Gente, gente y más gente que se acumula, ya desde primeras horas del jueves, para probar “la experiencia Sónar”: colas, pulseras, césped artificial, conciertos e interludios musicales vividos como conciertos, bebidas y acciones diversas patrocinadas... la capacidad de atracción del Sónar no pierde comba y hace que muchos hayan aparcado trabajos y exámenes para vivir intensamente el festival. En este contexto, cabe preguntarnos no sólo sobre la capacidad innovadora de un festival que vive de su asentamiento y su popularidad en términos “históricos”, sino también sobre los planteamientos de futuro para mantener los puentes entre la parte estrictamente musical y las propuestas de carácter artístico que generen este espacio intersticial tan necesario.
El cartel de este año lo forman artistas desconocidos. ¿El público desea y necesita propuestas nuevas para huir de la homogenización?
Nos gusta apostar por gente que no conocemos todavía, que comienzan su camino y al que el festival incorpora para hacerlo visible a la gente, y que ese público tenga la sensación de haber descubierto a un tipo del que no sabía nada. No construimos el cartel del Sónar en base a los grandes nombres, lo hacemos más sobre una personalidad de contenidos, que hace que el público confíe en nosotros, que venga a descubrir.
¿Qué trabajo conlleva encontrar creadores con discurso propio?
Hay mucha competencia a nivel global de festivalitis, sobretodo los últimos cinco años, que hacen complicado conseguir artistas que hace diez años era algo más sencillo. De aquí la labor de hallar creadores con discurso propio. Hacemos un rastreo global donde jueguen un papel esencial las ediciones internacionales del Sónar, entre ellas Bogotá y Buenos Aires en Latinoamérica, o Estocolmo y Reikiavik en el área nórdica, sin olvidar tampoco la búsqueda dentro de la escena local en Cataluña y en España.
Esta es una de las ediciones más combativas desde el punto de vista social. ¿Que la escena electrónica adopte un discurso crítico es una novedad?
Pondremos el foco en el cambio climático o la guerra de drones, como en los trabajos que presentarán Jean Michel Jarre con referencias a la supervigilancia en la red, el desencanto de Anohni sobre la política de Obama o la visión de la crisis de refugiados de El niño de Elche. Es un activismo no inducido por Sónar, sino que proviene directamente de los creadores. Son los artistas que provocan estos discursos y líneas de actuación. Nos mantenemos al margen. Es novedoso porque hasta ahora los artistas se posicionaban poco en temas políticos y sociales, habría que remontarse a la canción protesta.
Uno de los retos del Sónar es generar intercambio entre ámbitos como la creación artística y los laboratorios tecnológicos de universidades. ¿Qué rédito obtiene el festival?
Los intercambios entre ámbitos tan alejados a priori como la creación artística y los laboratorios tecnológicos de las universidades son necesarios. Nos permite mantener el contacto con las nuevas generaciones de público a través de artistas jóvenes con los que puedan conectar. El objetivo es hacerles partícipes del festival, sin ese reto el público del Sónar hubiera envejecido y resultaría muy aburrido.
Sobre este blog
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