Sin ni siquiera dejar enfriar el cadáver de la candidatura de Madrid a la organización de los Juegos Olímpicos del 2020, Barcelona se ha empezado a plantear su candidatura a los Juegos Olímpicos de Invierno de 2024 o 2026. ¡Qué obsesión, Dios mío! La imagen mundial de Barcelona como ciudad de playa quedaría compensada por la ubicación de las pruebas de nieve en el Pirineo -más concretamente en la Cerdaña- y las de hielo en la capital catalana, dentro de una fórmula mixta ciudad-montaña ya aplicada a los Juegos de Invierno de Turín y Vancouver. El presupuesto global estimado de 2.700 millones de euros -menos de la mitad se recuperarían con los ingresos- serviría asimismo para mejorar las carencias de la conexión viaria del eje del Llobregat -un tercer carril entre Berga y Bagá, tramo sin autovía- y sobre todo la marginada línea ferroviaria Vic-Puigcerdá.
Los promotores difunden la idea que cualquier participante en los Juegos podría desayunar a orillas del mar a las 9h de la mañana en Barcelona y estar a las 10h30 al pie de las pistas de esquí cerdanas. Serían los primeros Juegos Olímpicos de Invierno cálidos y con 100 % de innivación artificial. Naturalmente, también aducen que la candidatura, en caso de alcanzarse, serviría para “vertebrar y modernizar el Pirineo”, aunque se refieran exclusivamente a la Cerdaña, a las estaciones de La Molina y Masella.
La ausencia de debate sobre el modelo de crecimiento urbanístico y turístico que significaron los eufóricos Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 vuelve a plantearse ahora con más razón todavía. La eventual candidatura a los Juegos de Invierno pone el acento de modo más claro si cabe en un modelo turístico basado en la construcción inmobiliaria de segundas residencias y el sector de servicios de recreo muy estacionales, en desequilibrado régimen de monocultivo para las comarcas pirenaicas. Tampoco se ha producido debate suficiente sobre lo que ha significado tal modelo en las comarcas litorales, aunque se entrevean sus costuras sin mucho esfuerzo. Colocar las esperanzas, las inversiones y los proyectos de futuro en el crecimiento del sector turístico e inmobiliario, mientras se lamina el presupuesto de innovación científica o tecnológica y se sigue a la espera de una política industrial mínimamente presentable y estimulante, no vertebra ni moderniza nada, sino todo lo contrario. El turismo es el crecimiento más fácil, frágil y fútil.
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