En los debates sobre la relación entre Cataluña y España se impone demasiado a menudo el juego raso y patada en la cabeza. Planteado como un partido de fútbol donde lo importante no es participar sino ganar, los buenos modales y el fair-play desaparecen. Todo vale para alcanzar el objetivo deseado: la independencia o contrariar a quienes la defienden. El tiki-taka cede ante el mourinhismo más triste.
De nada sirve tener la razón si no nos aporta votos o simpatizantes para nuestra causa. Cuando un postulado de nuestro bando se demuestra erróneo, falso o tramposo (léase, por ejemplo, la continuidad sin problemas de Cataluña en la Unión Europea caso de independizarse) la defensa inmediata es lanzar a la cabeza de los adversarios alguno de sus errores. La conocida práctica del ¡y tú más! se impone.
Eso exaspera a los que aspiran a un debate sensato, tranquilo y eficaz. Porque, también hay que recordarlo, hay quien tiene interés en que esta discusión se eternice, que tarde cuanto más mejor en descubrir una salida satisfactoria. Los partidos políticos que obtienen réditos electorales de la confrontación están encantados con que se perpetúe. Desgraciadamente, tiene toda la pinta de durar mucho.
Entramos en el 2014, con una parte de la sociedad catalana mirando 300 años atrás. Un país, una comunidad que anticipa el futuro invirtiendo esfuerzos y dinero en redescubrir lo que pasó en el siglo XVIII, mientras la mayor parte del resto del mundo se esfuerza en encontrar soluciones mirando al más allá, tiene todos los números de quedarse en la cola del pelotón.
Los mismos que criticaban el Foro de las Culturas del 2004, un esfuerzo para poner de relieve los valores de la cultura, el diálogo, la paz, la solidaridad y la convivencia entre comunidades distintas, se entusiasman ahora enfundándose camisetas alusivas a una guerra entre dinastías que pensaban, lógicamente, en sus intereses y no en los de la ciudadanía.
Dicen que es necesario conocer la historia para no repetir sus errores. Los hay que rebuscan en ella para encontrar argumentos que justifiquen su tozudez en vivir en el error y la insolidaridad. Y es especialmente molesto cuando lo hacen con el dinero de muchos ciudadanos que preferirían mirar hacia delante en lugar de ser engullidos por el túnel del tiempo.