”

Marcos Gómez, psiquiatra del Hospital Valdecilla de Santander.

Rubén Alonso

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La COVID-19 está teniendo efectos evidentes en la salud mental de la población. Se trata de una realidad que se pone de relieve tanto por profesionales de este ámbito como, últimamente, en el debate político, mediático y social. Así lo admite Marcos Gómez, psiquiatra del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, en una entrevista para elDiario.es con motivo de su participación en una jornada sobre la depresión vista desde diferentes perspectivas, que organizó la pasada semana este hospital.

“La depresión es la pandemia postpandémica”, sostiene este especialista, quien hace hincapié en un determinado grupo de edad particularmente afectado por este problema: los niños y adolescentes. “El aumento de casos es sumamente llamativo y común en todo el territorio nacional”, subraya. “Tenemos cifras más altas de visitas a Urgencias, de hospitalizaciones y, por desgracia, también de tentativas de suicidio”, remarca, tras hacer un repaso sobre las características de esta enfermedad.

Como profesional de la salud pública, ¿cómo definiría la depresión?

No es una pregunta sencilla. La depresión se puede definir desde la clave de los pacientes, de los familiares o de los profesionales. Desde la clave del paciente, uno tiene la sensación de que la depresión es estar viviendo una pesadilla despierto, pero también dormido. Es una especie de nube negra que a uno le acompaña permanentemente y que te establece un diálogo. Es como tener un enemigo dentro de ti mismo. Un enemigo que te susurra al oído todos tus miedos, todas tus vergüenzas, todas tus inseguridades, que subraya lo negativo y que hace que todo lo positivo que pueda haber en tu vida no tenga ninguna importancia. Si uno va a todas partes acompañado de su enemigo y ese enemigo mantiene este discurso, eso puede resultar agotador. Por eso, estas personas, mucho más allá de ese estado de ánimo de tristeza que nos podemos imaginar de forma permanente, habitualmente están agotadas físicamente. Tener muy pocas fuerzas implica que es muy complicado movilizarse y tener iniciativas. Esas iniciativas, además, están muy cercenadas por la idea de que no van a ser capaces de llevarlas a cabo. Lo que uno normalmente disfruta y le hace sentirse bien directamente no lo va a experimentar y ni siquiera inicia la acción para ello. Todo esto muchas veces se asocia a otros problemas que tienen que ver con cuestiones puramente físicas además del cansancio. Se altera el sueño, lo que priva de tener un descanso adecuado, por lo que perpetua el círculo vicioso: se levantan cansados, el apetito suele estar apagado, y no hay fuerzas porque la alimentación no es adecuada. Se abandonan a ellos mismos, de una forma involuntaria y manipulados por esa voz que es la depresión, una enfermedad que es terrible.

Puede haber días que nos encontremos mejor y otros más tristes o con estado de ánimo más bajo... ¿Cómo sabe una persona que padece depresión?

Claro, esto es lógico, todos tenemos días buenos y malos. Cuando se concatenan varias de las características que te he hablado y además adquieren una intensidad y duración importantes se produce una depresión. Las depresiones tienen una causa biopsicosocial. Hay varios elementos que van a conspirar a la hora de originar una depresión. Es difícil que uno pueda tener una depresión si no hay un componente biológico, es decir, una cierta heredabilidad, una parte genética. Se trata de un sustrato que hace que la persona sea vulnerable a que ante ciertas agresiones de la vida, su sistema nervioso vaya a reaccionar con un cuadro depresivo. Es muy importante entender la intensidad y la duración. Yo puedo estar triste hoy porque ha perdido mi equipo de fútbol y eso no significa que esté deprimido. Esto es mucho más que tristeza. La depresión provoca una importante incapacidad en estos pacientes que afecta al trabajo, a las relaciones familiares, sociales o de pareja, e incluso está relacionada con cuestiones existenciales o vocacionales. Lamentablemente, la depresión se convierte en tu vida.

¿Y para las personas del entorno es fácil identificarlo? ¿Es importante que estén atentos a determinadas señales de alarma?

Sí, esto es muy importante. Hay gente que lo entiende mejor y gente que peor. A la hora de identificarlo seguramente todos lo hacemos un poco mejor de lo que pensamos. Siempre es preferible identificar de más que de menos. Nadie elige estar triste. La depresión te elige a ti, nunca somos nosotros las que la elegimos. Es una especie de visitante incómoda, esa vecina que viene a visitarnos en un momento incómodo aunque luego se vaya. Creo que la gente cada vez tiene más herramientas para identificarlo, cada vez nuestros pacientes están teniendo más voz y cada vez los problemas de salud mental están teniendo más repercusión en los medios. Todo ello contribuye a que la gente esté perdiendo el miedo a consultar al médico, al psiquiatra y al psicólogo preocupándose por su salud psíquica. Eso afecta no solo a las depresiones, sino al conjunto de la salud mental, y es una buena noticia. Es el camino que tenemos que seguir para poder ayudar a los pacientes.

Tristemente la inversión en salud mental en España es significativamente inferior a la que nos encontramos en Europa

¿Cuáles son las causas más comunes de una depresión?

