El huracán “Artur” llega a España
A pocas fechas de unas elecciones trascendentales en Catalunya, la tensión política crece a medida que se acerca el incierto escenario del día después. El propio socio de coalición de Artur Mas, Josep Antoni Duran i Lleida, ya ha dado síntomas de vértigo extremo y ha confesado sin circunloquios que no ve a España sin Catalunya y viceversa, dando lugar a una nueva exhibición de trabalenguas en el seno de CiU. La movilización de destacados representantes de la intelligentsia española bajo la bandera federal como respuesta a la oleada soberanista, da fe de la envergadura del desafío lanzado por la definitiva eclosión de la desafección catalana. Nada será exactamente igual después de todo esto.
No es para menos, vista la situación creada a partir del 11-S y la línea del horizonte que asoma tras el 25-N. El órdago soberanista de Artur Mas plantea al menos tres hipótesis de rango superlativo que pueden convertir esta fecha en la hora cero de una futura España post constitucional. Así podría decirse del paisaje resultante del desbordamiento o ruptura del marco establecido en 1978 y la consecuente mutación de sus principales actores políticos. El 25-N puede ser el huracán “Sandy” del mapa político español, sobre el que ya gravita la inminencia de la gran borrasca mediterránea. Las urnas darán la medida de la fuerza real de “Artur”, el gran ciclón formado sobre Catalunya bajos los calores de la Diada.
Tres incógnitas de calado
La arriesgada apuesta del líder convergente plantea en primer lugar, obviamente, la virtual desaparición de España tal como la entendemos hoy en su doble acepción como estado y nación, en el supuesto de que llegara a consumarse la secesión de Catalunya. Ésta es la cuestión nuclear que subyace en la convocatoria electoral y sobre la que va a proyectarse el voto de los electores, como demuestra con creces la campaña “institucional” perpetrada por el gobierno de la Generalitat para supuestamente “animar la participación”.
En segundo término, la inesperada convocatoria de unas elecciones parlamentarias focalizadas en la autodeterminación y la independencia puede acelerar de modo irreversible la descomposición del PSOE como partido vertebral y líder de la izquierda institucional, en el caso de consumarse la debacle del PSC en las urnas. Tras el doble descalabro electoral en Galicia y Euskadi, el desplome del socialismo catalán no sólo abriría una crisis de liderazgo en el partido federal, sino que conduciría a una reformulación de sus postulados políticos, incluida tal vez su posición con respecto al modelo y organización del Estado.
Finalmente, el 25-N puede culminar también la fulminante metamorfosis del viejo catalanismo político conservador en un nuevo movimiento transfonterizo capaz de remover las aspiraciones de los grupos nacionales o étnicos que habitan en los estados de la UE. De ser así, el partido fundado por Jordi Pujol en noviembre de 1974 rompería con su propia tradición pactista, reformista y social, lanzándose a la aventura secesionista bajo el señuelo del “expolio fiscal” en beneficio de los territorios menos productivos de España y de la propia burocracia estatal.
Seducción e intimidación
Con el horizonte añadido de la crisis económica y social, el electorado se halla sometido desde hace ya más de dos meses a una asfixiante operación de seducción/intimidación en la que esta triple incógnita actúa como una bomba de relojería sin mecanismo de desactivación a la vista. Los sondeos difundidos hasta la fecha parecen abundar en el carácter irreversible de esta dinámica, que conduciría inexorablemente a un escenario desconocido por sus propios impulsores en el que reinaría, sin embargo, la felicidad y el progreso de todos los catalanes. Así lo formuló el propio Mas al asumir la manifestación del 11-S como un mandato popular en favor de la autodeterminación y la plena soberanía. Lejos de arredrarse, el líder convergente reitera que no hay Constitución ni Tribunal alguno que puedan impedir la materialización democrática de este objetivo.
La firmeza del president desafía todos los frentes internos y externos. La confusa peripecia dialéctica de CiU en torno al futuro de Catalunya en la UE en el caso de constituirse en un “estado propio”, ilustra la confusión e incertidumbre que ha ido creciendo en torno al caso. La idea de que Catalunya soltaría amarras de la decadente España para volver a fondear sin más al día siguiente en la próspera dársena de la eurozona ha actuado con el impacto y la volatilidad de un videoclip. La beligerancia del Gobierno central en el desmentido de tal argumento revela sin duda la posición irreductible de los poderes del Estado, pero también la tendencia a la simplificación y el misticismo que amenaza la epopeya del viaje a Itaca.
