Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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No todo ha sido tiempo perdido en estos cuatro meses de inanición política. Han servido para que Podemos e Izquierda Unida lleguen a la conclusión de que deberían intentar confluir para aprovechar la ventana de oportunidad que dejaron pasar en las anteriores elecciones y que no seguirá abierta indefinidamente. Han hecho falta unas elecciones que les han dejado a las puertas para que se den cuenta de que la escalera para asaltar los cielos es la unidad.
No fue posible en las anteriores elecciones. Algunos lo vimos como una oportunidad perdida, aunque también es cierto que cada cosa tiene su momento. Entonces la confluencia no estaba madura, no sólo entre las formaciones sino tampoco entre muchos de sus votantes que no acababan de verlo con buenos ojos. No hubiera funcionado ni mucho menos como puede funcionar ahora porque las circunstancias han cambiado mucho desde el 20D y el famoso desborde está pasando por encima de los diques que les separaban.
Es una cuestión de frustración. La frustración que produjo a Podemos quedarse a unos centímetros de ser segunda fuerza, la que provocó a Izquierda Unida ver que casi un millón de votos se traducían en dos pírricos diputados y la que ha generado esta estéril legislatura, llevan a la conclusión de que si Garzón se sube a hombros de Iglesias no le hundirá sino que podría rozar las nubes con los dedos.
Las elecciones corroboraron la conclusión de que las confluencias bien hechas no dividen ni restan, multiplican. Además, las negociaciones y su crisis interna han desgastado a Podemos, la parte más reacia, y las encuestas dan un fortalecimiento de IU, la parte más favorable al acuerdo, lo que acerca aún más posiciones. Pero no va a ser fácil subir los peldaños de esa escalera sin tropezar. Hay enemigos a las puertas y puertas adentro poniendo zancadillas.
A las enormes dificultades de encontrar una fórmula que convenga a las dos partes, hay que añadir las reticencias de algunos sectores de ambos partidos. Llamazares y Cayo Lara se resisten a admitir que su ciclo terminó y aún agarran como si fuera suyo el testigo que le cedieron a Alberto Garzón, pero las últimas elecciones demostraron que el nuevo líder de IU corre mucho más rápido que ellos así que serán los otros los que se queden atrás.
En Podemos, el miedo a abandonar la exitosa estrategia de la transversalidad se desinfla por la pérdida de peso del errejonismo y porque los resultados electorales, los medios y este periodo de negociaciones les han colocado a la izquierda del tablero. El PSOE le ha dejado el sitio y ha perdido el suyo. Cuando Sánchez hablaba de “gobierno de progreso o de cambio” para esconder su pacto con la derecha 2.0, Iglesias tenía una respuesta fácil: “gobierno de izquierdas”.
Los socialistas temen tanto que se junten, que ya han empezado su campaña para intentar pinchar las ruedas. No se dan cuenta de que harán que el coche corra más. No hay nada como ver la debilidad del contrario para sentirte más fuerte, ni mayor cicatrizante de la unidad interna que ataque externo. Ya sólo hace falta que Cebrián empiece a disparar contra ella para que la confluencia esté hecha.
La sonrisa del destino, que diría Pablo Iglesias, le ha dado una segunda oportunidad a la izquierda. No debería desaprovecharla. A la segunda debería ir la vencida porque no habrá una tercera.
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