Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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El PP ovacionó y Vox se levantó vitoreando cuando creyeron que la reforma laboral del Gobierno había sido derogada, o sea, cuando pensaron que su pucherazo había funcionado y que los trabajadores iban a seguir explotados y precarizados. Los que dicen defender a la España que madruga, no defienden ni al empresariado, que apoya esta reforma, solo a sí mismos. Madrugan para comprar votaciones democráticas, pero les sale mal, y acaban deslegitimando al Congreso —con el peligro que eso implica— para esconder su torpeza. La semana anterior, alentaron con bulos el asalto al ayuntamiento de Lorca, ahora desacreditan con más mentiras al propio Parlamento. Lo siguiente es Trump y el Capitolio.
Pero hablemos de la reforma laboral que es, precisamente, de lo que no quiere la (ultra)derecha que se hable. Reconozco que estoy dividido en este tema. No es la derogación que prometió la coalición, no es la reforma de los trabajadores ni la más progresista de la democracia, pero es una enmienda de muchos retrocesos de Rajoy y es histórica por el consenso social logrado por el Gobierno con sindicatos mayoritarios, empresarios y mayoría del Parlamento. Se podría haber buscado la derogación solo con el apoyo de sindicatos y socios de investidura, sí, pero el PNV se hubiera opuesto y Europa también. No habría salido en el Congreso, tampoco en Bruselas, de quien dependen los fondos de recuperación.
Y eso es fundamental para entender esta reforma. El pacto social con todas las partes es una de las condiciones de la UE para mandarnos los próximos 12.000 millones que son urgentes. A la (ultra)derecha españolista no le importa tumbar a los españoles para intentar tumbar al Gobierno. En el caso de vascos y catalanes pesa la estrategia autonómica pero algunos de sus argumentos no son convincentes. Esquerra, que gobierna con la derecha en Cataluña, dice que esta es la reforma de Albert Rivera, pero no solo la han aceptado Ciudadanos, UPN o PdCat, también Más País, Compromís o Teruel Existe. A los de Rufián les puede también la competencia que Yolanda Díaz empieza a hacerles entre sus votantes.
El argumento de Bildu de que es un avance insuficiente que impedirá avances mayores, ha sido rebatido por los sindicatos firmantes: es mejor avanzar algo que no avanzar nada y el diálogo social no se cierra aquí. Comparto la crítica de los abertzales a una reforma que no es la derogación prometida por la que nos manifestamos durante años, pero finalmente, frente al esencialismo de la izquierda pura, me tengo que quedar con el pragmatismo de la izquierda posibilista. No es la derogación deseable pero es la reforma posible hoy. Lo que hace falta es que se siga ampliando. Para eso hay que salir a la calle. Es cosa nuestra y de los sindicatos.
De momento, esta reforma cumple con el otro requisito de Europa de combatir la temporalidad. En el mes que lleva en vigor, se han duplicado los contratos indefinidos porque la reforma ataca los temporales: reduce su número, salen más caros, generan fijeza más rápido y están más perseguidos los fraudes. Además, supondrá un aumento generalizado de los salarios gracias a que los convenios sectoriales volverán a pesar más que los convenios de empresa y no tendrán caducidad. Esos son los logros. El fracaso es que sigue la indemnización de 33 días por despido improcedente, si bien la desaparición de muchos contratos temporales, hará que menos trabajadores tengan despidos precarios.
Se ha querido vender la ruptura del bloque de investidura como un tropiezo de Yolanda Díaz, pero esa ruptura es temporal como han dicho los propios socios y la aprobación es un éxito de la vicepresidenta porque se ha convertido en la conseguidora de acuerdos con todas las bandas en la era la confrontación, rompiendo con el sambenito de la izquierda solipsista que no sabe gobernar ni pactar. La que demuestra que no sabe es la (ultra)derecha, que ha roto hasta con los empresarios. Habría que reformar al PP y Vox para que acepten la democracia que están intentando socavar, pero me temo que la derecha española postfranquista es irreformable.
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