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Contra la esclavitud en el siglo XXI

La ONU denuncia la venta de mujeres y niñas de una minoría iraquí como esclavas

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Es indignante pero cierto: todavía hoy, en la tercera década del siglo XXI, debemos luchar para abolir la esclavitud. Los rostros de los esclavos son demasiados y variopintos: los de un niño alquilado para mendigar por las calles de Tailandia, el de una mujer del Este canjeada a cambio de un electrodoméstico para ejercer la prostitución o, entre otros, el de un temporero subsahariano llegado a Europa que cobra sólo 30 euros a la semana por trabajar diez horas diarias en una plantación.

Aunque en el imaginario popular la esclavitud nos remite a circos romanos de gladiadores y a lejanos campos de algodón, con sus injusticias impuestas a latigazos, en nuestros tiempos 40 millones de personas se ven obligadas a realizar trabajos forzosos, según las sonrojantes cifras de Walk Free Foundation, entidad colaboradora de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). De modo que no sólo pervive la esclavitud, sino que lo hace en unas dimensiones escandalosas.

Este 2 de diciembre es el día que la ONU ha señalado para reivindicar precisamente la abolición de la esclavitud en todo el mundo, en sus formas tradicionales y en sus expresiones más modernas. Hoy como ayer, cada persona que desempeña una ocupación sin haberla elegido, bajo formas de coacción, sufre una injusta condena que no podemos permitir.

Cuando el trabajo no supone independencia y capacidad para negarse ante los abusos no es un trabajo decente. Lo retrató muy bien Jaime de Armiñán en su película ‘Stico’, donde Leopoldo Contreras -el personaje encarnado por Fernando Fernán Gómez-, un catedrático emérito de Derecho Romano acosado por las penurias económicas se ve obligado a ofrecerse como esclavo a un antiguo alumno a cambio de casa y comida. Cuando se carece de lo más elemental para sobrevivir, la libertad queda reducida a la mínima expresión.

Una y otra vez encontramos que el eslabón más débil de estas cadenas lo constituyen las mujeres, los niños y las niñas. Más de 150 millones de menores en todo el mundo trabajan cada día en vez de crecer jugando y aprendiendo. A menudo no pueden pisar la escuela y se adentran, desde su infancia, en una espiral de servidumbre que, a falta de educación y de oportunidades, previsiblemente se prolongará durante el resto de sus días. Se trata de un doble castigo: arrebatarles el derecho a la educación es también robarles el porvenir.

Muchos de estos abusos se ensañan con las niñas que, embarcadas en sucios tratos cerrados por los mayores, se ven obligadas a prostituirse o casarse antes de cumplir los 18 años. Niñas esclavas que lo seguirán siendo de mayores. De hecho, siete de cada diez víctimas de esclavitud son mujeres. Su expresión más extrema es la explotación sexual, en la que están atrapadas hasta 16 millones de mujeres en el mundo. En su afán por buscar una vida mejor en Europa, muchas de ellas son engañadas por las redes de tráfico y son obligadas a ejercer la prostitución para pagar falsas deudas contraídas con estas mafias. Con su dignidad pisoteada y su libertad cercenada, entran en una espiral de muy complicada salida. La trata es una violación de los derechos humanos y de la dignidad de las personas ante la que no cabe ningún matiz.

Es así en todo el mundo. Aunque la esclavitud afecta más a quienes malviven en países lejanos como Corea del Norte, Eritrea, Burundi o la República Centroafricana -los cuatro países con más personas esclavas-, ningún rincón del mundo está exento de estos abusos y violaciones. En España existen los trabajos forzosos, sobre todo en la industria, la construcción, el servicio doméstico o la agricultura, como ha denunciado en su campaña #TrabajoForzoso la propia Guardia Civil, encargada de perseguir estos delitos.

Nuestro compromiso con la democracia y la paz y contra la pobreza nos exige un redoble de esfuerzos para avanzar hacia la eliminación de cualquier forma de esclavitud. Está demostrado que los regímenes más represivos, los conflictos armados y las situaciones de pobreza son factores que propician la esclavitud. Pero nuestro compromiso con estos mismos valores nos exige también que impidamos que el deterioro de las condiciones laborales y las relaciones sociales en nuestro país desemboquen en formas ‘posmodernas’ de esclavitud, porque incluso se puede ser pobre teniendo empleo en una forma aún más retorcida de esclavitud. Perseveremos contra las relaciones injustas de trabajo o contra las situaciones de pobreza que obligan a conseguir o completar un mínimo salario con actividades que conllevan inseguridad y falta de autonomía.

El trabajo debe ser un seguro de libertad. Tenemos la obligación, como ha dicho el Papa Francisco, de gritar alto y claro que “la esclavitud no está abolida” y de denunciar, como hizo el escritor Eduardo Galeano, que la actual globalización económica impone “salarios africanos y precios europeos” que prolongan siglos de explotación, aunque los esclavos ya no viajen en barcos de negreros a través del océano.

Nuestro consumo insaciable con su inagotable demanda de productos baratos -comprar lo último al mejor precio- nutre las redes de explotación laboral de muchos países. Si en pleno siglo XXI existen esclavos y esclavas, niños trabajando para vestir a otros niños en países lejanos, mujeres explotadas sexualmente... es porque con nuestros actos o con nuestra pasividad, tanto países como personas, no hacemos aún lo suficiente. Es hora de reaccionar para abolir definitivamente la esclavitud en nuestro mundo.

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