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El desahucio de las clases medias

J. Ramón González Cabezas

Barcelona —

La multitudinaria manifestación del 14-N en Barcelona ha permitido tomar la medida de las dos grandes fuerzas motrices que el 24 de noviembre convergerán en las urnas y descargarán su energía a través del voto: el descontento social y la desafección nacional. La ciudadanía de Catalunya ha sido convocada a ejercer el sufragio precisamente en el punto crítico de la confluencia de la doble crisis económica y política provocada por el abrupto final del boom español. No existen precedentes de un entorno de tal envergadura desde los tiempos de la Transición.

A tenor de las cifras suministradas por los sindicatos convocantes de la manifestación del miércoles y por los promotores de la marcha independentista del 11 de Septiembre, ahora ya sabemos que el voltaje del doble malestar alcanzaría sobradamente el millón de manifestantes en las calles; incluso millón y medio, en el caso de la Diada. En el supuesto, eso sí, de que el Paseo de Gracia de Barcelona y sus aledaños puedan albergar tal muchedumbre. En plena revolución tecnológica y científica, en España todavía se cultiva el disparate de las cifras y no hay forma de saber cuánta gente asiste realmente en las grandes manifestaciones, con la excepción de los partidos de fútbol.

La gran placa tectónica

Sea como fuere, las dos grandes corrientes de fondo confluirán en las urnas de manera imposible de discernir, una vez aceptada la inapelable implicación de ambos factores. Lo que parece indiscutible es que ambos estados de opinión están en fase muy viva y activa, dispuestos a hacerse notar ante el stablishment económico y político. ¿En qué grado y dirección? He ahí el enigma de la insólita cita electoral del 25-N.

Tras la doble exhibición de fuerza en la calle, se diría que nos hallamos definitivamente sobre la gran placa tectónica de la que depende la estabilidad de los continentes del entorno inmediato. La convocatoria electoral afecta esta vez no sólo al estatus interno de Catalunya, sino a su posición con respecto al resto de España y, en última instancia, con los países socios de la UE y los países aliados de las grandes organizaciones internacionales. Como la OTAN, por poner un ejemplo.

Con esta triple responsabilidad encima, la campaña avanza de forma casi mecánica sin otra componente que un estado de gran ansiedad colectiva, a la espera de verificar el grado y los efectos del desplazamiento telúrico que se avecina. Por poco que fuere será mucho.

La convocatoria de huelga general en plena campaña electoral catalana ha sido acogida con incomodidad en los sectores más implicados en la apuesta soberanista. En los medios afines al Gobierno de la Generalitat se ha visto el suceso como una intromisión en el debate nacional de Catalunya y no han dudado en presentar la huelga como una acción “limitada” e “innecesaria”.

El protagonismo de la crisis social ha forzado un “apagón” de veinticuatro horas en el debate identitario, pero es aventurado pretender que no va a intervenir en la opción de voto de los electores y que éstos se centrarán en el órdago político lanzado por Artur Mas: conseguir una “mayoría excepcional” para iniciar el proceso de autodeterminación de Catalunya con vistas a constituirse en un estado independiente.

Del ‘expolio’ a la ‘herencia’

Por si acaso, sin embargo, el candidato-presidente ha vuelto a afirmar con su habitual rotundidad que la situación económica y social de Catalunya no sería la misma de haber existido el “pacto fiscal” y, asimismo, si sus predecesores en la Generalitat no hubieran dejado los cajones llenos de facturas por pagar. Por si no fuera suficiente, Mas ha vuelto a reiterar que una Catalunya independiente tendría más posibilidades de salir de esta larga crisis que tiende a eternizarse.

De este modo, el doble factor del “expolio” a manos del Estado, por un lado, y la pesada losa de la “herencia” de la izquierda, por otro, sigue marcando el argumentario de CiU como Gobierno saliente, ante la imposible réplica de los antiguos aliados del Tripartito y la sospechosa indulgencia de los medios de referencia, tanto públicos como “concertados”. Así ha sido durante el breve primer mandato del líder de CiU, coincidiendo con su alianza coyuntural con el PP.

En efecto, ERC ya es el nuevo socio preferente de Artur Mas en su virtual segundo mandato; el “nuevo” PSC se ha aferrado in extremis y sin convicción al clavo ardiente del federalismo, e ICV-EUiA surfea sobre la ola soberanista y el tsunami social para intentar hacerse con el iglú de la maltrecha izquierda parlamentaria.

En estas condiciones, sin embargo, Mas se arriesga pese a todo a lanzarse a las urnas simplemente para cambiar de socio, sin poder variar su condición de minoría mayoritaria. Sería algo mucho más que un resultado discreto para una movida tan aparatosa.

Ricos, pobres y ‘miserables’

La lógica polarización del 25-N en torno al debate secesionista podría, a pesar de todo, soslayar o remitir a un segundo plano la crisis económica. Sin embargo, la cita electoral aportará sin duda, ya sea por acción o por omisión, signos inequívocos sobre la actitud de los electores en torno a la crisis que amenaza la paz social. Incluso puede aportar algunas claves que podrían inspirar el espacio de la izquierda en Catalunya. La nueva composición del Parlament puede dar alguna sorpresa en esta dirección ante la posible entrada de la CUP (Candidatura de Unidad Popular) en el hemiciclo.

La izquierda democrática aún asiste petrificada al alud de cambios en la sociedad del bienestar heredada del último tramo del siglo XX. La composición de las grandes manifestaciones de los últimos tiempos acredita que asistimos al desahucio progresivo de las clases medias y el esbozo fantasmal de una sociedad dividida entre ricos, pobres y ‘miserables’. Es decir, la virtual desaparición del colchón social sobre el que descansa la conciliación entre los sectores favorecidos y desfavorecidos por las leyes del mercado y el juego de las mayorías y minorías. Sería temerario no invertir todo el esfuerzo disponible en evitar este desastre.

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