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RESEÑA

Las flores de la maleza

Foto de fondo: Gabofr | Flickr

Federico de Arce

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Soy un hombre, soy un poeta, por tanto, he transgredido todas las leyes escribiendo poesía.

Giuseppe Ungaretti

Más allá de la moral ensombrecida / que avanza con la edad, / se alimenta, recoge humor; / cuidar y ser cuidado, poco más / debería ser nuestra vida, / árboles. 

Maleza es el título del último poemario de Javier Manzano Fijó. El libro se iba a llamar La basura ciega. Ya estaba en proceso de edición, cuando cambió el título por Maleza, en principio mala hierba, hierba mala o planta indeseable que crece de forma silvestre o espontánea en una zona cultivada o controlada por el ser humano como cultivos agrícolas o jardines. Los dos títulos son alegóricos, en el sentido de que la alegoría se aferra a las ruinas.

 

En el exterior de la casa - de pura soledad / no hay nada roto - desprendido del suelo / o aplastado y seco - cerca del ruido de la carretera. / Era un ejercicio lento – de las pocas plantas / que seguían con savia – con las raíces separadas del suelo, / ancladas en las tuberías – levemente rotas de óxido y de muerte.

 

Así la maleza cubre los viejos edificios derruidos en un nuevo alzado de planta, definitivo, de la Naturaleza a la que todo vuelve. De nuevo como resonancias de fondo la poesía de Pasolini y Aníbal Núñez. Los dos parecen conjurados en el poema que abre el libro, y en el que escucho el llanto de la excavadora.  

 

Los poemas siguen sin título, como en las anteriores entregas. Todo queda abierto.  Esta vez han crecido en número. De nuevo se trata de textos que empiezan in media res, abruptos, con muchos apóstrofes que apelan a personas innominadas. En el epílogo al libro La alegría de Aníbal, dije que la poesía de Javier Manzano siempre enuncia un tú, al que obliga a escuchar. El lema Je est un autre de Rimbaud se torna en tu est un autre. El problema no es tanto que yo sea otro en cuanto hablo, o que todo sea ficción, como le gusta decir a Javier Manzano, sino que en cuanto hablo, ya eres la tercera persona del verbo, aquello de lo que se habla, un nosotros donde ética y política son una poética. Dicho de otro modo, el yo poético y el tú poético son el mismo lugar de mí mismo. Habla la voz en los poemas de Javier Manzano, como ocurría en los últimos textos de Samuel Beckett o Thomas Bernhard.

 

Curioso que en ocasiones / te escuche lejos, en la calle, y tú, / lugar de mí mismo, / te vayas acercando como casi cada día, / me abraces y calmado / sepa que ojalá esa respiración / pudiera inevitable hasta entonces / sentir las venas y no pensar de manera precisa / en casi nada. / No tardarás en llegar, por otro lado, / justo un poco antes habré creído escuchar tu habla, / ese sonido que no existe / hasta que llegas, / un recuerdo / que desconocemos / y está.

 

No existe una persona concreta que invoque el poema, por tanto, por más que de tanto en tanto yo me empecine en reconocer a algún amigo común, o a mí mismo. Como en sus poemas, Javier se diluye en un monólogo dramático abortado por continuos anacolutos, que son la gracia de esta poesía que prolonga su habla cotidiana, en las peores circunstancias el gozo / compartido quiere / que nos sigamos buscando.  

 

Ahora debiera darme lo mismo, / si en algún momento / llegamos a coincidir, será solo eso, / una conversación en el portazo / ya imposible, / la librería / de la Calle de la Sierpe. / Eres distinta en la memoria, /la muerte un par de veces en el espejo, / de tan cruel no soporta explicaciones. / Si escribo, es pensando / en que en algún momento / iré a abrazarte. / Imagino que estarás sentada detrás de los libros, / que habrán los meses, / el luto, / hecho una parte del trabajo.

