Las elecciones que debían ser el ‘voto de nuestra vida’ han dejado a Catalunya recostada en el diván. Con muchos más dilemas que antes. Con más incertidumbres y dudas de las que ya estaban en el horizonte antes de celebrarse las elecciones. Un mes después, Catalunya se siente atrapada en un paréntesis. En un instante inmóvil entre el omnipresente ‘Procés’ de los últimos cuatro años y el relato que se escribirá a partir de las próximas elecciones generales, cuando Catalunya mostrará cómo ha digerido el 27-S, que lecciones ha aprendido y cuáles no. Cuando tendrá enfrente un nuevo escenario político y pueda, o no, encontrar vías de diálogo con las nuevas mayorías que se formen en el Congreso.
Una mayoría insuficiente. El proyecto independentista ha descubierto sus puntos débiles. Para emprender un objetivo tan trascendente y ambicioso como es la independencia se necesita una mayoría social indiscutible. El 27-S demostró que casi la mitad de los catalanes reclama la independencia, pero que existe otra mitad que aún no está dispuesta a dar el paso. O que está absolutamente en contra. Las urnas certificaron una mayoría independentista clara, pero no suficiente. El resultado de 62 escaños para Junts pel Sí es contundente, sirve para gobernar, pero resulta endiablado. Porque necesita los votos de la CUP para lograr la pieza clave, angular, que ha llevado a Convergència a sumarse a la independencia: la investidura de su principal valor, Artur Mas. El único hombre que puede pilotar la refundación del partido con garantías. Y la CUP, no cede.
El peso de la corrupción. El otro punto débil está en que, para desafiar al Estado, se necesitan liderazgos libres de toda sospecha de corrupción, que estén a salvo de la guerra sucia. Los contundentes indicios de corrupción que penden sobre CDC son un lastre cada vez más pesado para el proyecto independentista. ERC sufre de forma dramática este dilema. Sabe que sin el mundo de Convergència resulta imposible el sueño de la independencia. Pero sabe también que las sombras de corrupción de sus socios representan un alto coste político. Antes de dos semanas, los republicanos deben decidir si el 20-D van a las urnas con Convergència, si certifican, o no, una nueva renuncia, por el bien del ‘Procés’. ¿O por el bien de CDC? De momento Esquerra no desvela su decisión, pero propone a Joan Tardà para “una lista transversal, de perfil cívico y progresista, con voluntad de regeneración democrática y candidatos renovados”. Es una forma de marcar territorio y tomar la iniciativa antes de cerrar un posible acuerdo con CDC. Quizás en algún momento las CUP compartieron este mismo dilema y sufrieron presiones semejantes. Pero hoy saben que sería un suicidio.
Plebiscito o argucia. Y mientras, afloran las contradicciones. Artur Mas recuerda que aceptó el “sacrificio” de ir cuarto en la lista unitaria, pero ahora pone como condición imprescindible su investidura. Si no, avisa, habrá nuevas elecciones. Es decir, el “sacrificio” en bien del ‘Procés’ fue temporal. O mejor dicho, fue sólo ocultación y una estrategia para conservar el poder. Si las elecciones eran plebiscitarias no tiene ningún sentido repetirlas porque el Parlament tiene ya mayoría de escaños independentistas. A no ser que, ya de forma descarada, Junts pel Sí diga claramente que el plebiscito era sólo una argucia para salvar a Artur Mas y a Convergència. Evidentemente, la cúpula de Esquerra Republicana de Catalunya tendría serias dificultades ante sus bases a la hora de defender esta tesis.
Vuelve el ‘dret a decidir’. Junts pel Sí proclamó que todos los votos que no fueran a su candiatura, o a las CUP, serían contados en “el bando del no”, en el “bando de Aznar”. Pero no llegaron al 50% y a partir de la noche del 27-S, se apresuraron a salvar a Catalunya si es Pot del ‘bloque unionista’. En sólo unas horas, la misma maquinaria de propaganda que tanto había criminalizado a la coalición de izquierdas empezó a alabar su apuesta por el ‘dret a decidir’. De la noche a la mañana los líderes y los votantes de Catalunya Sí es Pot fueron redimidos, dejaron de ser ‘malos catalanes’. Y sus votos, junto con los de Unió, permitían confeccionar todo tipo de cuentas para demostrar que el ‘unionismo’ había sido claramente derrotado. Cosa que, por otra parte, es cierto porque en Catalunya sí existe una contundente mayoría social en favor de cambiar el estatus quo actual en relación a España. El regreso al ‘dret a decidir’ puede ser, precisamente, una de las pocas llaves que abran el cerrojo que encierra ahora a Catalunya.
El ‘factor Colau’. La alcaldesa de Barcelona aprovecha el desconcierto temporal de los integrantes de Junts pel Sí para tomar la iniciativa política. Ada Colau multiplica sus gestos simbólicos. En sólo una semana protagonizó los homenajes a Francesc Ferrer i Guàrdia (el pedagogo fusilado en 1909, acusado de inspirar la Setmana Tràgica), de Salvador Allende (presidente de Chile, víctima del golpe de Estado de Pinochet) y de Lluis Companys, como nunca se había hecho desde el Ayuntamiento de Barcelona. Colau presidió en el Born, santuario del nacionalismo, un homenaje al President fusilado por el franquismo, horas después de leer el manifiesto en solidaridad con Artur Mas, Irene Rigau y Joana Ortega, imputados por el 9-N. Con estos gestos, la alcaldesa intenta volver a situar el derecho a decidir en el centro del tablero político, a la vez que ‘pone en su sitio’ a Pablo Iglesias, aún conmocionado por su fracaso electoral en Catalunya. Colau reconstruye un ‘discurso de izquierdas’ (Ferrer i Guàrdia y Allende) que puede entenderse con el soberanismo (Companys). Con ERC vinculada a Convergència y la CUP sin intenciones de acudir a las elecciones españolas, el ‘factor Colau’ puede resultar muy significativo en las elecciones generales.
20-D y la Catalunya dual. Las elecciones del 20 de diciembre volverán a constatar que casi la mitad de los catalanes quieren romper con el Estado español. Pero también están en juego otras cuestiones relevantes. El 27-S sí tuvo efectos plebiscitarios. La dinámica del Sí i el No a la independencia se impuso de forma clara y convirtió a Ciutadans en la fuerza más votada en feudos del PSC o de ICV. Es decir, donde tradicionalmente ganaban partidos que apostaban por la cohesión social y de tradición catalanista, esta vez se imponía un partido de reacción, de respuesta, al nacionalismo y conservador en el campo ideológico. El PSC, con Carme Chacón al frente, puede intentar disputar las elecciones en este terreno de juego, en el de la fractura entre la independencia o la unión. Y más cuando el PSOE no ha logrado una oferta federal creíble para una mayoría social en Catalunya. Al igual que Unió, con Josep Antoni Duran Lleida al frente, que tampoco encuentra socios para que su proyecto confederal tenga alguna posibilidad. La reforma de la Constitución, seguro, será un tema estrella de la campaña, pero sin concreciones, sin un reconocimiento efectivo de Catalunya como nación, no servirá para superar esta Catalunya dual, de comarcas abrumadoramente independentistas y áreas metropolitanas mucho más plurales.
Cuatro semanas después de las elecciones, Catalunya continúa en el diván y todo hace pensar que allí seguirá hasta el 20 de diciembre, cuando regrese a las urnas.