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De la cárcel de Wad-Ras al mundo a través de una guardería

Los hijos de las reclusas salen de Wad-Ras andando hasta la guardería. /ENRIC CATALÀ

Pau Rodríguez

Barcelona —

Marisa se levanta a las 7.30 h y despierta a su hija, Clara, que tiene poco más de dos años y a las 9 h ya tiene que estar en la guardería. La madre la viste, le prepara el desayuno y la mochila. Después la abriga bien, que ya se nota el invierno, y le da un beso. Pero a diferencia de la mayoría de madres, no la acompañará hasta la puerta de la escuela. No lo hará porque Marisa -nombre falso, al igual que el de la hija- cumple condena en el Centro Penitenciario de Mujeres de Barcelona, conocido popularmente como Wad-Ras. Se quedará trabajando en la peluquería del centro mientras Clara, junto con los otros seis niños que viven en el centro penitenciario, atraviesan, como cada mañana, la calle que separa lo que es su casa de la escuela Cobi, un jardín de infancia del Ayuntamiento de Barcelona que se ha convertido para ellos en una auténtica ventana al mundo y a la normalización de su infancia, aunque no sean todavía conscientes de ello.

“Al principio me costó, porque mi hija era todo lo que tenía aquí, y estando encerrada siempre tienes miedo de lo que pueda pasar, de si te la quitarán... pero una vez aceptado ves que no hay nada mejor para ella” , relata Marisa, que ha dejado un rato la peluquería para atendernos. “Esto no es una casa normal, quieras o no es un sitio gris, y Cobi es un lugar donde además de aprender juega en un espacio bonito”, sostiene.

“Es fundamental para su socialización, como lo es para cualquier niño de su edad”, constata Maria Roca, directora de la guardería. Este centro público, ubicado a escasos metros de Wad-Ras, reserva desde su creación, el curso 2011-2012, siete plazas para escolarizar a los niños y niñas que viven en el departamento de madres de la prisión. Se trata del único departamento de toda Catalunya donde las reclusas pueden cumplir internamiento con sus hijos, siempre que sean menores de tres años.

Teresa Pifarré, subdirectora de Wad-Ras, explica que “una de las condiciones de aceptación de los niños en el centro penitenciario es su escolarización en Cobi” -además de otros, como que la madre esté en condiciones psicológicas y de salud como para criarlos-. “La guardería es su puerta al mundo”, constata. Un mundo que las internas no pueden controlar, lo que a menudo los inquieta. “Un día te llega con un rasguño en la cabeza y claro... ¿qué le ha pasado? ¡No se lo puedes preguntar a la maestra!”, suelta Marisa. Pero la directora de Cobi ha ingeniado una manera de calmar su desasosiego . “Cada viernes les ponemos en la libreta un par de fotos para que sus madres les vean riendo en el patio; ninguna frase, sólo unas fotos”, explica Roca. Y efectivamente, la iniciativa causa furor. “¡Las fotos! ¡Esto es lo mejor que nos pueden dar, te lo juro!”, confirma la Luz -también nombre falso-, compañera de Marisa en el departamento de madres.

Así pues, cada mañana, este grupo de niños matriculados en la guardería municipal Cobi, acompañados de una educadora social y un voluntario, siguen su ritual diario de salida al exterior. Tras despedirse de las madres, desfilan hacia la puerta que separa el interior de la cárcel de la zona de despachos. Allí un funcionario ya les espera, saludándoles a través de la mirilla; les abre la puerta y caminan pasillo abajo, entre mimos y halagos del resto de trabajadores -hoy se suma el fotógrafo del diario-, hasta que salen del centro, cruzan la calle bajo el sol de invierno y entran en Cobi, donde la educadora social les acompaña durante el tiempo de acogida que hacen todos los niños y niñas con sus padres cada mañana en la escuela.

“La comunidad educativa lo tiene muy asumido y se vive con absoluta normalidad, sin ningún tipo de estigmatización, ni mucho menos. Ahora entrarías en la escuela y serías incapaz de distinguir cuáles son los hijos de las internas”, constata convencida la directora. Sin ir más lejos, el resto de padres a veces ayudan a los voluntarios cuando se les tiene que venir a buscar al acabar la jornada escolar. “Es una suerte y un orgullo”, añade la subdirectora de Wad-Ras, Teresa Pifarré, que recuerda que en épocas anteriores, como cuando el SIDA causaba estragos en los años 80, era mucho más complicado convencer a las familias y los centros educativos de la necesidad de incluir estos niños y de su situación de normalidad.

Una tranquilidad que es compartida por educadores, familias y niños, aunque en el caso de estos últimos empieza a “tambalearse” -en palabras de Pifarré- cuando pasan los dos años y, poco a poco, van percibiendo que su realidad no es la misma que la de sus compañeros de escuela. Ya no vuelven a la cárcel con tanta alegría por las tardes; incluso con llantos los domingos, después de pasar unos días con familiares. “En su proceso evolutivo y cognitivo van ampliando los campos de relación, y comienzan a crear conceptos básicos, como el dentro y el fuera, a anticipar situaciones... Y escuchan que sus amigos van al parque con los padres y ellos no... Van tomando conciencia de su realidad y algunos lo viven con cierto dolor”, subraya Roca.