 

El espejo, donde soy y no soy aquí y ahora, y el cadáver, donde soy y no soy en mi cuerpo, apunté al margen del poema. como lugar de mi mismo, como lugar de encuentro, anoté jugando con los lemas. Yo soy otro, dijo Rimbaud, frente al Yo soy el que soy, del YHVE de la Biblia. Pienso, luego existo, dijo Descartes. Puedo, luego existo, lo corrigió Simone Weil, quizás la única capaz de afirmarse en el eterno retorno del dolor. Nadie sabe lo que puede el cuerpo, una y otra vez glosa Javier Manzano los lemas de Spinoza:

 

Eres lo contrario a la nostalgia, / tu alegría porosa está ahí / con la risa como obligación y derecho / y no obvio la naturaleza…

 

Entre el goce y el deseo, el poeta ama porque le causa una alegría que viene del afuera, un buen encuentro que lo hace querer más del otro que de uno mismo, o para un mismo. Intentaremos precisar a lo largo de este texto en qué consiste esa erótica.

 

Te amo porque nunca / Dejas a su suerte a los débiles.

 

En otro poema, donde resuena el tiempo / como si lo estuviésemos matando, dice el poeta:

 

La extraña alegría / de pasear juntos a la intemperie / se renueva de forma inexplicable.

 

Yo soy el que soy, yo no soy el que soy, yo es otro, yo es nosotros, juego con los viejos lemas. En el espejo, donde yo soy y no soy, en el cadáver, donde soy y no soy yo en la memoria.

 

En el patio del cementerio al que me gusta venir/ no existe la resurrección, / el lugar exacto de la vieja sintaxis.

 

El tiempo inexorable atraviesa los poemas de Javier Manzano arrasando la vida y la memoria, pero el poeta vive a la contra del tiempo de los relojes, y revisa la historia como otro de sus maestros, a contrapelo. Frente a esa segunda vuelta sobre la historia que en el humanismo cristiano es el Juicio Final, a la humanidad redimida que apela Javier Manzano le incumbe su pasado. De nuevo Benjamin es el pensador que se impone, junto a Spinoza, en el libro, y es que cada uno de sus instantes vividos se convierte en una citation à l’ ordre du jour: ése día que es el del Jucio Final, precisamente.

 

Es una costumbre cualquiera / son años para encontrar / otro lenguaje, una salvación, ¿qué salvación? / el futuro, ese presente / nuestras acciones casi un hogar / para la muerte originaria.

 

La conciencia, dice Javier Manzano, evita que poco a poco nos maten. Y es el futuro, por tanto, / el hallazgo de los otros / en su entusiasmo lento.

 

Así, el poeta, vive a la espera, en una eterna vigilia, en la que, como un cazador de voces, a veces un diálogo escuchado al azar, o una conversación en un lugar casi inhóspito -un edificio en derribo, un descampado, un cementerio, un polígono industrial, solares desolados- da lugar al encuentro con el otro en el poema. Entremos por un momento en el cuarto en que el Javier Manzano estudia, lee y escribe.

 

En apariencia frágil / la carretera con miles de coches / se retuerce en mi ventana hasta el río. / Este discurrir contrario a la alegría / hace que vea en él / los meses secos que llegarán, / esos insultos quebradizos / que no alcanzo a oír. Este es / mi horizonte más repetido, / las bandadas de vencejos, / las cicatrices, algunas nubes a la distancia justa. / Ahora que esta contemplación / sin apenas intensidad / se marcha, he dejado de esperar.

 

En todos los trabajos que he hecho sobre la obra de Javier Manzano siempre he intentado desmarcarlo de la poesía social, poesía comprometida o engagée o como queramos llamarla. No se hace un poema con buenas intenciones o con buenos sentimientos, cayendo a menudo en la oración laica de boca para afuera que acaba en arenga o consigna. El arte es crítico cuando se reinventa y establece un conflicto no solo con el pensamiento en relación a los otros y el mundo, sino cuando, siendo polémico consigo mismo, desborda todo compromiso social o político, cuando va más allá de toda intencionalidad.

