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Vargas Llosa y Paco Morán

Vargas Llosa afirma que "sin papel los libros serán más superfluos"

Lluís-Anton Baulenas

Alfonso Ussía, en un tuit el pasado día 20, afirma textualmente: “La solución del independentismo catalán no es política, sino psiquiátrica”. Es este tipo de periodismo relleno de testosterona que encontramos tan a menudo en determinados diarios españoles de la capital. Gritan y gritan de cara a la propia galería. No te están diciendo nada a ti, catalán, independentista. Lo están afirmando para los suyos. Por tanto, allá ellos y mañana será otro día. ¿Es desagradable? Seguramente, pero en cualquier caso, no nos debe interesar mucho. Lo digo porque tantas y tantas personas, probablemente antitaurinas, entran al trapo con la más taurina de las intenciones solo con que les sacudan un poco la muleta roja (o rojigualda, tanto da).

Es mucho más preocupante la existencia de gente como el premio Nobel Vargas Llosa, que no para de hacer afirmaciones radicales, contundentes, que estas sí, dejan boquiabierto. Son de una violencia extrema. Hace afirmaciones del tipo “Cataluña nunca será independiente” como si él fuera alguien con poderes, como si él tuviera, de hecho, poderes. Es una acción, también, de cara a su galería.

Paco Morán, el actor cordobés muerto hace poco y tan querido por los barceloneses, en su ignorancia, afirmaba que cuando él llegó a Barcelona, en los años cincuenta, a hacer teatro, se encontró tanta y tanta gente que hablaba en catalán. Y de ahí, el hombre, muy buen actor, pero muy limitado en otras áreas, deducía y proclamaba que no entendía por qué se decía que el catalán estaba prohibido durante el franquismo. No muchas más luces tenía Vargas Llosa cuando afirmaba que en la Barcelona de los años setenta, la que él recordaba, donde escribió la magnífica La ciudad y los perros, no vio ni a un catalanista. Todo era armonía. La armonía del cementerio. O si se quiere, la quietud de la jaula y de la opresión.

Él, sin embargo, no se dio cuenta. Los círculos fantásticos en los que se debía mover no le presentaron a nadie de CCOO, por ejemplo, comprometidos desde el primer momento en la recuperación de una cultura oprimida y despreciada como la catalana. La soberbia de Vargas Llosa -o más bien, esas ganas de ser más papista que el papa- lo llevó hace pocos días a denunciar, en un discurso tras aceptar el premio de periodismo de El Mundo, los nacionalismos malos con piel de oveja. “Es verdad que hay nacionalistas pacíficos, cultos, benignos y que parecen inofensivos. No nos engañemos, esta es una apariencia, esta es una postura fugaz, momentánea, sólo hay que escarbar lo que se esconde detrás, y lo que se esconde detrás es el prejuicio, es en última instancia la discriminación, el rencor, la violencia”. Es inaudito. Mamá, miedo: El nacionalismo pacífico es el lobo disfrazado con la piel de la oveja...

¿A qué viene, una y otra, hablar del tema? Nada más ponerle un micro delante, habla del tema catalán, directa o indirectamente, sin que nadie se lo haya pedido. Tanto da. Vargas Llosa, como Paco Morán o como Marujita Díaz, tiene todo el derecho a exponer su opinión.

Habla del nacionalismo en general, y remarca las aberraciones (estamos de acuerdo, en general). Pero no explica que bajo el nacionalismo más rancio etiquetado como patriotismo, los estados constituidos han hecho las ignominias más grandes. Entre otras razones porque suelen tener un ejército detrás. Thatcher envió a chavales británicos a morir en las Malvinas por la misma razón insana que los militares argentinos: nacionalismo rancio. España tuvo que conformarse con Perejil y el arresto de 12 soldados marroquíes, pero todavía recordamos la dosis apelagosa de la llamada patriótica hecha por el ministro Trillo.

Hoy, sin embargo, suerte que está el premiado Vargas Llosa, que clama dirigiéndose a Pedro J. Ramírez: “Tenemos que combatir el nacionalismo sin Complejos de inferioridad”. ¿A cuál se refiere? ¿Al de Ramírez? Yo, que tanto he disfrutado con la literatura de Vargas Llosa, pienso que me gustaría mucho más oírlo hablar de los problemas del Perú. Vargas Llosa es un liberal, diríamos, de manual, que en 1990 perdió las elecciones a la presidencia de su país precisamente por eso, porque, desde la élite, no se capta del todo claramente lo que hay a pie de calle. Ganó Alberto Fujimori -vaya uno, éste, también- con el apoyo de la izquierda, en la segunda vuelta. Ahora, como liberal, como demócrata, concentra los ataques en los “nacionalismos” aunque sean pacíficos y señala hacia Cataluña.

Durante su campaña presidencial, él, peruano de piel blanca, no dijo nada en contra de los padres de la patria que lograron la independencia del Reino de España después de la batalla de Ayacucho, en 1824 (y de una proclamación unilateral, por cierto, en 1821). Pero es que tampoco dice nada de la famosa revuelta de Túpac Amaru, en el siglo XVIII contra los borbones españoles. Para Vargas Llosa, Túpac Amaru sería un nacionalista peligroso (aunque su revuelta, indirectamente, abrió el camino a la independencia de Perú).

Alguien dirá: no se pueden comparar situaciones tan lejanas en el tiempo. Y quizás tendrá razón. Pero lo que sí sé es una cosa clara. Refiriéndose a Cataluña y al proceso que está viviendo, Vargas Llosa habla de lo que no conoce. Una vez más, el mesías dicta, expresa el camino a seguir, marca la línea roja entre buenos y malos, pero no tiene ni idea. O mejor dicho, la única idea que tiene son conceptos generales, genéricos que esparce por doquier para hacerse querer por el conjunto de la derecha españolista liberal del sector más duro. Ya estamos en el final de la calle, pues: Vargas Llosa no tiene la verdad, sólo tiene una opinión. Como todo el mundo. Como Paco Morán.

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