Escenarios del 'día después'
En este contexto grandilocuente y con tendencia al exceso, la letra pequeña y los matices cobran una importancia mayor de la habitual en la medida en que podrían influir en la evolución de la crisis o, incluso, actuar de pasarela hacia la negociación y el pacto. En política siempre hay un asidero. Las variantes no son muchas, pero tienen importancia de cara al día después de la jornada electoral.
Está claro que Catalunya puede amanecer el próximo 26 de noviembre con un nuevo Parlamento de aplastante mayoría independentista, organizada en torno a Artur Mas como líder indiscutible al frente de CiU como fuerza hegemónica investida de un mandado inequívoco. Ni que decir tiene que esta situación elevaría al máximo el pulso político e institucional lanzado por el presidente de la Generalitat y colocaría al Gobierno central ante la evidencia de una situación imposible de eludir o sortear sin una negociación bilateral y abierta
Sin embargo, también podría ocurrir que Catalunya despierte de repente del gran sueño del 11-S y se enfrente a una nueva legislatura con un dirigente desgastado por el fracaso de su apuesta maximalista y obligado a pactar con sus nuevos socios al no resultar plebiscitado con una mayoría absoluta. De este modo, las urnas habrían cambiado todo menos la situación de Artur Mas, que permanecería curiosamente como un jefe de Gobierno sin “derecho a decidir” por sí mismo.
En uno y otro escenario, es muy posible que el Gobierno se limite a rechazar o relativizar la presión secesionista y exhibir todo su arsenal disuasorio. En el mejor de los casos, Rajoy podría acompañar su posición de firmeza con el ofrecimiento de una salida a la baja que permita a Mas reconducir la situación ante sus propios electores y garantizar la estabilidad financiera de la Generalitat. Cabe decir que ni el más tibio de los convergentes, con la excepción de Duran i Lleida, parece hoy dispuesto a aceptar un escenario de estas características.
El futuro del PSC y de la izquierda
Pese a los signos que sugieren un cierto debilitamiento de la fuerza de arrastre del llamamiento independentista, la escena catalana sigue ofreciendo un panorama monolítico al que contribuyen sin contención ni decoro los grandes medios públicos y privados. Una vez asumido como un hecho irreversible el proceso de autodeterminación lanzado por Mas, apenas quedaría otra variable por despejar que la suerte política o el parte de daños de quienes rechazan o discuten esta vía. Socialistas y populares aparecen de antemano no ya como virtuales perdedores de la pugna electoral, sino como víctimas inevitables del error, la desorientación, la confusión del entendimiento o, pura y simplemente, la falta de patriotismo.
Ciertamente, una de las grandes incógnitas del 25-N es si el “nuevo” PSC del gris y neófito Pere Navarro podrá sobrevivir al choque de trenes y mantenerse de un modo u otro como “tercera vía” entre el rupturismo soberanista de CiU y el inmovilismo unitarista del PP. La amenaza del “sorpasso” del PP gravita como un fantasma sobre el maltrecho socialismo catalán y, por extensión, sobre la cohesión y estabilidad del PSOE capitaneado contra viento y marea por Alfredo Pérez Rubalcaba. Los rayos y truenos lanzados por dos ex pesos pesados del socialismo español como Bono y Rodríguez Ibarra, amén de la reaparición de la indomable Carme Chacón, auguran grandes tormentas.
La virtual liquidación del PSC como alternativa de izquierdas y fuerza vertebral del melting pot de Catalunya encumbraría al PP como segunda fuerza política. Este hecho escenificaría en el hemiciclo del Parlament el nuevo frente de confrontación política e institucional y daría lugar a una nueva geografía política a la medida de los planes secesionistas del núcleo duro de CDC. La otra incógnita no menor es qué papel jugaría en este nuevo teatro de operaciones la coalición ecosocialista ICV-EUiA liderada por Joan Herrera, firme en su apuesta por consolidar una izquierda soberanista en plena ofensiva del nacionalismo neoliberal para hacerse con las llaves de la caja y ejercer sin cortapisas el derecho a decidir.