 

Era por entonces más de Zenobia / que del calvo… Todo lo pensamos sobre solares / en los que nada / parecía pasar. / Sin embargo, la oscuridad llegó a su fin / y la vida / volvió a correr hasta la siguiente pared, / salimos del mundo / plenos de voluntad / amarga / recóndita, / sin ni siquiera una foto / para qué.

 

Benjamin y Barthes vieron en la fotografía el culto al recuerdo de los seres querido, el último refugio de los difuntos, donde destellaba por última vez el aura de lo vivo. Ha sido así era para Barthes la esencia de la fotografía. Nuestras imágenes digitales carecen de culto. La fotografía ya no es un medio para el recuerdo, sino para la exposición, para la sobreexposición, para la pornografía. Facebook y sus congéneres nos han robado el rostro. Ha dicho Jorge Riechmann: la poesía tiene que medirse con la realidad; con la realidad entera, sin amputarle ninguna de sus dimensiones. Con mayor razón en la cámara de tortura, en la sociedad escindida, en el planeta que agoniza. Cuando la poesía no mira de frente a las luchas de clases, acaba perdiendo la cara.

 

Debemos una explicación / a todos esos muertos, / a nosotros, los ausentes.

 

Está claro que se nos ha concedido la doble nacionalidad, la de vivos y de muertos a un tiempo, cada vez estoy más convencido. Los ecos de Gramsci, pero sobre todo de Walter Benjamin, siguen recorriendo el poemario. Nosotros, somos los ausentes, estamos demasiado muertos para vivir ha dicho Byung-Chul Han, pero el diagnóstico viene de lejos: El mundo de la vida se ha convertido en un mundo de “no vida”; las personas son ya “no personas”, un mundo de muerte. La muerte ya no se expresa simbólicamente por heces ni cadáveres malolientes. Sus símbolos son ahora máquinas limpias y brillantes, dijo E. Fromm en Anatomía de la destructividad humana.

 

Tu cintura / son mis dedos / en los trozos de un acantilado. / No me expliques cómo / funciona el mundo / y disparemos a los relojes.

 

Invoca el poeta en Maleza el tiempo ahora que reclamaba Walter Benjamin, tiempo de la rebelión que rompe con el siniestro guion de la historia: La conciencia de hacer saltar el continuo de la historia es peculiar de las clases revolucionarias en el instante mismo de su acción. [...] En los días de la Revolución de Julio [...], al atardecer del primer día de lucha, ocurrió que en varios sitios de París, independiente y simultáneamente, se disparó a los relojes de las torres.

 

El tiempo de los relojes marca el tiempo laboral. Un tiempo sin experiencia memorable, un tiempo que no es narrativo, sino acumulativo, un tiempo que se sepulta en el tiempo invertido de su propia negación acelerando sin dirección ni sentido hacia esa catástrofe que seguimos llamando progreso. Como parábolas los poemas de Javier Manzano se abren en pequeñas flores de la Maleza, que son la única esperanza. Una esperanza, que tal vez sea infinita, pero no para nosotros, creo yo, en esta tierra. O sí.

 

Es una costumbre cualquiera / son años para encontrar / otro lenguaje, una salvación / ¿qué salvación? / El futuro, ese presente, / nuestras acciones casi un hogar / para la muerte originaria. 

 

Había dicho Walter Benjamin en Sobre el concepto de historia: Ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si este vence. Y es ese enemigo que no ha cesado de vencer.

 

En uno de los poemas de esta entrega glosa Javier Manzano unos versos encontrados en el Manifiesto Mover ficha: convertir la indignación en cambio político.

