“El mismo país que me ha acogido como refugiado es el que envía armas a mi tierra para que la guerra continúe”
Existen muy pocas posibilidades de conseguir que se acepte una solicitud de protección internacional. El motivo ha de ser la huida por razón de raza, religión, nacionalidad, opiniones políticas o pertenencia a un determinado grupo social, según se contempla en la Convención de Ginebra. En caso de obtener asilo, la persona en cuestión recibirá un 'carné' que caducará a los cinco años, y tendrá una prohibición impuesta de no regresar a su lugar de origen, del que huyó, hasta que pasen diez años. Entonces podrá vivir en un lugar sin ser perseguido.
Eso es lo que ofrece el asilo internacional, creado en 1951 después de las carencias que tuvieron que sufrir los desplazados de la II Guerra Mundial, que define quién es refugiado y quién migrante en 142 países. Uno de ellos es España, donde han venido a parar Hakim, Mamour y Mor, tres hombres con tres situaciones diferentes pero con un rasgo en común: el sufrimiento que continúan arrastrando a pesar de estar a salvo.
Ellos forman parte de los distintos proyectos de acogida de la Asociación Nueva Vida, que se encarga de ayudar a personas en riesgo de exclusión social y darles una salida cuando no pueden encontrarla. Y es en la sede de esta asociación en Santander donde estos tres jóvenes atienden a elDiario.es para hablar en el Día Mundial de los Refugiados.
Hakim, el yemení que lleva casi diez años sin pisar su país
Hakim tiene 29 años y, como él mismo cuenta, su vida era “normal” antes de comenzar la guerra en su país, Yemen. Terminó Bachillerato con buenas notas y su familia decidió enviarle a estudiar a Argelia, donde estuvo cinco años estudiando para ser ingeniero petroquímico. En cambio, lejos de tener unos años universitarios comunes, en cuanto pisó su destino, estalló la guerra en su tierra.
Con su familia lejos y tras terminar los estudios fue consciente de que no podía volver a Yemen porque perdería la oportunidad de tener un futuro, algo que en su país “es imposible”. Y pensó en España como una posibilidad que terminó haciéndose realidad: “Entré desde Marruecos, por la puerta y con mi pasaporte. Pedí el asilo y en cuanto vieron que era de Yemen me lo dieron”, asevera.
Sin embargo, Hakim no se queda ahí y cuenta lo que le molesta “la hipocresía de los que gobiernan”. “Es que el mismo país que me ha acogido como refugiado es el que envía armas a mi tierra para que la guerra continúe... Todo es por el dinero”, cuenta. Cabe recordar que, además de que España fabrica y vende armas, el Puerto de Santander es uno de los puntos desde donde se enviaban a Arabia Saudí para combatir en la Guerra de Yemen, lo que, por proximidad, es una cuestión que enerva aún más al joven: “Se hacen campañas para recaudar dinero para mi país al lado del sitio desde el que se envían las armas que nos matan”, insiste.
Pero volviendo a su historia, tras varios trabajos precarios, llegó a la Asociación Nueva Vida, donde trabaja como traductor de árabe: “Me gusta mucho este trabajo porque quiero ayudar a las personas que han sufrido. Yo he sufrido como ellos y no quiero que les pase lo mismo. De la noche a la mañana te vas a otro país donde no tienes amigos ni familia, y sabes que tampoco puedes volver a tu casa, y eso es muy complicado”, argumenta.
Entré a España desde Marruecos, por la puerta y con mi pasaporte. Pedí el asilo y en cuanto vieron que era de Yemen me lo dieron
Y aunque trabaja en Santander, reside en el municipio cántabro de Sarón, desde donde habla con su familia “con toda la frecuencia posible”. Ellos están bien, aunque ya sabe por experiencia –su tío falleció en la guerra hace dos años–, que todo puede cambiar de un momento a otro y que él será el último en enterarse.
Ahora está tratando de homologar y convalidar su título universitario para ejercer, por fin, de lo que ha estudiado, pero le está resultando complicado relanzar su vida. “Pedí un préstamo para montar un negocio y me dijeron que me lo podían dar, pero cuando aprobé un proyecto con la Cámara de Comercio, conseguí el local para alquilarlo, los productos para traer y todo, resulta que el banco me deja de responder... No sabemos qué ha pasado”, explica enfadado.