La depresión, y el conjunto de los problemas de salud mental, responden a un enfoque biopsicosocioal, es decir, biológico, psicológico y social. Son las tres patas en las que se origina. La contribución de cada una de ellas a cada caso va a ser diferente porque cada caso es distinto. ¿A qué me refiero? A que dos personas expuestas a la misma situación van a reaccionar de una manera diferente. ¿De qué depende que una persona sometida a una situación concreta de estrés vaya a acabar desarrollando una depresión? Ahí va a importar cómo de vulnerable sea biológicamente, es decir, de elementos que tienen que ver con la genética y con el desarrollo madurativo cerebral que comienzan desde el propio útero materno y que se van desarrollando en un sentido o en otro a lo largo de toda nuestra infancia y adolescencia, pasando a veces por la desgracia de haber experimentado adversidades y situaciones traumáticas. En ocasiones no es tan importante la parte social porque no identificamos situaciones de estrés que precipiten el episodio. Por eso distinguimos dos grandes grupos de depresiones: endógenas y exógenas. Es poco frecuente que encontremos depresiones puramente endógenas en las que no haya algún tipo de precipitante, un último gatillo que haya puesto a ese paciente al borde del precipicio. Toda depresión debe llevar incluida un abordaje psicoterapeútico y aquellas depresiones de una intensidad moderada-grave deben ir aparejadas también de tratamientos biológicos y farmacológicos disponibles.

Un macroestudio que hemos conocido hace poco reveló que la pandemia causó depresión y ansiedad a 129 millones de personas. ¿Se ha notado un incremento de pacientes por esta causa?

Sin duda, sí, lo estamos viviendo. Ahora podríamos decir que la depresión, y el conjunto de las enfermedades de salud mental, se están convirtiendo en la pandemia postpandémica. Lo anunciamos desde los distintos foros de Psiquiatría cuando se desencadenó la pandemia porque ya hemos tenido la experiencia de otras epidemias, sobre todo en el sudeste asiático, que provocaron cifras más altas de depresión, de suicidios, de ansiedad, de problemas relacionados con el sueño… Y eso lo vivimos ahora en el día a día en nuestras urgencias, hospitalizaciones y consultas de salud mental. Y la situación es especialmente cruda en la edad infanto-juvenil. Es algo sumamente llamativo y común en todo el territorio nacional. Tenemos cifras más altas de visitas a Urgencias, de hospitalizaciones y, por desgracia, también de tentativas de suicidio. Un aumento bestial.

Y en edades un poco más adultas, ¿las dificultades de la población joven para acceder a una vivienda y a un empleo con salario digno y estable tiene alguna incidencia?

En esas edades de inicio de la edad adulta también se ha visto un aumento, pero no es tan llamativo como en la población infanto-juvenil. Es un incremento parecido al que hemos visto en otras edades. Evidentemente, las condiciones socioeconómicas son muy importantes a la hora de procurarnos una calidad de vida y una estabilidad, y si tenemos más estabilidad es probable que tengamos menos estrés. Pero ahora mismo, lo que hay que analizar y en lo que hay que profundizar es en qué está pasando con los niños y adolescentes.

¿Y a su juicio por qué ha aumentado tanto ese sector de la población?

Los niños y adolescentes han vivido una situación de reclusión y de confinamiento muy duro. Este aumento de los casos lo hemos vivido más en los últimos meses cuando ya llevamos un año desde que acabó el confinamiento. Y es que nos hemos encontrado sometidos a una disciplina muy importante en cuanto a normas y a privación de hacer las cosas que normalmente hacen los jóvenes, y no me refiero al botellón, sino a poder explorar su libertad, viajar e interactuar entre ellos. Entonces se ha producido un aislamiento y se ha deshilachado parte del tejido social de estos jóvenes. Mucha soledad es lo que estamos viendo en gente tan joven, que es una de las emociones que peor lleva el ser humano como seres sociales que somos. Y el hecho de que se esté prolongando este proceso de constricción para ellos ha supuesto mucho malestar y mucha sobrecarga. Han tenido que seguir con sus responsabilidades académicas o laborales sin tener opciones para cuidarse en cuanto a su salud física y mental, practicando sus deportes, socializando con amigos y visitando a seres queridos, que son importantes para ellos. Además, ha habido un aumento bestial en cuanto al uso de redes sociales en los niños y adolescentes, y lamentablemente algunas de estas redes sociales establecen ciertos modelos que generan mucha frustración, sobre todo modelos de imagen y de éxito. Instagram tiene sus propios informes en los que habla de que es una red social que debería ser utilizada con cierta precaución por parte de los adolescentes y ya no te digo de los niños. Muchas veces los modelos que se transmiten ahí conducen al establecimiento de estándares difícilmente alcanzables para niños, lo que conlleva mucha frustración, malestar y soledad. Las redes sociales yo no sé si nos acercan, a mí me da la sensación de que nos alejan incluso cuando estamos con otra gente, a veces nos separan.

Comentaba antes que ahora está más implantado en la sociedad y en el debate político el tema de la salud mental. No obstante, siempre se habla de que no son suficientes los recursos que se destinan a ella. ¿Comparte esta visión?

Sí, sin duda esto es así. Tristemente la inversión en salud mental en España es significativamente inferior a la que nos encontramos en Europa. Dos puntos por debajo de la media europea. Vamos a la zaga. Hasta ahora, hasta cierto punto, hemos sido capaces de sobrellevar parte de este malestar en base a algunas cosas buenas que tenemos en nuestro país, como por ejemplo las estructuras familiares. Somos un país muy acogedor, muy social y muy sociable. Hay una serie de factores culturales que han contribuido a amortiguar los daños, pero la pandemia ha venido para sacar a la luz las carencias que hay en un sistema raquítico en cuanto a la dotación de profesionales. Y es que en salud mental no necesitamos aparatos, no necesitamos máquinas, no necesitamos grandes herramientas diagnósticas. El capital es capital humano, y eso es lo que hace falta. Psiquiatras, psicólogos, enfermeros especializados… La dotación es fundamentalmente humana y en eso los números cantan, y no llega el tratamiento adecuado a nuestros pacientes porque estamos desabastecidos. 

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