 

Inexorable / el desastre nos mira / y nosotros reímos, / quedamos para luego. / Seamos ingenuos / aunque no lo parezca, / no es un círculo / la primavera. / Hagamos de los derechos humanos / el centro de los márgenes, / permanezcamos juntos. / Imagino nuestro futuro / alejado de esa concepción del poder / inútil, cualquier caída / menos romantizar otra vez los harapos, / rendidos antes de tiempo / supe bien que era / la retórica vacua de los gritos, / y después poca cosa, algoritmos aparte.

 

La Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) no es más que un documento adoptado por la Asamblea general de Naciones Unidas en su resolución de 1948 en París, que, debido a la falta de consenso entre los Estados, no pasa de ser un tratado obligatorio para los estados firmantes, una declaración que pretende ser un ideal ético para la humanidad. O sea, para que sean recocidos mis derechos necesito un estado que me los reconozca. La primera en denunciar esta paradoja fue Hannah Arendt. Expresó su perplejidad al constatar que la aparición de los derechos humanos, que debía ayudar a la emancipación de los individuos, solo ha servido para sojuzgarlos aún más.

Sin ciudadanía, no hay derechos humanos. La declaración universal de derechos humanos solo aporta consuelo retórico a las personas que devienen apátridas en los estados, que, subscribiendo la Declaración de Derechos Humanos, no reconocen su ciudadanía, y, por tanto, no solo no reconocen, sino que deniegan los derechos y papeles que por ejemplo conceden a sus perros. Se ha dicho que estos apátridas se ven confinados a una vida prepolítica. No creo que sea cierto. Lo peor es que el asunto es político. El problema de los derechos humanos no tiene solución en un mundo solo económicamente globalizado de estados. Los refugiados son los peones de una terrible partida que se libra en el ajedrez económico mundial. Los hombres negocian con los hombres. La globalización, que solo ha sido una trampa del liberalismo económico, ha producido una barbarie nunca vista, pero estamos sordos y ciegos. La esclavitud nunca fue abolida ni nunca hubo tantos esclavos. 

En un mundo tan feo como el mundo que nos acota el tardo capitalismo aflora en Maleza una y otra vez la belleza en sus escenarios siempre en desguace. En todos sus libros, Javier Manzano Fijó nos apela para que nos juntemos, para que estemos más cerca, como única utopía, esa fuerza que nace de nuestra indefectible derrota. 

La mano huesuda / rodeada de plástico, / una utopía, tu mano. / Me hablas de su densidad maltrecha / solo cuando estás delante y puedes / sonreír, / esquivas las cenizas, en las peores circunstancias el gozo compartido / quiere que nos sigamos buscando.

 

Capitalismo / naturaleza muerta / en la basura, escribí hace tiempo en un mal jaiku de mala conciencia, sí, nosotros somos la basura ciega. El capitalismo ha subastado a precio de saldo las viejas ideas redentoras que el comunismo heredó del humanismo cristiano. Hoy la lucha de clases se libra en el interior de cada ciudadano. Pero el neoliberalismo no nos deja mucha elección. El poder del neoliberalismo ya no es represivo y disciplinario que había diagnosticado Foucault como Biopolítica. El poder ahora es tentador. No hay en apariencia ningún enemigo que oprima nuestra libertad. Nos explotamos a nosotros mismos. No quieren hacer creer que somos libres, pero el neoliberalismo le ha vendido la rebelión al populismo fascista, que de nuevo se ha hecho con nuestras calles. A usted le toca decidir si levanta el pulgar y escribe en su móvil I like it. Sin embargo, la esperanza, esa flor de la maleza, nos dice Javi, puede aparecer en cualquier momento y lugar.

 

Permanecer, ese imposible / sobre la nada geológica / y mejor será que olvidemos / cuanto antes / lo impreciso que a la vida / se yuxtapone inútil, / entreguemos esa verdad a la tiza / y como ella que abandona / para mostrar su cara / sigamos como se pueda / al lado de otros con miedo. / Todo abismo tiene una parte estúpida. / No nos dejemos ir, no lo pongamos fácil.

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