Cuando llegó en el aeropuerto del Prat, Michel Houellebecq quedó bajo la custodia de los Mossos. La policía catalana no autorizó que se hiciera ningún acto público en Barcelona por razones de seguridad, pero el autor concedió una rueda de prensa. La cita era en un lugar secreto hasta el día antes. Finalmente, la sede del Instituto Francés en Barcelona acogió la rueda de prensa de presentación en España de Sumisión (Anagrama), la última novela del controvertido escritor francés.
Houellebecq se hizo esperar pero cuando finalmente salió a la terraza del Instituto Francés se dejó fotografiar sin hacer aspavientos. Sólo entonces los flashes testimoniaban que algo importante estaba sucediendo. “Veo que aquí dominan las cámaras Canon. En Francia todas son Nikon”, dijo mientras se sacaba de la chaqueta un cigarrillo electrónico. Una vez en la sala de actos del Instituto, llegó el turno de preguntas de los periodistas. Todo el mundo coincide en que algo ha cambiado respecto la última visita para presentar Poesía (Anagrama). Es evidente que Houellebecq no pasaba por un buen momento de salud y era incapaz de construir una frase entera. Esta vez respondió con agilidad y sin rodeos.
“Para escribir Sumisión, leí el Corán porque tenía necesidad, pero lo que cuenta no son las lecturas de gente como yo, sino de las interpretaciones legitimadas, con poder. Las lecturas que se hacen pueden ser más o menos racionales”. El mismo día en que el libro fue publicado, la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo fue atacada por terroristas y murieron doce personas. Un hecho desgraciado que ha acabado salpicando con polémica la promoción del libro en Francia. “El Corán no es tan peligroso como se puede pensar, sino los que dominan y tienen interpretaciones violentas”, assegura.
Sumisión presenta una Francia que vive un estado parecido a la guerra civil. En la novela, Houellebecq imagina el triunfo electoral de un partido islamista, Fraternidad Musulmana, liderado por un carismático Mohammed Ben Abbes que ha superado a Marine Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones, gracias al apoyo de la resto de fuerzas políticas, decididas a impedir la victoria inevitable de la ultraderecha. El país dibujado por Houellebecq, imagen deformada de la Francia de hoy, sortea los últimos residuos de una socialdemocracia agonizante y poblada por ciudadanos desencantados por la política. “La izquierda francesa se encuentra en una situación dolorosa, porque sus intelectuales, que habían dominado el patio, ahora se sienten amenazados o incluso condenados”, dice Houellebecq.
En este paisaje, Houellebecq sitúa a un narrador llamado François, profesor universitario y especialista en Joris-Karl Huysmans, gran figura del decadentismo. “En el origen de este libro me imaginé como estudiante, y luego pensé que este estudiante encontraría confort en la obra de Huysmans. Entonces imaginé que mi personaje, François, se convertiría al catolicismo, al igual que había hecho su autor preferido”. Es entonces cuando François contempla otro tipo de metamorfosis religiosa: la necesidad de convertirse al islamismo ante las circunstancias políticas. “Puedo imaginar un presidente musulmán en Francia, pero no un partido musulmán que gane las elecciones”, explicó Houellebecq sobre la posibilidad de que se den unas circunstancias similares a las de la novela, un ejercicio de “política-ficción”, rechazando el apelativo “reduccionista” de “sátira política”.
El escritor francés Jean-Marie Gustave Le Clézio, premio Nobel, ha hecho un llamamiento a la insumisión y pidió a los franceses que no lean la novela de Houellebecq, porque invita a sus conciudadanos a tener miedo. Houellebecq no se inmutó ante la invitación de Le Clézio: “Me da igual”, dijo. “No conozco Le Clézio, ni lo he leído. Es un colega, puede decir lo que quiera, pero no me afecta”.
El escritor francés ha dejado claro que no tiene miedo y que si lleva escolta es porque las autoridades consideran que debe ser así. Tras el atentado contra el semanario Charlie Hebdo le llovieron las amenazas. Houellebecq cuenta con una legión de detractores y otra de admiradores. Tarde o temprano la visita a Barcelona se había de producir. Las fuertes medidas de seguridad no impidieron el encuentro literario-policial para escuchar una de las voces más controvertidas y afiladas de la literatura actual.