Es por ello que la edad máxima para los niños en Wad-Ras es de tres años. “Antes era hasta los seis, pero la situación se volvía insostenible y perjudicial para ellos”, detalla Pifarré. Una vez pasan de los dos, desde el centro, en colaboración con la Administración, “intentamos hacer lo posible para que las madres ya puedan empezar a salir, ya sea de permiso o con el tercer grado, para normalizar la situación”.

Vivir en familia en Wad-Ras

Vivir en familia en Wad-Ras “Sabemos que es una prisión, y que no será nunca un hogar, pero los niños le dan alegría; las paredes están pintadas de colores y las puertas abiertas”, explica Marisa de lo que en los últimos años ha sido su techo y el de su hija. La frialdad que impregna cualquier centro penitenciario queda diluida entre los gritos de los niños y los juguetes esparcidos en la sala compartida.

El departamento de madres de Wad-Ras es, desde su creación en 1991, el único espacio de todas las cárceles catalanas en que se permite la cohabitación de madres e hijos pequeños -actualmente hay siete-. Es un módulo aparte, y cuenta con “varias particularidades destinadas a garantizar un mayor bienestar de madres y niños”, avanza Pifarré. Las internas no duermen en celdas cerradas, sino en habitaciones con una puerta de madera que no se cierra con llave. Tampoco comen con el resto, sino que cuentan con una cocina-comedor donde ellas las que preparan las papillas para sus hijos. “Así controlan la comida y se responsabilizan”, explica Pifarré.

“Tenemos más margen de libertad, pero porque tenemos también más responsabilidad”, reflexiona Marisa. Y también tienen una atención especial por parte de un equipo formado por educadores, pediatras o el mismo nutricionista que se encarga de diseñar los menús.

Prisión y guardería, en diálogo

Prisión y guardería, en diálogo El proyecto de incorporación de niños de madres reclusas en la guardería municipal Cobi se impulsó desde el Instituto Municipal de Educación de Barcelona (Ayuntamiento de Barcelona), en colaboración con el Centro Penitenciario de Mujeres de Wad-Ras (departamento de Justicia de la Generalidad de Catalunya). Cada curso, desde el Ayuntamiento de Barcelona, se reservan en este sentido un total de siete plazas en la resolución de preinscripción y matrícula.

Gerard Ardanuy, concejal de Educación y Universidades, indica que “desde el IMEB impulsamos el desarrollo de un diálogo y trabajo permanente entre la dirección de la guardería municipal Cobi y la dirección del Centro Penitenciario de Mujeres de Wad-Ras, para evaluar el seguimiento de este proyecto”. El concejal añade que “este diálogo constante entre la escuela y el centro penitenciario sirve, entre otras cosas, para impulsar actuaciones coordinadas y sostenidas que permitan atender de manera particular a cada uno de estos niños y hacer un seguimiento cuidadoso, dentro del marco del desarrollo habitual y ordinario del día a día de la escuela”.

“La escuela es un mundo rico de relaciones y se convierte para ellos y para el resto de niños como una gran familia” resume la directora de Cobi, que cuatro veces al año entra en Wad-Ras con el equipo docente de la escuela para hacer extensiva la reunión de padres a las madres de la prisión, incluso con entrevistas individuales. “También a final de curso, cuando hacemos una reunión con las familias que escolarizarán por primera vez a sus hijos”.

Otro de los retos de cualquier centro educativo, sobre todo en etapas tan clave para el desarrollo de los hábitos de los niños, es conseguir que haya cierta continuidad entre lo que transmite el educador y lo que hace el niño en su casa. ¿Pero cómo se consigue esto cuando hay el enrejado de una prisión de por medio? “Con constante diálogo; si hay predisposición de los trabajadores del centro penitenciario y de Cobi, como es el caso, intentamos poner al máximo de facilidades”, argumenta Pifarré, que recuerda que la directora de Cobi puede entrar en el centro siempre que sea necesario.

Estos días la subdirectora de Wad-Ras está buscando mesas y sillas pequeñas para que los niños no tengan que comer en sillas altas. “No lo habíamos pensado, pero la última vez que vino Maria nos lo hizo notar”, relata Pifarré. “Esta edad es el momento en que los niños deben aprender a estar quietos ellos solos”, suscribe Roca.

Este es un ejemplo de la comunicación entre Wad-Ras y Cobi. Pero en este sentido, Roca quiere dejar claro que su relación con las madres reclusas, a pesar de su situación, puede ser igual de sencilla que con otras familias.

La conexión entre la cárcel y la guardería es también una forma que tienen las madres de seguir en contacto con la vida exterior. “El otro día vino la niña cantando La castañera, y la estuvimos cantando juntos”, recuerda Marisa. “Incluso una interna rusa, que no hablaba nada de catalán, ha llegado a aprender un poco gracias a su hijo”, celebra Pifarré.

“Hace unos días me vino una de las madres muy emocionada”, relata la directora Cobi, “es una de las madres que tiene el tercer grado, es decir, que puede salir, y la habían invitado a la fiesta de la castañada”. Me han invitado a mí, iba diciéndole la madre a la directora, mientras lloraba. Y ella le respondía: “Hombre claro, pero si eres su madre, ¿no?”.

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