Mor, el senegalés que soñaba con jugar al fútbol profesional
Mor Gningue tiene 25 años, aunque su expresión hace que parezca bastante más joven de lo que realmente es. Sin embargo, conocer su historia le haría parecer mucho mayor a los ojos de cualquiera. El huyó de su país, Senegal, por cuestiones políticas y religiosas, ya que decidió convertirse al cristianismo, lo que tuvo una gran repercusión en su entorno familiar, de donde fue expulsado por no profesar el Islam.
Pero además de sufrir el rechazo de su familia y de que estos llegasen a amenazarle de muerte, antes de huir de Senegal, Mor trabajó como escolta para un político que tuvo problemas con su partido. Así, después de que el partido actuase de forma violenta contra el político, su escolta también recibió una paliza además de múltiples amenazas. Este último motivo es el que hace a Mor huir de su país por miedo a que alguna de estas advertencias llegase a cumplirse.
En este momento no sé lo que ocurrirá con mi petición de protección internacional, así que hasta que no lo viva no tomaré decisiones
Tras una odisea que comenzó en 2018 y que le hizo pasar por Casablanca, Tánger y Mauritania, y sobrevivir a través de la indigencia, consiguió llegar a Ceuta el 17 de mayo de 2021, cuando la Policía marroquí dejó pasar a los migrantes. No obstante, Mor no olvida lo que pasó en esa etapa previa a llegar a España, cuando recibía palizas tras ser interceptado intentando llegar en patera: “Esa etapa fue durísima”, cuenta con sinceridad.
Su rostro se transforma al hablar de su vida “de antes” y de esos tiempos en los que jugar al fútbol era su gran sueño. De hecho, con una gran sonrisa cuenta que tuvo una oferta en España para jugar, pero que al final no pudo ser. Él, a diferencia de otros refugiados, sí que pensaba asiduamente en cómo sería su vida fuera del país que le vio nacer y aunque ahora prefiere no pensar en el futuro, reconoce que haber cambiado ser escolta por ayudante de cocina en el Restaurante Deluz en Santander le ha vuelto a dar una ilusión que necesitaba recuperar.
Tiene una situación complicada porque aún no le han resuelto la solicitud de protección internacional, y es consciente de lo que eso podría suponer en caso de que se la rechacen, “pero en este momento no lo sé, así que hasta que no lo viva no tomaré decisiones”, revela con calma.
Mamour, el senegalés que ha encontrado su futuro en la ganadería ecológica
Mamour tiene 24 años, es senegalés y, al igual que Mor, aún no tiene el título de refugiado. Sin embargo, así como Mor aún no había recibido contestación por parte del Ministerio responsable de Migraciones, Mamour ya ha sido rechazado y acaba de recurrir la resolución, lo que le permite continuar trabajando hasta que haya respuesta.
Él solicitó este título de refugiado por cuestiones religiosas ya que, tras fallecer su padre, su madre volvió a casarse con un hombre de otra religión. Este hecho provocó que el joven dejase de ser aceptado en su domicilio familiar y comenzara a ser agredido por su padrastro. De hecho, tal y como indica el informe que rellenó el funcionario a su llegada a España, tenía cicatrices por el cuerpo de esos malos tratos que sufrió.
Una vez más, el temor a vivir con miedo toda la vida es lo que aleja a Mamour de su hogar, algo que pese a rondar su cabeza desde mucho tiempo atrás, nunca pensó que ocurriría en estas circunstancias. Su entrada en España también fue dura, a nado a través de Ceuta para después vivir un tiempo en la calle. Posteriormente, cuando entró en un Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), le llevaron a una comisaría para que formalizara su situación y pidiera el asilo internacional, algo que hizo “para evitar problemas”.
No me quiero ir a otro país ni quiero volver a Senegal. Yo vine a España para salvar mi vida y quiero seguir aquí
Tras eso, y gracias a una organización, llegó a Cantabria. Y aunque al entrar en España declaró que quería convertirse en albañil, le surgió un trabajo en una ganadería ecológica en la localidad de Renedo de Piélagos. Allí ha descubierto una pasión que no sabía que tenía, y eso que en Senegal trabajó en el campo durante un tiempo, aunque con otras condiciones.
Ahora confiesa estar “muy contento” y espera poder quedarse en España, si no es como refugiado porque se lo vuelven a denegar, en un estatus legal y sin tener que preocuparse por sus papeles: “No me quiero ir a otro país ni quiero volver a Senegal. Yo vine a España para salvar mi vida y quiero seguir aquí”, concluye ilusionado.
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