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Nicolás Nicle, el chaval que aprendió a bailar como Michael Jackson y se abrió paso en el feminizado mundo de la danza

Nicolás ensayando en el Centro Belín Cabrillo.

Blanca Sáinz

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La vida de Nicolás Nicle no es como la de cualquier otro chico de 16 años, y es que sus días comienzan a las 07.30 horas para ir al instituto, pero no terminan hasta las 20.00 horas, cuando sale de las clases de danza clásica. “Es complicado combinar las dos cosas, pero al final siempre lo acabo sacando”, apunta sonriente.

Así, y pese a hablar de temas que podrían recodarle que su vida no es muy común, este joven bailarín no deja de sonreír durante toda la entrevista con elDiario.es demostrando que su pasión por la danza no tiene límites y poniendo una solución a cada problema que se plantea. Sin embargo, la tranquilidad de Nicolás choca con el sonido de fondo que se escucha en el despacho del Centro de Danza Belín Cabrillo, lugar en el que este periódico realiza la entrevista. El motivo son las compañeras que ya se encuentran inmersas en los ensayos de la gala que ha tenido lugar este viernes en el Palacio de Festivales a modo de fin de curso. Un evento en el que, por cierto, Nicolás también ha participado bailando La Bayadera.

Pero empezando por sus inicios en el baile, el joven lo achaca de forma directa a Michael Jackson, del que se considera un fan acérrimo: “Empecé a bailar sus canciones en casa y mi madre me propuso apuntarme a la extracurricular del colegio. Ahí duré dos años y, como ya se me quedaba corto, pasé al Centro Profesional de Danza Mancina para ver cómo me iba”, indica.

No obstante, la vida tenía otros planes para él y en 2018 sus padres le comunicaron que volvían a Cuba, por lo que todo se paró. Entonces tenía 12 años y aunque toda su familia es cubana, él solo conocía el país para irse de vacaciones. Sobre esto, y lo que le ha podido influir, revela que lejos de ocultar su “sangre cubana” cuenta que su familia es inmigrante en cuanto tiene ocasión. En cambio, es consciente de que, al nacer en España, su acento no llama la atención cuando habla con desconocidos.

Justo lo contrario a lo que le ocurría en Cuba: “Allí destacaba por ser español porque la gente se interesa un montón por España. Ser español en Cuba es positivo pero ser cubano en España es diferente”, revela. Estando en el país continuó con sus clases de danza y aunque su intención inicial fue entrar en el Ballet Nacional, ser extranjero le penalizó, tanto a nivel burocrático como económico. Así que su opción fue apuntarse a una escuela profesional de flamenco: “El nivel allí es tremendamente exigente. Entramos más de cien y terminamos el curso unas 20 personas”, explica.

Pero la pandemia le devolvió a España solo dos años más tarde, y tras dos meses de parón decidió decantarse por una especialidad y la elegida fue la danza clásica en el Centro Belín Cabrillo. Ahí ha sido donde ha conseguido prepararse en solo un año para acceder al tercer curso de la carrera profesional y para lanzarse a hacer un cambio de expediente e irse al Real Conservatorio Profesional de Danza Mariemma de Madrid. “El 23 de junio me dicen si entro y si me dicen que no volveré a intentarlo”, asevera.

Aun así, reconoce que el nivel de este centro es “muy alto” y que uno de los motivos que podría hacer que le cogiesen es que es un hombre “porque siempre hacemos falta”. Preguntado por ser siempre la minoría -así lo confirma la directora del centro afirmando que un 99% de su alumnado son mujeres-, Nicolás reconoce que no le hace sentir raro ser un chico en un lugar de chicas. “Notas que cuando lo dices la gente te mira raro, y no te dicen nada pero tú sabes lo que están pensando... Las cosas van cambiando y, por ejemplo, si ves Billy Elliot notas que sí que se ha mejorado respecto a eso. Sin embargo, hay gente que sigue haciendo comentarios para fastidiar”, señala.

Por su parte, la directora del centro, Belín Cabrillo, confirma que por su experiencia “la danza sigue siendo una actividad femenina”: “Aquí he tenido dos chicos que venían a espaldas de sus padres porque no les dejaban bailar. Son cosas que parece que ya no pasan pero que siguen pasando, y ya te imaginas cuáles son los insultos que reciben por estar aquí...”, atestigua la profesora antes de manifestar que, así como las chicas comienzan a dar clase desde niñas, en el caso de los chicos suelen hacerlo de más mayores. “Es que cuando son pequeños lo terminan dejando por el qué dirán”, declara Cabrillo.

Precisamente, conversando con este periódico, la mítica directora y profesora de baile de esta academia santanderina no puede evitar trasladar que Nicolás tiene “algo especial”, además de su trabajo constante, en lo que también enfatiza: “He visto pasar por aquí a gente brillante que se ha perdido por no trabajar, y lo he visto al revés, gente que con mucho trabajo ha llegado muy alto”. Sin embargo, le da un consejo rápido a su alumno: “Ten paciencia porque es una carrera que lo exige”, remarca.

Después de mirar atento a su mentora, el joven santanderino, que ha confesado unos minutos antes que su sueño sería convertirse en el nuevo Nuréyev, asiente con la cabeza mientras la idea de irse a Madrid vuelve a salir en la conversación: “Es que en Cantabria no hay nada que hacer en la danza clásica”, confiesa el dieciseisañero. “Casi que ni en España porque aunque hay escuelas y profesores muy buenos, las salidas son limitadísimas”, concluye su profesora. Y ambos regresan a la clase donde les esperan el resto de alumnas para ensayar la Gala de Fin de Curso, y es que más allá de que el Conservatorio Mariemma le acepte o no, Nicolás, de momento, solo puede pensar en el presente.

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