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Placebo Panero

Alejandro Panero Sánchez

Néstor Kahane

Si miras por la ventana ves jirafas. Víctor Mazón, exconcejal de Marina de Cudeyo y tenaz organizador de esta macrodespedida solo ha podido encontrar un restaurante que asegure sitio para 400 comensales: está en el Parque de Cabárceno. De los previstos sólo han faltado diez y todos lo han justificado: “Si fuera una película aparecería su fonendo antes que él”, asegura gráficamente un vecino. “Muchos, dice Víctor, me han pedido intervenir para dedicarle una poesía, recordar alguna anécdota o, simplemente, agradecerle sus desvelos, pero es que entonces esto hubiera sido larguísimo y no lo habría aguantado nadie”.

En el amplio salón, la media de edad supera de largo los 60 años y eso que los abuelos han venido con sus hijos y en algunos casos hasta con sus nietos. En la mesa presidencial está Alejandro Panero Sánchez, 65 años, médico de familia de Marina de Cudeyo desde hace 16, capaz de atender a cinco pacientes al mismo tiempo y de hablar por el móvil con un sexto mientras escruta de reojo los resultados de los análisis y los flujos de las tensiones arteriales: “18 horas al día, 7 días a la semana”, asegura la enfermera, Ana Estandía.

Ángel, un vecino de Pontejos, recuerda el primer día de Panero: “Se apeó de su Mitsubishi todoterreno con un montón de papeles en la mano. Yo salía del bar y le vi con la mirada perdida, como si estuviera buscando algo. Era el listado de pacientes, los quería visitar a todos… ”¿Por cuál quiere que empecemos?“ Le pregunté, y pasé con él los tres días siguientes de casa en casa”. Unos años después, Ángel sufrió un infarto y Alejandro le llevó en su coche hasta el hospital: “Aquí estás seguro”, recuerda que le dijo.

El Mitsubishi azul oscuro del doctor Panero, un vehículo que lo mismo le servía de comedor que de lugar para afeitarse, de ambulancia o de taxi y con el que, según aseguran muchos pacientes, “era capaz de andar marcha atrás a toda velocidad el tiempo y el espacio que fueran necesarios”. Lo compró cuando se trasladó a Espinilla, en Campóo, su primer destino cántabro. Allí había llegado desde su Castilla natal, un trayecto que parte de Fontihoyuelo, un pueblo en mitad de tierra de campos en el que Alejandro Panero Sánchez había visto la luz por primera vez. Allí aprendió a  callejear en bicicleta, una costumbre que le sirvió de referencia para ejercer después su profesión. Su tío, Martín Panero Mancebo, le metió en los Maristas y posteriormente le aconsejó estudiar Medicina, carrera que finalizó en la Universidad de Valladolid. Después vino la primera consulta en Melgar de Fernamental y luego la de Villadiego.

Cela, Ballesteros, Felipe González...

Fue por aquellos años cuando el mismo tío que le llevó a ser médico, ya académico de la RAE, comenzó una relación epistolar con el escritor Camilo José Cela, que le había pedido material de documentación para incorporar a su 'Viaje a La Alcarria'. De aquella relación fue testigo involuntario Alejandro: “Mi madre leyó un primer texto del Diccionario Secreto en el que se aludía a ciertas mujeres con un tono que no le gustó y mandó la carta a la chimenea. Solidario con ella, mi padre, mandó una carta a Cela reprochándole que escribiera esas cosas y entonces, el autor de 'La familia de Pascual Duarte' le contestó (y aquí, Alejandro achina los ojos esforzándose en recordar): ”Mi querido amigo, las mujeres castellanas hacen bien en ser beatas y su señora no iba a ser una excepción. Dé usted gracias a todos los dioses conocidos de que le haya salido así, porque lo contrario hubiera sido mucho peor. A mí, que soy un patriota, me basta con que puteen las francesas mientras las españolas siguen haciendo novenas a los santos para que sus maridos sentemos cabeza (que debe ser posición bastante incómoda, ya que para sentarnos solemos usar las ambas cachas del culo)“. ”Cela, en estado puro“, sentencia Panero riendo con ganas.

No solo Cela. Por sus manos han pasado muchas personas conocidas y se ha dirigido a otras con opinión propia en su condición de médico de familia. Asistió en sus últimas horas al golfista Severiano Ballesteros, mandó una carta al expresidente Felipe González en la que defendía su política frente a los GAL y a la que González le respondió agradecido reconociendo que pasaba “ muy malos momentos”. Incluso a los postres de la comida homenaje, Miguel Ángel Revilla desveló que tras una de sus intervenciones de los viernes en 'La Sexta Noche', el doctor Panero le había llamado para decirle “que vigilase esa tos”.

“Un sanador”

Cristina, de Pontejos, cree tener la clave: “En realidad, Panero es un placebo. Sus pacientes asumen todo lo que les dice, le adoran. Su presencia ya les calma. La mayoría de los mayores lo que necesitan es un poco de charla y alguien que les comprenda. Y él lo hace muy bien. Las medicinas y la atención médica, aunque necesarios, pasan a segundo plano. Alejandro es un sanador, cuando él no está, en la consulta hay un 30% de pacientes. Si él atiende, sube a un 70%”.

Mientras Pilar, otra vecina, le pregunta si le gustó el chorizo y el vino que le trajo desde el Bierzo, Alegría le contesta que ya no tiene dolores en los brazos y Joaquín le recuerda aquella ocasión en que Panero subió a pié los escalones de trece pisos de La Residencia Cantabria para visitarle a causa de la claustrofobia que sufre en los ascensores…

Hace unos diez días llegó al austero Centro de Atención Primaria de Rubayo Luis, el nuevo médico. Se traslada desde Santander porque tiene casa en Somo y cree que así podrá disfrutar más de ella. Conoce a Panero y está convencido de que asumir sus cupos será difícil. En el aparcamiento hay un Mitsubishi azul oscuro. 

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