Ver tantas banderas españolas en la plaza Sant Jaume, en Barcelona ya impresionaba el viernes 6 de diciembre. Pero cuando sonaron los acordes del himno nacional (¿estatal?) español quedé conmovido.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Hace muchos años que no me gusta que el himno de Els segadors sirva de punto final de cualquier acto. Sea un congreso del PSC, la Universidad Progresista de Verano o una manifestación contra los recortes del Estado del bienestar. Además, la letra de Els segadors me parece agresiva y nada gandhiana. Si algún día llegamos a ser un país independiente, propongo un redactado más pacifista y constructivo de nuestro himno. Aquello de que “tiemble el enemigo” encaja mejor en un video de zombis asesinos que con una afirmación de los principios que identifican a una comunidad, país, nación, Estado, o lo que sea que seamos.
El “proceso” independentista está generando monstruos. Por un lado, los ciudadanos que no aceptan la legitimidad de ninguna opción que no sea la independentista y que hacen suya acríticamente la convicción de Oriol Junqueras: “Entre izquierda, y Cataluña, ¡Cataluña!”. El ejemplo más reciente lo hemos tenido a raíz de la negativa de Amnistía Internacional a organizar una entrega de premios bajo el amparo de los parciales actos del Tricentenario y la respuesta airada generada en las redes sociales. “¡Bórrate de Amnistia Internacional!” fue el hashtag creado para acoger a todos quienes suscriben la solución a la nueva dicotomía: “¿Derechos humanos y Cataluña? ¡Cataluña!”.
A estas reacciones ya estamos acostumbrados. Pero los del otro bando, nos han sorprendido. Poner a toda pastilla el himno español en la plaza de Sant Jaume como cierre de un acto de defensa de la Constitución es toda una novedad.
No recuerdo en los casi cuarenta años de paz democrática y innumerables manifestaciones vividas en la plaza de Sant Jaume que nunca se hayan oído las notas de este himno a las puertas del Palacio de la Generalitat.
El “proceso” es el título de una novela que Franz Kafka dejó inacabada. Ya veremos como acaba nuestro “proceso”. Kafkiano lo es mucho. ¿No os parece?
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