Incertidumbre y rabia entre los hosteleros de Valladolid por el cierre: “¿Cuántos brotes se han dado en bares y cuántos en casas?”
El próximo 22 de diciembre el restaurante La Malquerida de Valladolid cumplirá tres años. Este 2020, la celebración se va a ver empañada por el cierre de la hostelería decretado por la Junta de Castilla y León, en principio para catorce días, aunque con la posibilidad de extenderlo si no mejoran los datos de contagios de COVID-19. Aunque creían que el cierre iba a ser inminente, para Juan Simón, uno de los dos socios del local, el anuncio ha caído como un jarro de agua fría. “Nos lo esperábamos, pero no sabíamos cuándo”, explica.
Esta noche, la terraza está llena y el libro de reservas para los próximos días, completo. “No sé si es que a la gente le ha dado por aprovechar, pero tenemos muchísimas comidas y cenas previstas”, explica el hostelero vallisoletano. El jueves por la tarde cerrarán, en principio para dos semanas, aunque Simón cree que durará más. “Es complicado, me recuerda a la otra vez que iba para dos semanas y al final estuvimos casi tres meses sin abrir”, cuenta.
Como a otros muchos hosteleros le asaltan dos dudas: por qué se pone el foco en ellos y qué ayudas van a recibir. Hace menos de dos semanas que el Gobierno de Alfonso Fernández Mañueco impuso el toque de queda en la Comunidad, refrendado por el estado de alarma. Los profesionales de la hostelería se tuvieron que adaptar a los nuevos horarios, como antes a la reducción de aforos, como antes a la anticipación de la hora de cierre. Parece comprensible su cabreo: han cumplido a rajatabla las medidas que les han ido imponiendo y no ha servido de nada.
“Como ves tenemos las mesas separadas, recordamos a los clientes que deben usar la mascarilla y desinfectamos, todo eso no sucede en una casa”, explica Armando Santos, encargado del Belmondo, un bar de copas de la plaza de Coca. Para este hostelero, la decisión es incomprensible, porque no va a afectar a lo que él considera el principal foco de contagios: las reuniones familiares. En lo personal tampoco es fácil. Santos estuvo en un ERTE de marzo a junio y tiene varios créditos por pagar y que ahora no sabe cómo afrontará. “Esto es una faena. Me molesta que tomen la decisión cuando la gente había empezado a acostumbrarse al nuevo horario”, explica mientras termina de servir unas cañas a los dos únicos clientes que hay esperando.
Para muchos hosteleros este 2020 va a ser recordado como un año horrible, no sólo por la merma de la facturación, sino también por todo lo que se ha llevado por delante. El Belmondo fue en 2019 el ganador del Concurso Internacional de Pinchos de Valladolid -“y el subcampeón del nacional”- recuerda Santos con orgullo. Este año, teniendo en cuenta las previsiones y la posible no celebración, decidieron no participar en el certamen. “No era seguro que se fuese a celebrar así que preferimos no arriesgarnos”, explica.
A escasos metros de allí se encuentra el Monsó, uno de los locales de copas preferido por los jóvenes de buena posición de Valladolid. Su terraza, al contrario que la de otros bares del estilo a esta ahora, está a rebosar, cumpliendo eso sí, con la distancia social. El gerente, Juan Mate, asume resignado la decisión del cierre, aunque espera que venga acompañado de algún tipo de facilidades. “Yo no hablo como portavoz de nadie, pero tengo claro que deberían aprobarse ayudas”, explica. Según Mate, aunque los ERTE “son fundamentales”, las administraciones, bien sea la Junta o el Gobierno central, deberían ir más allá.
“Entiendo que quieran apostar por otros sectores y por otras industrias, pero a día de hoy, este país depende de la hostelería y del turismo, y si no hacen nada muchos locales cerrarán y aumentará el paro”, explica “El Ayuntamiento de Valladolid nos ha dejado ampliar la zona de terrazas y nos ha eximido de pagar por sacar las mesas, pero se está viendo que es insuficiente”. Para evitar el cierre abrupto de algunos restaurantes, la Junta va a permitir que los locales puedan repartir comida para llevar, pero en el caso del Monsó no es una opción. “Tenemos una cocina chiquitita, pensada para hacer platos con los acompañar a la bebida; a nosotros no nos merece la pena”.
Esta es la duda que asalta a muchos hosteleros de la capital del Pisuerga con cocina. En el Freddy, un restaurante del centro de Valladolid especializado en costillas, no tiene muy claro si le saldrá a cuenta apostar por el take away. Elena, una de las responsables, cuenta que su jefe ha decidido probar durante una semana, si no funciona se irán todos al ERTE. “A día de hoy tenemos un par de pedidos cada jornada. Si la cosa no aumenta tendremos que echar la persiana unas semanas”, relata. Con los ojos vidriosos por la situación y tras disculparse por hablar mucho, remata: “No quiero ni pensar tener que volver al ERTE”.
El ERTE se ha convertido en el salvavidas de muchos restaurantes y bares de la Comunidad, pero para los más pequeños no es una opción. Es el caso del bar María de Molina. Lo llevan José Manuel Gail y su madre. Hace apenas dos meses que falleció su padre, fundador de uno de los más míticos de la ciudad y cuya ración estrella, las gambas a la gabardina, decoran la puerta con un simpático dibujo.
“A nosotros solo nos puede salvar la ayuda para autónomos, que aunque no es mucha, fue lo que la otra vez nos permitió aguantar”. La duda es si ahora, como el cierre ha sido decretado por la Junta y no por el Gobierno central, podrán recibirla. Cree que aguantarán porque gastan poco y porque su alquiler es de renta antigua, pero como al resto de hosteleros vallisoletanos el cierre le parece una injusticia: “¿Cuántos rebrotes se han dado en bares y cuántos en casas?”. La pregunta sigue en el aire.
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