REPORTAJE

El puente que ahoga al Barrio Pesquero de Santander: más barcos de recreo que de pesca tras una estructura que no funciona

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El día de la festividad de la Virgen del Carmen, el pasado 16 de julio, hubo un 'milagro' en el Barrio Pesquero de Santander. El puente levadizo estropeado desde hace meses levantó una de sus hojas para que los barcos pudieran salir en procesión. Los pescadores, escépticos, no siguieron a Moisés cruzando las aguas separadas del Mar Rojo. Se negaron a participar en la tradicional salida al mar como protesta.

Y es que el puente se abrió de forma excepcional para una doble operación: salió un barco que se ha vendido y entró una patrullera del Servicio de Vigilancia Aduanera que yace en seco, en la rampa de Varadero, de donde en primavera ya se ordenó retirar 13 embarcaciones abandonadas desde hace tiempo. De paso, las autoridades portuarias y municipales comunicaron a la Cofradía de Pescadores que podían sacar a la virgen en procesión por el mar y, en cierta manera, sirvió para sofocar la polémica por la ausencia este año de la tradición marinera. Es decir, la hoja del puente se elevó para matar varios pájaros de un tiro y ha vuelto a sellarse dejando aislado de la bahía al pequeño perímetro del Barrio Pesquero.

En el poblado de pescadores dejaron a la virgen en tierra porque están hartos de no poder entrar y salir con los barcos a la lonja. Llevan meses atrapados en su pequeño puerto por esta barrera artificial, un puente levadizo que enlaza el barrio de casas con la orilla de enfrente donde se ubica la lonja. Una infraestructura que construyó en 2009 el Puerto de Santander -costó 16 millones de euros- para el tráfico de camiones de mercancías pesadas entre el muelle de Maliaño y el espigón norte de Raos, pero que limita la altura de los barcos que salen a la bahía. Los mástiles más altos de los barcos pesqueros no pasan por debajo de un puente -imprescindible para alcanzar la lonja donde se subasta el pescado- cuya función era aliviar el tráfico urbano. Aunque parece que ha sido a costa de complicar el marítimo.

Esta circunstancia ha generado un conflicto prácticamente permanente desde entonces, desde hace 16 años. La Autoridad Portuaria de Santander se comprometió a cerrar el puente durante todo el día, desde las seis y media de la mañana a las once de la noche, con algunas excepciones: se abriría a demanda de las embarcaciones que lo necesitasen. Bastaba, en teoría, con avisar una hora antes del inicio de la maniobra e intentar -dice la normativa- no superar las siete aperturas al día.

La realidad es que las averías han sido más frecuentes de lo esperado y que la Cofradía de Pescadores de Santander achaca a un deficiente mantenimiento. Los patrones pesqueros se quejan de que los barcos no pueden entrar a la lonja a vender el pescado. De hecho, se ha improvisado una zona de atraque exterior para los pesqueros que recalan en Santander después de faenar.

Es una solución transitoria que provoca severos inconvenientes: les obliga a descargar las cajas de pescado y trasladarlas por su cuenta en furgonetas hasta la lonja. Muchos barcos han optado por descargar en otros puertos. “Aquí cada vez descargan menos, dicen que se están yendo a Santoña”, lamenta un vecino.

Hasta las rederas, otro atractivo, que hacían su faena delante del muelle sentadas en sillas de madera y mimbre, han desaparecido del paisaje desnudo, también, de embarcaciones y barcas de pesca

Por eso, los pescadores renunciaron a hacer la tradicional procesión marítima por la bahía. Cuando la noticia se hizo pública, la alcaldesa de Santander, Gema Igual (PP), y el Puerto anunciaron que excepcionalmente se iba a abrir el puente. Un milagro, porque desde febrero les decían que era imposible. Así que ellos se mantuvieron firmes en su decisión: si el puente no se abre para faenar, tampoco para sacar a la virgen. El día del Carmen se celebró en tierra. “Han hecho bien” -remacha Mari, una vecina de la zona: “Si no se puede abrir para una cosa tampoco para la otra. ¿O qué tomadura de pelo es ésta?”, exclama.

El secretario de la Confradía de Pescadores de Santander, Agustín Trueba, explica que en principio el Puerto ha anunciado que una de las hojas del puente estará reparada en septiembre y después se arreglará la otra. En el proyecto inicial se incluía un tren que nunca se hizo realidad, del que solo queda el recuerdo y la vía sobre el puente por la que nunca ha circulado ningún ferrocarril.

Recelos en el barrio

Pero algunos vecinos van más allá. Detrás de estas trabas para levantar el puente ven una intención de que acabar con la ya escasa actividad pesquera del barrio, el lugar más emblemático y pintoresco de Santander. Un barrio que cada vez tiene menos aroma pesquero. Hasta las rederas, otro atractivo, que hacían su faena delante del muelle sentadas en sillas de madera y mimbre, han desaparecido del paisaje desnudo, también, de embarcaciones y barcas de pesca.

Los pantalanes están llenos de pequeños barcos de recreo. “Lo que quieren es acabar con la poca pesca que queda porque han puesto los ojos en esta zona para convertirla en un lugar de ocio”, opina Miguel Ángel, otro vecino, mientras señala dónde estaba la vieja lonja, derribada en 2006 en medio de una fuerte polémica.

La presencia en la rampa de Varadero de una patrullera del Servicio de Aduanas -Alcaraván I- en apariencia abandonada también contribuye a alimentar comentarios. Algunos dicen que está allí para ser desguazada. Algo improbable puesto que ese lugar no está homologado para hacer estas operaciones. En cualquier caso, ha quedado varada en la orilla.

La Lonja santanderina era entonces una de las más importantes de la Cornisa Cantábrica, tras las de Avilés y Pasajes, pero el edificio tenía algunas deficiencias para hacer las subastas: había poco espacio sobre todo los días en que coindicían descargando más de diez barcos de altura. Ahora, casi 20 años después, habita una sede más amplia y mejor dotada. Pero ahora el problema es otro: el puente no abre y los barcos no llegan.

Expulsados de Puertochico

El único barrio de pescadores que queda en Santander está en peligro de extinción. Hay más de un centenar de barcos atracados en esta pequeña península aislada del corazón de la ciudad que en realidad se llama Poblado Pesquero de Sotileza. Aquí desterraron, tras el incendio de Santander en 1941, a los pescadores que habitaban las zonas de Puertochico o Tetuán.

Las autoridades de la dictadura aprovecharon para hacer una depuración social y reservar el centro de la ciudad a una clase media alta. A los vecinos que habitaban el antiguo Santander se les expulsó al extrarradio. Para culminar esa operación, tras la reconstrucción de Santander, en 1943 se les echó de Puertochico, que quedó al servicio de los barcos de recreo.

Para eso se construyó un poblado de pescadores en lo que se conocía como el ensache de Maliaño. Se proyectaron 550 viviendas, de las que solo se construyeron 270, en edificios de tres plantas organizados en manzanas con patios, insuficientes para las 600 familias de pescadores que aproximadamente había entonces en Santander.

Tanto tiempo despueés, los vecinos miran ahora con recelo al puente que de alguna manera simboliza una barrera, una frontera con el mar, en un barrio que va olvidando su pasado, en el que resiste aún la avenida de restaurantes típicos marineros con algunas mesas cubiertas con manteles de papel. Aun quedan tendales en la calle. Mástil de sábanas blancas que agita el viento del pasado.