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La calle de Barcelona donde la abstención se duplica de una acera a la otra

La avenida Diagonal ejerce de frontera entre el barrio del Besòs (izquierda) y Diagonal Mar (derecha).

Pol Pareja

Pedro Fraile, 72 años, llegó desde Salamanca al barrio del Besòs hace más de cuatro décadas. Aquí conoció a Aurelia Martín, su mujer, recién llegada de Extremadura. “Esto ha sido siempre un barrio obrero, de clase trabajadora”, explicaban el martes pasado, sentados en un banco ante la avenida Diagonal. Desde ese banco, al que acuden casi a diario, han observado cómo en una década las fábricas del otro lado de la calle pasaban a convertirse en opulentos rascacielos, apacibles parques y hoteles de cinco estrellas. “Ahí hay mucho dinero”, señalaba este jubilado, que durante toda su vida trabajó en una fábrica de productos químicos. “Lástima que aquí no llegue nada”.

En el distrito de Sant Martí, la avenida Diagonal se ha convertido en el termómetro de la desigualdad. Por encima queda el barrio del Besòs i el Maresme, donde el pasado domingo hubo un 48% de abstención y la mayoría de sus votantes se decantaron por el partido socialista. El 71% de los votos en este vecindario fueron a partidos de izquierda.

Por debajo de la avenida se encuentra el barrio de Diagonal Mar i el Front Marítim del Poblenou, donde la abstención bajó hasta el 28,5% y el candidato más votado fue Manuel Valls (C's). En esta zona, el 48% de los sufragios fue a partidos de derechas.

La diferencia en la renta per cápita a un lado y el otro de la calle es significativa: arriba de la Diagonal es de 13.134 euros, situándose en el número 58 de los 73 barrios de la ciudad. Abajo es de más del doble, 32.856 euros, y asciende hasta el número 8 en el ranking de Barcelona.

El barrio de Diagonal Mar es el último que se ha construido en Barcelona. Sus hoteles de cinco estrellas y bloques con portero y piscina se erigieron al albor del Fòrum, un gran recinto que se creó en 2004 para albergar un polémico evento (el Fòrum de les cultures) impulsado por el entonces alcalde socialista Joan Clos. El resultado fue una gran explanada de cemento de 84.000 metros cuadrados que suele estar vacía y se usa para celebrar eventos y grandes festivales.

Eduard Bragolat, 43 años, forma parte de los nuevos habitantes que se han instalado en el distrito. Este ingeniero llegó hace dos años y reconoce que no suele cruzar la calle que separa los dos barrios. “Ahí no hay nada que tenga interés”, respondía mientras paseaba con su hijo por el parque de Diagonal Mar, un agradable espacio verde presidido por un lago y una gran escultura metálica, desde donde se observan los bloques del Besòs.

Cruzar la calle es como cambiar de mundo. En el barrio del Besòs abundan los edificios de obra vista -decenas de ellos afectados de aluminosis- construidos en los 50 y 60 encima de campos de conreo. La ropa tendida en los balcones forma parte del paisaje y las plazas y bancos están llenos de trabajadores y jubilados que pasan el rato un martes por la tarde.

Las viviendas a un lado y el otro de la calle no tienen nada que ver. Sólo el 0,1% de los edificios del Besòs tiene más de 120 m2. En Diagonal Mar este porcentaje sube hasta el 7,2%, según los datos del Ayuntamiento. En el barrio rico, el metro cuadrado en una compraventa roza los 7.000 euros. Al otro lado de la calle, no llega a 3.000.

“El cambio es radical cuando cruzas la calle”, comentaba el martes David, portero de un edificio situado en el número 77 de la calle García Fària. “Los vecinos de esta zona nunca la cruzan, pero al revés sí”. De fondo, se escuchaban las pruebas de sonido del festival Primavera Sound, que se celebra este fin de semana en el Fòrum.

Los indicadores que demuestran el contraste entre los barrios van mucho más allá de la renta per cápita. El 70,2% de los alumnos de Diagonal Mar estudian en centros fuera del barrio. Ni uno de ellos, según los datos del Ayuntamiento, acude a los centros públicos del vecindario. El 40% de los adultos tiene estudios superiores, mientras que en el Besòs la cifra se reduce al 11,1%. La tasa de extranjeros es sólo seis puntos menor en Diagonal Mar, pero ahí abundan los italianos, franceses y rusos. En el Besòs, la mayoría de extranjeros viene de Marruecos, Pakistán y China.

En el nuevo vecindario predominan los coches de gama alta. Niños rubios pasean con patinetes eléctricos junto a sus perros de raza mientras parejas de jóvenes adultos hacen 'footing' por el parque. Se ven ejecutivos con traje y corbata volviendo a casa después del trabajo. Dos agencias inmobiliarias ofrecen pisos que oscilan entre los 800.000 euros y los dos millones. Los alquileres rondan los 2.000 y 3.000 euros mensuales, según los anuncios que ofertan estas empresas. En la inmobiliaria Exklusiv, un cartel anuncia a los clientes que ahí se habla ruso.

“Llegué aquí hace 8 años y nos gustó mucho el barrio”, explicaba Alexandra, una ucraniana que dirige una empresa de marketing y prefería no revelar su apellido. “Desde nuestro salón vemos el mar y hay mucho espacio para correr o pasear”, añadía. “Lo único que nos faltan son tiendas y comercios”.

Desde el banco del barrio del Besòs, donde los vecinos pasan la tarde, se ven imponentes los edificios del nuevo vecindario. Anticipan una transformación en la zona que genera expectativas y temor a partes iguales entre los residentes de toda la vida. La gentrificación empieza a ser una realidad en el barrio y un cartel anuncia a pocos metros de ahí una nueva promoción inmobiliaria: “68 magníficos pisos de dos, tres y cuatro habitaciones con jardín y piscina comunitaria”.

“Si el barrio sube de precio, me vendo el piso y me vuelvo al pueblo”, respondía desde el mismo banco Dulce Lisa, una mujer de 63 años que llegó en los 70 proveniente de Buera (Aragón). “Aquí tenemos muchos problemas: drogas, pobreza, peleas... Nos prometieron que todo cambiaría pero vemos que el cambio se quedó al otro lado de la calle”.

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