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Los problemas de salud mental y ansiedad se multiplican bajo la amenaza de un desahucio

La PAH, durante una concentración para reclamar una ley estatal antidesahucios

Arturo Puente

Un hombre se ha suicidado este jueves en Cornellà cuando estaban a punto de desahuciarlo. Lo que le llevó a lanzarse por el balcón, más allá del desalojo inminente, es todavía una incógnita, pero tras años de crisis en España ya hay algunas certezas sobre el sufrimiento de quienes ven que van a perder su casa. Su salud mental y su bienestar suelen verse menguados en un grado muy superior al del resto de la población.

Lo evidencia un reciente estudio del Observatori DESC de Barcelona, con datos de 2018. Entre el 70% y el 80% de una muestra de un centenar de afectados por la hipoteca –o por la pérdida del piso por impago de alquiler– presentan problemas de salud mental, una prevalencia que en la población general se reduce a tasas por debajo del 30%. Ansiedad, dolores de cabeza, mal humor, vértigo, insomnio o agotamiento son algunos de los síntomas, que además son más frecuentes en mujeres que en hombres.

“No estaríamos hablando estrictamente de problemas mentales, en el sentido de que no tienen que ver con problemas del cerebro, sino de un sufrimiento psíquico social que la mayoría de las veces es legítimo y proporcionado a la situación que se está viviendo”, explica el psiquiatra Alberto Ortiz, del centro de salud mental de Salamanca en Madrid. Debido a lo que explica este profesional sanitario, los problemas de salud asociados a la exclusión residencia no tienen una respuesta médica más allá de paliar algunos de sus síntomas concretos.

Los datos recogidos por el Observatori DESC para 2018 parten de las respuestas al Cuestionario General de Salud de Goldberg de un centenar de personas que se acercaron a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca en Barcelona. Se trata, por tanto, de un estado de salud autopercibido, según el que hasta 4 de cada 5 personas manifestó al menos tres síntomas de sufrimiento mental. Pero estos problemas no tienen que ver únicamente con la situación de exclusión residencial, sino con problemas laborales, para mantener los suministros básicos en la vivienda y, en general, situaciones de pobreza y precariedad.

Ansiedad en el circuito institucional

Las situaciones de sufrimiento mental asociados a la posible pérdida de la vivienda son diferentes en las diversas fases del proceso. Según explica Irene Escorihuela, directora del DESC, cuando se produce la primera perspectiva de desahucio “los sentimientos son de miedo y de incertidumbre” ya que “tener un hogar es el pilar que da acceso a todos los demás derechos”. 

Pero no menos duro es el circuito que se abre a partir de ese momento, tanto para tratar de no ser desahuciado como para buscar alternativas. “Comienza una batalla institucional que puede ser agotadora, con mucha presión personal para conseguir entrar en una mesa de emergencia, tener todos los papeles en regla... y puede haber una lista de espera de entre 9 meses y un año y medio para conseguir un realojo efectivo”, relata Escorihuela.

Por esta razón la presión mental asociada a un proceso de desahucio no acaba ni mucho menos en el hecho de ser expulsado de casa, que en muchos casos abre una etapa crítica de meses e incluso de años de consecuencias en la salud mental. La llamada “inseguridad residencial” sostenida en el tiempo antes y después del desahucio puede ser más traumática que el propio lanzamiento, según los expertos. Entre otras, puede derivar en procesos de depresión. “Que deje secuelas tiene que ver con la intensidad de un acontecimiento, pero también con lo duradero que sea y, sobre todo, con que no haya un final de la situación social que lo ha causado”, explica el psiquiatra Alberto Ortiz.

Más red de apoyo y menos patologización

El DESC viene alertando además de que la tipología de desahucios ha cambiado en los últimos años. Si la PAH popularizó en su nacimiento los problemas relacionados con la hipoteca, en una ciudad como Barcelona la mayoría de los desalojos están ya motivados por el impago del alquiler, fruto de la burbuja de precios en ese mercado. Esto genera problemáticas algo diferentes, como es la expulsión del desahuciado lejos de su entorno social, en busca de alquiler a precio asequible, lo que puede derivar en desarraigo. 

“Nuestra principal recomendación y lo único que hemos comprobado que puede funcionar es afrontar la situación de desahucio de forma colectiva”, explica Escorihuela. La directora del DESC se refiere a la vertiente social y económica de un proceso de exclusión residencial, pero la receta para paliar el daño psicológico no es diferente. De hecho, lo ideal es combinarlo, según Ortiz: “Los grupos de apoyo mutuo con personas en las mismas circunstancias sirven para rebajar la presión psicológica. Si además estos grupos promueven cambios estructurales que ataquen el foco del problema, aún mejor”.

Según explica el psiquiatra, son grupos como la PAH o redes de apoyo vecinal quienes hacen una parte del trabajo terapéutico en situaciones de exclusión, en coordinación con los servicios sociales. Por eso Ortiz asegura que en muchas ocasiones son los propios médicos de atención primaria quienes son la puerta de entrada a la atención sociosanitaria y rechazan la patologización. “Un médico de cabecera te va a escuchar y atenderá tus síntomas, sobre todo si te están condicionando, pero sobre todo puede ser clave a la hora de dirigirte hacia a los servicios sociales o quizás hacia grupos como la PAH”, explica el psiquiatra.

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