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El día del juicio final será una convención de negocios en la que todos llevaremos mascarilla por si las moscas. Hay quien hace gala de una fe tan ciega en el capitalismo que diríamos se somete a sus designios con una sumisión religiosa. A “dios” no se le discute, ni se le explica, ni se le comprende. Únicamente se le obedece. Si la bestia desbocada en su automatismo ciego anuncia la extinción de todo aquello humano y bello que conocemos, a través del cambio climático, posibilidad hoy por hoy cada vez más cercana, hay que obedecer y no ponerse a escrutar los misterios de la creación y las certezas de la destrucción. Las cosas son como son y como Dios y el capitalismo han decidido.
El juego libre de las fuerzas del mercado, manifestación visible de la omnisciencia divina, inaccesible por otro lado a cualquier comprensión o intervención humana, ya tiene trazado el camino a nuestra especie y especies anexas: la extinción, si Dios, liberado de su sosias, el capitalismo desregulado, no lo impide. Quizás lo más cómico de nuestra situación actual (síntoma de una locura ya avanzada) es interpretar también el Apocalipsis en términos de eficiencia económica.
Llevados de su fe y de su monomanía, los fanáticos del capitalismo desregulado interpretan que si las fuerzas sabias del mercado nos llevan de bruces a la extinción global, como antes nos han llevado a otras crisis mayores y menores, pero sobre todo mayores, es porque sin duda esta, la destrucción de todo lo humano y divino (los bosques, los ríos, las especies que nos acompañan), resulta más eficiente en términos económicos que mantener la vida humana y simbiótica en pie. O dicho de otro modo, en una carrera alocada por ahorrar costes, quedarnos sin planeta resulta más barato que salvarlo.
Esta verdad económica, dogma increíble de una fe tan extraña, sólo podrá ser comprobada por aquellos (si los hay) que queden flotando en una nave espacial a la deriva y sin puerto al que amarrar. Esto digamos es, poco más o menos, lo que subyace a la polémica Borrell, dignatario europeo que ha venido a decir (y algunos lo elogian por ello) que intentar salvar el planeta tiene un coste inasumible, y que ese coste lo tendrán que pagar además, no esa minoría exigua que atesora casi toda la riqueza mundial, merced a esos flujos grandiosos de dinero de las últimas décadas, sino los mineros polacos y los atolondrados jóvenes inspirados por Greta Thunberg.
Como ven, la asignación de costes y responsabilidades es un tanto peculiar y extraña: ¿Síndrome Borrell, podríamos llamarlo? Esta distribución de costes y responsabilidades, se corresponde bastante con el paradigma dado por bueno y asumido sin rechistar tras la última gran estafa.
Salvo algún caso aislado ofrecido al cretinismo general como símbolo y cabeza de turco (quien la hace la paga), los principales responsables de la gran estafa fueron premiados con mayores beneficios tras ella. Resulta ilustrativa la escena real de ese documental (no recuerdo ahora el título) en que unos agentes de la Bolsa de Wall Street están pendientes de unas pantallas donde los representantes políticos de USA deciden si rescatan o no rescatan a los golfos de las finanzas desreguladas tras la catástrofe global que han provocado. Al mismo tiempo que ellos saltan de júbilo y gritan ¡Nos han rescatado! cuando los políticos estadounidenses deciden que si se les rescata, en la calle las víctimas de esos estafadores profesionales, jóvenes, y suficientemente rescatados (listos los llamamos en nuestro idioma) ya saben que ellos van a pagar el pato de la fiesta neoliberal. Y entonces exhiben grandes pancartas pidiendo que también se les rescate a ellos. ¿Qué menos? Este es nuestro mundo de hoy y sus modelos éticos que tanto nos empieza a recordar al mundo de ayer, cuando esos valores hicieron quiebra. O sea, dado que el coste de intentar salvar el planeta es francamente costoso, euro arriba, euro abajo, y además no hay forma de que lo pague (¿o sí?) quien puede y tiene que pagarlo (los que tienen la pasta), mejor no intentarlo.
Mejor (¡dónde va a parar!) que el Apocalipsis siga su curso. Lejos de cambiarlo todo, como piensa Naomi Klein, la amenaza que tenemos encima no cambia nada. Sigamos pues mirando para otro lado, falseando la realidad, y ganando elecciones como las gana Trump: que prometió a los mineros del carbón que abriría las minas cerradas por Obama, y al parecer así lo hizo.
Así se ganan elecciones. Así y también echando la culpa de todo a los inmigrantes. Populismo capitalista al poder. Que la extinción sale más barata, ya no lo discute nadie desde que el pensamiento único es más único que nunca.
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